La peste llegó como un susurro en la niebla. Primero fue la tos, luego la fiebre.
Las casas se cerraron, los templos se llenaron de fieles desesperados por misericordia de un Dios cruel, y los cementerios dejaron de contar.
Durante meses, la peste había devorado aldeas enteras, campesinos y nobles por igual. Era una sombra con hambre de siglos. No había cura, no había patrón.
La muerte del rey no sorprendió a nadie.
Lo sorprendente fue que tardara tanto.
El funeral fue una coreografía de sombras.
Una procesión enlutada bajaba los escalones de piedra con máscaras blancas de pico curvo. Los doctores las usaban para protegerse. Ahora eran símbolo de luto.
Narices largas, ojos redondos como insectos. Los hacían parecer aves carroñeras al acecho, nada lejos de la realidad. Las plumas de los sombreros apenas ocultaban las miradas venenosas que volaban de noble en noble. El silencio pesaba más que la muerte misma.
Kai, el Príncipe, observaba el ataúd con la indiferencia de un gato frente a un jarrón roto. Se mantenía en pie junto al féretro. Inmóvil.
A su lado, su hermana Elira se balanceaba de un pie al otro. Nunca fue buena con ceremonias. Ni con el silencio.
—Si me muero, por favor no me metan en una caja tan fea —murmuró—. Quiero una barca. Y una antorcha. Y fuegos artificiales. ¿Con forma de qué? Con forma de mí, por supuesto.
Kai no respondió. Seguía mirando el ataúd.
—¿Kai?
—Quiero silencio, Elira.
Algo que a Kai jamás le gustó, hoy lo pedía más que nunca.
—Si yo gobernara... —murmuró, sin que nadie lo escuchara—, lo primero que haría sería obligar a los del consejo a limpiar los establos con la lengua.
Su madre, la reina Sibylla, los observaba a distancia. No dijo nada. Sabía que a veces el dolor necesita travestirse de sarcasmo para no pudrirse por dentro.
Días después, la peste no se había ido. Solo se escondía mejor. Como un asesino que había aprendido a leer mapas.
La biblioteca del palacio era una selva de columnas y libros. Kai estaba encorvado sobre un pupitre lleno de frascos, notas y dibujos. Su cabello gris caía sobre los ojos. La ropa, desordenada. Ojeras como sellos de tinta.
Una imagen espantosa para una madre que acababa de perder a su esposo, y ahora encontraba a su hijo mayor convertido en un zombi. La luz atravesaba los vitrales pintando el suelo con formas imposibles. Kai no dormía. Ni comía. No hablaba con nadie.
La reina Sibylla entró, vestida con sobriedad impecable. Su cabello blanco recogido en una trenza gruesa que caía como una serpiente dormida sobre el hombro. Su andar era lento, pero no frágil. Parecía deslizarse como un fantasma en luto.
Kai no se movió.
—¿Hijo? —dijo, con voz serena.
—Mmm.
—Necesitamos que vengas al consejo.
—¿Reuniones del consejo? —Kai masculló, sin levantar la mirada—. Mándales una carta perfumada. Diles que pueden besarme las anchas nalgas si tanto me desean ver. Las dos. Con reverencia. Y que se turnen.
Sibylla suspiró, caminando hasta él. Le apartó un mechón de cabello blanco, tan idéntico al suyo que parecía un espejo en otra época.
—Amabas a tu padre —dijo suavemente.
Kai la miró por fin. Su mirada era un río contenido.
—No sé si lo amaba —admitió, bajando la voz—. Pero era el único que me hacía sentir como si el mundo tuviera un centro. ¿Y tú? ¿Lo amaste después de tantos años?
Sibylla asintió.
—Él me acogió y protegió cuando lo había perdido todo. Ahorcaron a mi hermana —Kai se armó de más paciencia, escuchando una vez más la trágica historia de su familia—. Su amante quemó mi reino en venganza. Obviamente entiendo tu dolor.
Kai alzó una ceja. Archie se tensó, como si esperara que el suelo se abriera bajo sus pies.
—¿Cómo lo soportaste?
—No lo hice —respondió—. Aprendí a vivir con el alma vacía. Me convertí en algo más útil que el dolor. Tú también puedes.
Kai apoyó la frente en el libro.
—Peina mi cabello —pidió en un susurro, como cuando era niño y no podía dormir.
Sibylla rió por lo bajo y comenzó a peinarlo con delicadeza.
—Cerrarte del mundo no lo traerá de vuelta —dijo—. Ni la peste se irá sola.
Kai cerró los ojos.
—Escuché de un hombre. Nacido bajo un eclipse de octubre. Al igual que yo.
La reina se quedó quieta.
—¿Y?
—Dicen que puede detener lo que nadie ha detenido. Que no es un hombre, sino un hechizo con forma de carne.
Sibylla frunció el ceño.
—¿No creerás en esos rumores, hijo?
Kai la miró como si la respuesta fuera obvia.
—Es nuestra única esperanza —se puso de pie, con los ojos brillando de fe—. Se me acabaron los libros. Los remedios. Las ideas. Y tengo hambre.
Sibylla suspiró. Le tomó el rostro y lo observó como si ya supiera en qué terminaría todo aquello.
—Hijo...
La reina sonrió, casi con tristeza.
—Te pareces tanto a él cuando hablas así.
—Mándalo a llamar —interrumpió él—. Que lo busquen. Que rasquen los bosques y las montañas. ¡Ofrezcan una recompensa! ¡Que escarben los sueños si hace falta! Busquen al hechicero nacido bajo el eclipse.
#5573 en Novela romántica
#1531 en Fantasía
romance gay homosexual yaoi boys love bl, romance fantasía acción aventuras, principe millonario poder intriga
Editado: 16.04.2025