El príncipe zorro de las nueve colas

1. Abandono

El reino de los zorros fue conocido y reconocido como el más abundante de todos a oídos de muchos, tanto en riquezas como en sustentos. Claro que había más coronas a sus alrededores, pero como ya se dijo, su éxito a la hora de hacer caer a las tropas enemigas era inmenso. Por cuestiones de debilidad, los atacados abandonaban sus edificaciones para huir a otro sitio y dejar su honor en esas paredes destruidas, o bien, en forma de cuerpos sin vida. 


El reino creció y creció, acumulando un total de ocho castillos invadidos. Las riquezas sobraban y llegaban más con cada victoria, fue entonces cuando la corona de los zorros decidió dar el siguiente paso a su majestuosa historia. El rey y la reina dieron una maravillosa noticia a su gente: en ese fértil y real vientre, se concebía un heredero varón, quién tenía como destino convertirse en un excelente guerrero. 


Te preguntarás... ¿para qué un guerrero si ya hay una fuerza armada que defienda el reino? Simple, por estrategia de esparcimiento. 


El príncipe fue caracterizado con ropas y maquillaje blancos, y una vez que cumpliera con todas las expectativas de la corona y demostrara grandeza en batalla, sería digno de recibir y dirigir su propio castillo. De tal modo, el terreno a conquistar sería aún más grande y además, habría alguien de quien estar realmente orgulloso. 


Las expectativas se cumplieron como si de un testamento se tratase. Durante su adolescencia, el príncipe participó en su primera batalla de conquista después de tanto entrenamiento y asesoro. Salió victorioso y aquellos con más experiencia en el arte de la guerra, aprobaron su eficacia. 


Las noticias del triunfo corrieron hasta llegar con el rey como el agua y los preparativos para la mudanza a su nuevo hogar, dieron comienzo. La corona, además de premiar la habilidad de su primer hijo con una nueva y enorme responsabilidad, quiso darle algo más… y encontraron lo ideal. Se le recompensó con la dicha de convertirse en un príncipe comprometido, es decir, una princesa. 


Ahora... no era una misión fácil. Había un grande problema y era, que el rey no vio a ninguna doncella en el reino que fuera lo suficiente decente o apta para pasar la vida al lado de su hijo y ni hablar de los vecinos. Por todas sus fechorías, se habían hecho muy mala fama con los seres cercanos. 


El rey buscó lo mejor para su heredero entre tantos pensamientos e ideas de líderes y llegó a la conclusión, de que la respuesta no estaba en su mundo. Una junta real tomó lugar, fue ahí donde ordenó a sus más fieles servidores encontrar a la doncella perfecta, fuera del reino y del mundo. 


Suena sencillo, ¿no? Descubrir a una linda y apta señorita, elegirla o no en base a algunos puntos de selección que el rey describió y como paso final, darle el comunicado a la suertuda doncella. ¿Leíste bien? Dije darle, no proponerle. Le harían saber a la "afortunada" y a sus semejantes, que por decreto del rey, la mujer sería llevada para desposar al príncipe, fuera cual fuera su estado civil. Hija, hermana o incluso madre... 


Las cosas no son del color de las rosas. Estos hombres tenían una misión, junto con una orden que no podrían quebrantar: «Una vez encuentren a la indicada, transpórtenla hasta acá... cueste lo que cueste.» 
Ojalá se hubiera referido solo al intercambio de minerales (o cualquier otra cosa que consideraran más útil, no tenían límites), pues ese era el plan "correcto" y el primero al que se recurría, pero sino, estos hombres tenían el permiso de la corona para arremeter contra todo lo que se interpusiera en el camino hacia la meta. En palabras más simples, convertir un pueblo entero en sangrientas y lúgubres cenizas si hacía falta para obtener a la doncella. No importa cuál fuera el pretexto o petición, se hacía lo que rey decretaba y punto. 


Las conclusiones fueron muy positivas y por fortuna, nada violentas (pero no generalicemos aún). El primer y en ese momento, único heredero, unió lazos con una joven muy linda y se instalaron en su castillo correspondiente. El ser al que ella pertenecía respetaba mucho a la nobleza, sea cual sea o de donde provenga, por ese motivo la unión fue una bendición. 


Los herederos directos venían y venían a la vida con el pasar de los años, todos varones por una extraña coincidencia. La orden de buscar a una doncella en los mundos cuando los príncipes se la ganaban, por su edad y desempeño, se volvió una costumbre, aunque claro, no muy bien aceptada por todos... 


Así es como llegamos al mundo de los elfos: seres muy codiciosos, pero también con un lado mágico y afectuoso. El lugar donde vivían se caracterizaba por los tonos verdosos de las múltiples plantas; ropas cafés con toques de hojas, olor a hierba por doquier y amor curativo en el aire. Una descripción muy general, pero eso no es lo que nos interesa ahora. Lo que se busca, se balancea en un columpio que cuelga de uno de los tantos árboles del lugar. 


Adela, una elfa con dones sanatorios naturales, de ojos color ámbar e hija única de veintitrés años. No era una chica exigente y su apariencia entraba dentro de las más bonitas. Aún con ese brillante cabello y piel morena, no era el cuchillo más afilado de la cocina, pero era feliz con su vida tal y como era. Jamás se le había pasado por la cabeza volver a alguno de sus tantos amigos algo más, pues la mayor parte de su interés lo invertía en el tiro con arco. 


Sentada sobre esa tabla de madera suspendida, le hacía grecas con una navaja al cuerpo de su fiel amigo lanzador de flechas, al mismo tiempo que respetaba el espacio de las duras raíces que hacían de adorno. 
Los pedazos de madera caían a la hierba al compás de su artístico tarareo vocal. Imaginaba en un segundo plano lo que era estar bailando en una de las tantas fiestas que se hacían en dicho mundo. Sí, bailar, uno de sus pasatiempos favoritos, en lo que ocupaba su tiempo cuando no chocaba con sus padres. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.