POV. Kai
El olor a humedad y metal oxidado se aferraba a mis fosas nasales como una promesa rota. Cada paso que daba hacia el calabozo sonaba más hueco que el anterior. Las antorchas chisporroteaban, y sus sombras danzaban como si celebraran algo que yo no sabía.
No llevaba corona. Ni capa bordada con hilos de oro.
Solo oscuridad sobre los hombros, y una certeza que pesaba como hierro frío: lo habían encerrado. A él.
Mis botas resonaban en los peldaños, y con cada escalón, sentía que dejaba atrás algo más que el palacio. Orgullo. Miedo. Y eso otro... eso que no me atrevo ni a nombrar.
Y ahí estaba.
Archie.
Tendido en el suelo, encogido contra la pared como si el cuerpo se le hubiese rendido. La túnica, antes blanca, parecía ahora hecha de polvo, sangre seca y abandono. Temblaba, acurrucado como una hoja al borde del invierno.
Cuando oyó mis pasos, levantó la cabeza con dificultad. Y aun así... aun así sonrió.
—Kai... —susurró. Su voz era apenas un hilo. Pero para mí, fue suficiente.
Me arrodillé frente a los barrotes. Sin pensar. Sin calcular. Sin dignidad, sin trono. Solo con la desesperación que me carcomía.
—Dime que es mentira —le supliqué, con la voz hecha trizas—. Dímelo, aunque sea una maldita mentira. Lo voy a creer si lo dices tú.
Parpadeó con dificultad. Sus ojos, velados por la fiebre, se esforzaron por enfocarme.
—Claro que no... —gimió—. No tengo motivos. Me inculparon, Kai. Yo no...
Tragué saliva. Me ardía la garganta. Me ardía el alma.
Deslicé mis dedos entre los barrotes. Su mano subió, temblorosa, hasta alcanzarlos. Me aferré a ella como si pudiera sostener el mundo desde ahí.
—Shh... —susurré—. Lo sé. Te creo.
—La cura... está en el laboratorio. La flor floreció. Está ahí... en la caja con el sello de cobre. El veneno era el residuo. No me dejaron hablar... pensaba presentarlo hoy...
—¿Pero cómo? ¿Cuándo?
—Anoche... justo antes de... —tosió, ahogándose en su propio dolor—. De que entraran a arrastrarme fuera de allí. Estaba escribiéndolo todo. Iba a decírselos hoy...
Bajé la cabeza. Cerré los ojos. Y apoyé la frente contra los barrotes.
—Te amo más de lo que este reino me permitirá admitir —murmuré, con la voz hecha polvo y la rabia latiendo bajo la piel.
Él alzó la mano, como si aún tuviera fuerzas para tocarme. Sus dedos rozaron mi mejilla con una ternura que dolía más que cualquier castigo.
—Si la corte falla en mi contra... si todo se cae y me acorralan... diré que te odio —susurró.
Solté una risa rota. No sé si fue una carcajada o un sollozo.
—¿Eso también es mentira?
—Sí —respondió. Y por primera vez desde que nos conocimos... sonrió.
La noche cayó sobre el reino, pero el sueño me rehuía como un viejo enemigo. El calor de su mano todavía ardía en la mía.
Y un plan. Nacido de la desesperación. Crudo, torpe... pero real. me hizo moverme. Tenía que hacer algo ya.
Me giré con la determinación recién parida cuando la puerta se abrió de golpe.
Mi madre.
La reina Sibylla estaba allí, de pie como una sentencia. Su rostro impasible, su vestido impecable. Siempre tan compuesta, incluso cuando su hijo se desmoronaba.
—¿Sientes algo por el hechicero? —preguntó con una calma que me heló hasta los huesos.
No respondí. ¿Qué importaba ya? Mi mirada lo dijo todo.
—El trono no es para quienes desean, sino para quienes sacrifican —continuó—. Y este escándalo puede consumirnos. Lo más importante ahora es salvar el reino... mantener el poder... y limpiar la imagen de tu nombre. De nuestro nombre.
Sentí un nudo apretarse en el estómago. Era como una serpiente. No. Una traición. Una daga con mi nombre escrita por dentro.
—No me puedes pedir eso —dije, casi sin aliento—. No me lo pidas, madre.
Sibylla me observó en silencio. Y por un instante... vi tristeza en sus ojos. Tal vez pena. Tal vez algo más frío.
No quiero renunciar a él.
—La peste no mata tan rápido como la envidia en los ojos de la corte —dijo—. El día del juicio, todo estará en tu contra. Y pase lo que pase... siempre tendrás mi apoyo.
No dije nada más. No porque no tuviera palabras. Sino porque si las decía... no habría marcha atrás.
Monté a Medusa. La yegua negra, fiel como el destino que no quiero. Cabalgué sin mirar atrás. Las puertas del castillo quedaron detrás como una traición sellada.
La cabaña del mercader Eron de Valys no estaba lejos...
Y yo iba a sacarle la verdad, aunque tuviera que quemar su casa hasta los cimientos.
Archie no iba a morir en una celda.
No mientras yo respirara.
#5043 en Novela romántica
#1272 en Fantasía
romance gay homosexual yaoi boys love bl, romance fantasía acción aventuras, principe millonario poder intriga
Editado: 16.04.2025