El príncipe zorro de las nueve colas

Prólogo

—Estos muchachos... me agarran de niñera y llegan tarde. 


La vieja esperaba fuera de su choza impaciente por ver a los susodichos y minutos después, los padres que solicitaban su ayuda llegaron apresurados. Traían con ellos a tres pequeños no tan pequeños, siete años para cada uno era una edad aceptable. El trío tenía un parecido muy grande a su padre, un hombre con la capacidad de transformarse en una pantera. Tan pronto tocaron el suelo, los niños de cabellera rojiza con rayos dorados, menearon sus colas negras intrigados por el sitio. 


—Lamentamos llegar tarde, bruja Agnes, hacerlos obedecer es un trabajo imposible —explicó la madre apenada. Una mujer esbelta y con una cabellera rubia.
—Me hubiera gustado no saberlo, niña...
—Los tres vienen comidos. Al menos por alimento no darán problemas —dijo el padre. 


La anciana fue chocada varias veces cuando los niños corrieron dentro de la choza, daban la idea de ser imparables.


—Volveremos lo más pronto posible —juró la pareja.
—Será un viaje largo el que tienen que hacer, dense prisa. Mientras más pronto se vayan, más pronto llegarán. 


Ambos comenzaron a andar para no perder tiempo de manera innecesaria. La vieja entró, cerró la puerta de su choza y tan pronto vio el interior de ésta, se percató de que los niños eran más inquietos de lo que llegó a imaginar. La niña comenzó a jugar con frascos llenos de líquidos sospechosos, el hermano arañó la madera del suelo y el tercero se colgó de las telas que hacían de cortinas interiores. La vieja gruñó por la actitud muy predecible de los infantes:


—Los tres, ¡formación en frente de mí! 


La autoridad de esta mujer arrugada les hizo saber que ya no estaban bajo el cuidado de sus padres; su sentido de supervivencia los llevó a obedecer y comenzar así, a aprender sobre el modo operandi de la nueva autoridad. Se formaron rápido en una línea horizontal. 


—No están en su casa, —explicó la mujer mayor— por lo tanto, no se pueden comportar de esta manera.
—Solo jugamos —explicó la única niña del grupo.
—En mi propiedad no se puede jugar.
—¿Usted es nuestra abuela? —la pregunta del niño que colgaba como pulga de la cortina momentos antes, le dio una idea a la bruja. 


Conocer la respuesta intrigó a los hermanos. Bingo.


—Sí. Y en casa de la abuela no se juega. Todo aquí es peligroso para ustedes y si tocan algo más, las que pueden ser sus futuras garras, dejarán de existir.
—¡Pero estamos aburridos! —reclamó el niño experto en decoración de suelos.
—Estoy muy vieja para cuidarlos a los tres con ojos de águila, quiero que se sienten y que no hagan escándalo.
—¡No! —protestaron al unísono. 


Tan pronto dejaron claras sus intenciones, se esparcieron para seguir con sus juegos. La abuela volvió a gruñir, extendió la mano y los tres niños fueron llevados a su lugar reciente frente a ella por una extraña fuerza. Fueron sentados y no se pudieron volver a parar. 


—Les dije que no se movieran de su lugar —reiteró.
—¡Usted es una bruja!
—Sí. Y si no se comportan, los voy a convertir en gusanos. 


La idea emocionó con creces a los niños, la magia opresora no les produjo más que curiosidad. 


—Pequeños, necesitamos entendernos. Si se comportan, los dejaré levantarse de ahí, pero si no, lo harán hasta que vuelvan sus padres.
—¡Eso será dentro de mucho tiempo!
—Entonces lleguemos a un acuerdo. Son pequeños, pero son más maduros que el infante promedio de este mundo. Bien podría dejarlos ahí y seguir con mi trabajo, pero si acceden a quedarse quietos y a obedecer, me quedaré con ustedes. 


Eso sonaba como un ofrecimiento muy liberal, pero para un niño, lo más factible y entretenido, era la opción de obedecer. 


—¿Y qué hará mientras está con nosotros? 


La bruja jaló una silla atrás de ella con magia y de un brinco se sentó. 


—Voy a nutrir sus mentes con un poco del pasado; el mundo que conocen no siempre fue el de hoy. Ha pasado por muchos cambios y les voy a contar uno de ellos.
—¡Una historia! —exclamó la niña, sus hermanos sonrieron receptivos.
—Así es. Les voy a contar una historia, niños... una que te enseña algo muy valioso. “Al momento en el que no tienes nada, también puedes tenerlo todo.”
—¡Eso suena imposible!
—Ya verás que no. ¿Alguno de ustedes ha escuchado ese grosero dicho que jura y asegura que los zorros son seres insignificantes e inferiores a los demás? 


Los tres asintieron coordinados.


—Pues para su sorpresa, hubo una época donde gran parte de un mundo fue dominada por los zorros y no había alma que se la pudiera quitar. Esa etapa de nuestra historia donde el poder se definía por el que fuera más fuerte en las guerras y batallas. También donde los seres no vivían en paz y armonía en un solo espacio, todo estaba dividido en mundos y zonas conquistadas.
—¡Wow! —las pupilas de los tres se dilataron por su emoción.
—Estos antepasados eran parte de un clan poderosísimo: podían entrar a mundos pertenecientes a seres inferiores sin problema, todo para satisfacer sus intereses nupciales.
—¿Nupciales?
—Sí, nupciales. ¿Quieren escuchar la historia? 


Himplaron infantiles como respuesta afirmativa. 


—Como ya les dije, esto sucedió hace mucho, mucho, mucho tiempo atrás. Cuando los que dirigían los mundos eran reyes poderosos...




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