POV. Kai
—¿Sabes qué me molesta de los mensajes urgentes? —le dije a mi hermana mientras cruzábamos el jardín, sorteando los setos como quien baila con el peligro—. Que nunca aclaran si es una tragedia o una sorpresa.
—A ti te molesta todo lo que no tenga escote o intriga —resopló ella, y lanzó una piedra al estanque.
—Mira tú, la comediante del reino —contesté con una sonrisa, echando el cabello hacia atrás—. Si no fuera por mí, seguirías creyendo que los hechiceros usan sombreros puntiagudos y vuelan en escobas.
—¡Y Archie parece que lo haría! —rió—. Ese hombre siempre huele a azufre y tiene cara de que lo asustó su propia sombra.
Pero tiene unos ojos que lo compensan.
—¿Qué clase de hechicero necesita un jardín entero para jugar a la botánica? —preguntó mi hermana, saltando sobre un banco de piedra como si fuera su trono improvisado.
—Uno con bastante suerte —respondí, arreglándome el cuello de la capa mientras caminábamos hacia la cabaña.
El mensajero nos había despertado antes del desayuno, anunciando que Archie solicitaba una audiencia privada. La forma en que lo dijo... como si Archie fuese un ermitaño. Me pareció encantador.
—¿Por qué sonríes así? —inquirió mi hermana, entrecerrando los ojos.
—¿Así cómo? —respondí, claramente así.
—Como si escondieras algo.
—No escondo nada.
Ella resopló, aunque con una sonrisa, y justo entonces llegamos al invernadero. Al abrirse la puerta, el vapor nos envolvió con olor a tierra mojada y manzanilla. Archie ya nos esperaba. De pie, con un delantal chamuscado, las manos manchadas de tinta azul y tierra, y los lentes torcidos sobre el puente de su nariz.
—S-su Majestad... y Alteza —saludó, haciendo una reverencia descompasada que casi derriba una maceta.
—Buenos días, Archie —dije, dedicándole una sonrisa que lo hizo parpadear tres veces.
Mi hermana se mordió la lengua para no reír.
—El mensajero dijo que tenías algo importante que mostrarnos. Y no traje vino, así que espero que sea breve.
Archie tragó saliva.
—E-estoy cultivando una flor.
—¡Qué coincidencia! —alabó mi hermana—. Nuestro tío también cultivaba una muy rara... para luego fumársela.
—No... nada de eso —aclaró él, sin entender la broma—. Es una flor muy rara. Se llama Flor de Hémata. No existe registro real de su floración completa, pero según los textos, purifica la sangre. Podría ser... una cura para la plaga.
—Ese nombre suena exagerado, si me lo preguntan —respondí.
Mi hermana dejó de balancear las piernas.
—¿Una flor que cura la peste? —usó un tono tan serio que casi no le pega.
—Sí. Pero no florecerá pronto. Necesita cuidados... y tiempo.
Lo miré. El sudor le corría por la sien, y aun así, hablaba de su flor como si fuera su única esperanza en el mundo. Me acerqué hasta quedar a medio paso de él.
—¿Y si no florece? —pregunté.
—Lo hará con mis cuidados —dijo, guiándonos hacia una pequeña campana de cristal. Dentro, una flor apenas brotaba, con un tallo rojizo y un corazón brillante que palpitaba como si tuviera vida propia.
—Hermosa —murmuré, pero no miraba la flor.
Observaba cómo Archie la contemplaba, como si en ese capullo estuviera depositada su fe entera.
Terminada la explicación, lo felicité con una sonrisa que duró más de lo necesario. Él me agradeció, torpemente, mientras se limpiaba las manos en el delantal, dejando más tierra aún.
Mi hermana arqueó una ceja. Yo sonreí. Al salir, ella no tardó en soltar:
—¿Qué fueron esas miradas? —soltó antes de que siquiera cruzáramos el jardín.
—¿Miradas? —respondí, imperturbable.
—Sí, esas. Las de "hazme una cura, pero primero cúrame esta". No soy tonta.
—No sé de lo que hablas —dije, girando el rostro para que no viera mi sonrisa.
—¡Claro que sabes! Si tus ojos hubieran tenido lengua, ya le habrías lamido la clavícula.
—Mira tú qué imaginación. Serías excelente escribiendo novelas prohibidas para las damas de la corte —solté.
—No me engañas. Te vi. Vi ese destello en tus ojos. Y ese destello, querido Kai, no es de bondad fraternal.
No respondí. Pero tampoco lo negué. Y eso la dejó con una sonrisa diabólica que me perseguiría todo el día.
POV. Archie
No hay silencio verdadero desde que Kai pasa las noches en mi laboratorio.
Llega sin anunciarse, con una copa de vino y preguntas ridículas. Se sienta en mi mesa, toca mis frascos, arruina mis clasificaciones, y luego me mira como si yo fuera el desordenado.
—¿Esto es ácido o perfume? —pregunta, agitando una botellita que podría derretir una roca.
—¡No, no, no! ¡Eso es corrosivo! —grito, arrebatándosela con las dos manos temblorosas.
—Te pones más rojo que el veneno de tarántula. ¿Lo anoto?
—¿Siempre eres así con todos? —espeto, dejando el ácido en su lugar.
—¿Así cómo?
—Tan... —me pierdo buscando la palabra.
—¿Delicioso? Probablemente. Pero no con todos. Solo con quienes no me agradan.
Lo miro.
Mi corazón late como si quisiera salir corriendo.
—¿Qué haces cuando te aburres de un juguete nuevo? —le pregunto.
—¿Crees que te veo como un juguete?
—Creo... que te diviertes tomándome el pelo.
Despliega una brillante sonrisa.
—Me gusta cuando te enojas. Es la única vez que no tartamudeas.
Retengo el aire, dispuesto a decir algo, pero...
Kai me desarma. Cada gesto, cada sonrisa... cada vez que dice algo es como si mi cerebro se reiniciara. Literalmente. No sé si debo reír o salir corriendo al bosque.
Y, sin embargo, no me voy.
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Editado: 16.04.2025