POV. Kai
Semanas después, el reino respiró.
El banquete olía a carne dorada y vino especiado. Las risas llenaban el salón, como si el mundo jamás hubiera temido la peste.
Yo me reía también.
Porque es lo que esperan.
Porque el futuro rey debe sonreír en las celebraciones.
La peste retrocedía, como un monstruo herido que se arrastra hasta desaparecer en el bosque.
La plaza se llenó de colores, la gente volvió a cantar. Las campanas repicaron con euforia, anunciando no solo la cura, sino el compromiso real.
Yo era el futuro.
Y me sentía más falso que la sonrisa que llevaba puesta.
A mi lado, mi futura esposa, la princesa del Oeste, sonreía con dulzura. Es hermosa, educada, correcta, cortés... demasiado correcta y vacía para mí. No por culpa suya, sino porque mi corazón aún sangra por alguien más.
Reía mis bromas, aunque no eran graciosas.
Brindaba conmigo, aunque no bebía.
Mi risa sonaba a madera podrida.
—Estás callado —dice ella, rozando mi brazo.
—Son ideas tuyas, cielo mío —tomé su mano con delicadeza para besarla, y luego me levanté—. Por la salud del reino, por el porvenir —dije, alzando mi copa.
—Por el amor —respondió ella con gentileza.
"¿Cuál?", pensé. Pero no lo dije.
Sibylla me miraba desde el otro extremo de la mesa.
Su porte era impecable, como siempre. Pero sus ojos... sus ojos conocen mi tristeza como conocen los mapas del reino.
Se inclinó hacia mí cuando pasé junto a ella.
—Hiciste lo correcto, hijo mío.
Asentí, tragando la respuesta que no debía dar. Le respondí con un gesto breve, inclinado.
Una reverencia al deber.
Y otra al silencio.
Porque desde que Archie se marchó, algo dentro de mí también lo hizo.
Fue como cuando mi padre murió: el mundo siguió, sí... pero todo se volvió más gris, más frío, más aburrido.
Un teatro sin aplausos.
Sibylla me observó con resignación.
Y mi hermana me lanzó una mirada desde la mesa de los lores.
Levantó una ceja, alzó su copa como si brindara por mi infelicidad.
Y quizás lo hacía.
Me incliné para besar la mano de mi prometida. Ella se ruborizó, creyendo que era un gesto de amor.
—Ya vuelvo —dije, con voz suave.
Salí del salón, sin mirar atrás.
Atravesé corredores. Caminé por los pasillos como un ladrón de su propia vida. Puertas dobles, salas vacías.
El eco de mis pasos parecía preguntarme si todavía era yo.
Crucé hacia el jardín olvidado, el que está detrás del ala este, ese que nadie cuida desde hace días.
Y allí... junto al viejo laboratorio cubierto de polvo y recuerdos, había florecido una única flor.
Pequeña.
Lumínica.
Descaradamente viva.
Como si el amor que dejamos aquí hubiera germinado en silencio, sin permiso, sin necesidad de testigos.
Me arrodillé frente a ella, dejando que mi corona cayera a la tierra.
No pude evitar reír. Una risa rota, incrédula.
—Maldito seas, Archie —susurré, acariciando los pétalos con dedos temblorosos—. Incluso ahora, sigues haciendo brotar vida en los rincones donde nadie mira.
La tomé con cuidado, casi temiendo que al tocarla se desvaneciera como un sueño.
Regresé con una caja de cristal. La guardé con ternura.
No como quien encierra algo, sino como quien protege un pedazo de su alma y quiere perdurarlo.
Y antes de volver al salón, me permití una última confesión, solo para mí:
—No sé si alguna vez volveré a verte, Archie. Pero si esta flor sobrevive... entonces también lo hará lo que fuimos.
Cuando regresé al salón, la música había cambiado.
La corte bailaba.
Mi madre sonreía.
Y yo... yo también.
#5573 en Novela romántica
#1531 en Fantasía
romance gay homosexual yaoi boys love bl, romance fantasía acción aventuras, principe millonario poder intriga
Editado: 16.04.2025