POV. Kai.
La fiebre no me dejaba dormir.
Mis sábanas eran de seda, mis almohadas suaves como nubes domesticadas, pero mi mente era un enjambre rugiendo. El calor me subía por la nuca y me revolvía el pecho. Algo no andaba bien. Sudaba como si alguien hubiera encendido una fogata en mi estómago.
Me levanté de la cama solo para dar vueltas en la habitación.
Y justo entonces, una explosión.
El suelo tembló bajo mis pies descalzos. La ventana vibró. Afuera, un destello naranja iluminó la oscuridad como si el mismísimo sol hubiera decidido mudarse al jardín de invierno.
El jardín de invierno... la cabaña.
—¡El hechicero!
Corrí sin zapatos ni capa. Mi camisón de dormir ondeaba como si fuese a protagonizar una tragedia.
¿Dónde están los guardias?
Atravesé el corredor y empujé las puertas con la fuerza de la adrenalina. Olía a pólvora, flores marchitas y... ¿carne quemada?
—¡ARCHIE! —grité.
Una nube de humo me envolvió. Tosí. Entre la bruma surgió una figura encorvada, tiznada de hollín y con los lentes torcidos, las manos temblando y el cabello como si hubiera peleado con un relámpago y perdido.
Había cristales por todas partes, un líquido verdoso goteando del techo y una criatura amorfa chillando dentro de un frasco.
—¿¡Intentabas suicidarte o estás simplemente loco!?
Maldita sea, jamás pensé que mi hermana tuviera razón.
—¡No! ¡No, su majestad! ¡No fue intencional! Fue... fue un accidente. El mercader me trajo ingredientes tan raros... tan puros... so- soñé con usarlos. ¡No sabía cómo! ¡No del todo!
Miré alrededor. Frascos rotos. Una rata petrificada. Un libro en llamas. Un pollo sin cabeza corriendo en círculos.
Luego dice que no es brujería.
Me crucé de brazos, respirando hondo para no gritar. El pecho aún latiéndome.
—¿Entonces usas mi hospitalidad como campo de pruebas? —espeté—. ¿No tomas en serio la salud de mi pueblo? ¿Ni mi posición?
Archie se encogió. Literalmente. Como si sus huesos hubieran renunciado.
—No, no, no, su majestad —balbuceó, como si pudiera hablarse a sí mismo de vuelta a la cordura—. Es... es que a eso me dedico. Yo estudio. Yo experimento.
Bufé. Caminé entre los escombros.
—¿Qué clase de hechicero explota su propio laboratorio con una poción mal hecha?
Se sonrojó bajo la capa de ceniza.
—No soy hechicero... solo un alquimista. De un pueblo ignorante, donde me apedreaban por leer. No sé de magia.
Eso me sacó una risa. No lo pude evitar.
—¿Y de dónde salieron entonces los rumores? —pregunté entre risas, porque eran tan teatrales como trágicos—. ¿Los demonios? ¿El eclipse? ¿Las visiones con cuernos y colas? ¿Es cierto que hablaste con un ángel desnudo en un campo de trigo?
—No... es del todo cierto —no aparté mi atención de él—. Estuve con un hombre en los trigales, pero no era un ángel...
La imagen rodó por mi mente y la conclusión fue clara.
—Más larga es la lengua de los pueblerinos que los pergaminos de la biblioteca —respondió—. Solo sé leer donde otros ven brujería.
Me reí. No por burla, sino porque ese tipo de respuestas fue mejor y, al mismo tiempo, peor de lo que esperaba.
—Esto será un problema —murmuré, paseando la mirada por el desastre con una sonrisa torcida—. Todos en la corte te temen. Creen que haces orgías con demonios. Esto los va a desilusionar mucho.
Di un paso más cerca.
Archie tragó saliva. Pude oírlo.
Sus lentes reflejaban mi rostro: pálido, brillante por la fiebre.
Enderecé la espalda, mirándolo desde mi altura (que descubrí, con fastidio, que no era mucha más que la suya).
Me incliné, bajando la voz.
—Me gustaría que eso quedara entre nosotros.
—¿Como un secreto? —preguntó él, apretando las manos. Nervioso. ¿Tenso por miedo... o por mí?
Interesante.
¿Lo pongo nervioso?
¿Qué tanto le inquietará mi presencia?
—Sí. Será el primero de nuestros secretos.
Me incliné apenas. Lo suficiente para que mi aliento le rozara el cuello.
—Y si algún día decides hacer otra explosión... —susurré—, que sea en mi presencia. Estaría encantado de ayudar a detonarte.
Su garganta tragó saliva tan fuerte que lo oí por encima del chisporroteo de un frasco aún burbujeando.
Y aunque su rostro seguía cubierto de ceniza, pude jurar que se sonrojaba otra vez.
Archie era fascinante.
—Ahora limpia todo esto —dije, dándome media vuelta, saliendo del laboratorio entre humo, ceniza... y una sonrisa que no logré quitarme de la cara.
Y por primera vez en días, me sentí despejado. Vivo. Intrigado.
Muy intrigado.
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Editado: 16.04.2025