Los ojos de Youl se cerraron de inmediato. Ocurrió tan repentinamente, que el príncipe ni siquiera fue capaz de reaccionar: en cuestión de segundos, aquella criatura pasó de estar a centímetros de distancia, a encontrarse justo sobre su cuerpo. Una de las manos del rubio había amortiguado el golpe en su cabeza; por el contrario, su espalda no corrió con la misma suerte, y sus labios hubiesen evidenciado aquello, de no ser porque se hallaban cautivos todavía.
Cuando la claridad le fue devuelta, se topó de lleno con un par de iris azules como el cielo, y brillantes cual sol naciente, que le miraban fijos e imperturbables. Su respiración, agitada, se detuvo en ese preciso instante; pese a ello, una exhalación le hizo retomar su curso a continuación. Entonces, pasos agigantados comenzaron a escucharse desde la lejanía, seguidos del choque metálico de espadas y armaduras.
El muchacho de cabello negro casi pudo percibir como suya la sensación de alarma que se extendió desde las pupilas del hada y terminó expandiéndose por cada rasgo de su faz; descifrar si era miedo o sorpresa, resultó en vano. Su ritmo cardíaco se aceleró sin razón aparente, y se convirtió en una tarea imposible algo tan sencillo como desviar la atención hacia otro lado.
Algo desconocido yacía en la mirada de Hytris: le dejaba mudo y sin aliento, le despojaba de la facultad de ejecutar incluso el más mínimo movimiento; parecía estar a punto de acabar con hasta la última fibra de su ser y, sin embargo, no tenía ni una ínfima pizca de miedo.
Le sumergió en un profundo sueño, aunque permanecía despierto.
—¡Su Alteza!
Uno de los guardias reales se avecinaba, y eso solo significaba que otros le acompañarían. Por lo que, de un momento a otro, Hytris se quitó de encima del príncipe y, a su vez, se levantó del suelo. Youl no demoró en intentar imitar su acción; no obstante, el hada se le adelantó, tirando de su brazo con brusquedad; luego de ello, como si se tratase de un muñeco de trapo, le tomó por los hombros y lo ubicó frente a sí.
El joven heredero pestañeó un par de veces seguidas, ofuscado, mientras el ser de magia le observaba con cierto desagrado.
—¿Eres estúpido o qué?
Susurró Hytris; el chico tan solo atinó a fruncir el ceño, sin comprender en su totalidad. El rubio entrecerró sus ojos y le apretó los hombros, antes de darle la vuelta y empujarle de a poco hacia la entrada de piedra de aquel pequeño refugio. Youl, aún confuso, giró el rostro en su dirección, ganándose un gruñido instantáneo que le hizo regresar la mirada al frente.
Al principio, le costó pronunciar palabra; la voz raspó su seca garganta y tembló con ligereza en cuanto salió:
—E-estoy bien. ¡Estoy bien!
Pese a lo dicho por el pelinegro, un inconfundible galopar se abrió paso entre los terrenos del amplio jardín; no necesitaban atravesar el umbral para darse cuenta de que la caballería se aproximaba. El príncipe sintió la respiración del hada chocando contra su nuca, conforme sus manos descendían por sus brazos y acaban abiertas sobre su dorso; segundos después, le impulsó hacia el arco rodeado de abundantes y coloridas enredaderas, sin ningún atisbo de cuidado en el proceso.
—Di algo y te asesino…
Youl no pudo evitar tragar saliva, con pesadez, al escuchar tal amenaza. Una mísera parte de él le gritaba que clamara por ayuda; la otra, trataba de adivinar qué demonios era el objeto filoso que punzaba la piel de su espalda baja.
Hytris presionó de nuevo, instándolo a actuar. Youl dio un respingo ante el incipiente e inesperado ardor.
—¡Estoy bien!
Gritó en esta ocasión, asomando apenas su rostro hacia las afueras de aquel lugar y apoyando las manos en la dura y grisácea piedra. Uno de los guardias, quien guiaba a los demás, se detuvo en seco al vislumbrar el rostro del muchacho y, a causa de ello, el resto no tardó en hacer lo mismo; mas la disonancia entre sus facciones y su exclamación logró que dudara de inmediato.
El guardia no vaciló: procuró acercarse con rapidez al joven príncipe, desenvainando su espada, y uno a uno se le fueron uniendo, pisándole los talones. En presencia de ello, el heredero abrió sus ojos de par en par, a medida que la zozobra se apropiaba de él; sus dedos se apretaron contra la pared como si estuviesen a punto de traspasarla.
—¡No, no, no! —insistió de pronto, moviendo sus manos de un lado a otro de forma enérgica—. T-todo está en orden. —Tuvo que morderse la lengua y apretar la mandíbula para evitar chillar debido al agudo dolor que le sobrevino al titubear; cerró sus ojos por unos segundos y carraspeó, para después añadir—: ¡Deténganse! Lo ordeno.
Contrariado, el hombre de armadura se detuvo.
—Pero…
—Pero nada, Zhars, he dicho que estoy bien. Solo es un conejo, lo espantarás.
Algo en el rostro de aquel hombre le decía al príncipe que sus palabras no sonaban tan convincentes como lo hubiese deseado: no sabía muy bien si se trataba de la mueca en sus labios o de las arrugas entre sus cejas.
—Disculpe, debo verificar que no exista peligro —articuló, haciendo ademán de acercarse una vez más.
—¡Alto! —gritó el muchacho, estirando el brazo derecho, con la palma abierta, en dirección a los guardias—. Si padre se entera de esto, sus cabezas rodarán —sentenció, señalándolos a todos, con la mirada fija en Zhars, a quien vio tragar saliva con lentitud.