El príncipe zorro de las nueve colas

2. Las máscaras ocultan más que un simple rostro

Adela fue acompañada por la consejera del príncipe naranja durante algunos minutos y cuando lo creyó pertinente, la escoltó a un salón con pilares dorados. Ahí es donde se encontraban los nueve hermanos y los tronos del rey y la reina. La mujer real poseía un gran peinado rojizo lleno de destellos y adornos brillantes, los cuales, hacían juego con su voluminoso vestido: la tela era blanca, pero todos esos encajes hechos con hilo dorado lograban hacer un contraste hermoso. Otro propósito que tenía el gran peinado era sostener su corona: tenía demasiados adornos preciados como para contarlos, estaba tapizada en joyas y diamantes que casi perdía la forma. El rey no tenía un aspecto diferente: su vestuario hacía juego con el de su reina, aunque la larga cabellera de él (peinada en una muy elaborada coleta) era canosa, probablemente tuvo un cabello rubio en sus mejores años. Y por supuesto, no podemos olvidar esas orejas de zorro, no por nada los hijos las tenían. No era posible ver más piel además de la de su cuello y rostro, pero no era un hombre nada débil. 


Ambos dejaban ver una índole firme, una que no se doblegaría ante ninguna súplica. Decir que no tienen escrúpulos es demasiado, aunque tal vez, no es una idea muy alejada de la realidad. 


El gran salón real tenía un precioso piso de resina, uno que dejaba ver varias incrustaciones de diamantes y geodas; era claro que deseaban mostrar sus incontables riquezas. Paredes, techos, muebles, todo tenía al menos algo que podría valer fortunas, esta gente se bañaba en abundancia desmedida. 


Aún con toda esta vista, Adela no quedó ni un poco sorprendida, lo único que podía pensar, era en lo prepotentes que se veían los gobernantes de esta sociedad. Dejando de lado eso, nuestra futura princesa se enteró del motivo por el cual había sido llevada ahí, la consejera se lo hizo saber: 


—Cuando esta presentación concluya, usted y el príncipe tendrán un momento a solas mientras todo se prepara para la ceremonia. La costumbre dicta, que ambos reposen en las zonas verdes fuera del castillo. 


Escuchar eso capturó la atención de Adela (su parte consiente pajareaba), ¿era una opción para escapar? 


—No se emocione, señorita, —la consejera leyó sus pensamientos, agachó la cabeza y cerró los ojos— no hay posibilidades de huir después de pisar este castillo. No se desgaste en intentarlo.
—¿De qué me habla? —contestó falaz.
—Se me comunicó que desde su escolte, ha hecho lo posible por liberarse de las ataduras que la condenan a su futuro incierto. No crea que la costumbre recién mencionada está romantizada, se sigue ese proceso para dejarla ver por última vez los exteriores. Una vez posea el brazalete real, no volverá a ver más allá de las paredes limitantes. Las princesas no salen de la propiedad para casi nada, a menos que sean escoltadas por un soldado de manos competentes. 


La tranquilidad con la que la mujer hablaba no logró contagiar a Adela. Todo apuntaba a que iba a estar encadenada a un solo lugar, sin la posibilidad de volver a ver los bellos horizontes. 


—¿Y para qué tan lindo gesto? —preguntó impotente, casi a punto de llorar.
—Debe de tener muchas dudas respecto a lo que sucederá a partir de hoy; su prometido es el responsable de sacarla de la ignorancia e incertidumbre. Puede preguntar cualquier cosa y por respeto, se le debe de contestar con la verdad. 
—Uy... muchas gracias —gruñó sarcástica.
—Si quiere una versión más linda... esta reunión hará el papel de conquista entre el príncipe y usted. Serán valiosos minutos donde se conocerán y posterior a eso, se casarán; tómelo como un sin fin de encuentros reunidos en tan solo segundos de vida. 


¿Se puede ser más duro con la verdad? Tal vez sí. La mujer ya había puesto de mal humor a Adela con su brutal sentido del humor, entonces, decidió poner atención a lo que pasaba cerca del rey y la reina. Los príncipes habían estado arrodillados por varios minutos en una fila vertical y en total silencio frente a los tronos. Podría ser por disciplina o respeto, pero sin duda, era un acto importante y no evitable. Una vez la etapa terminó, se levantaron, se formaron de atrás hacia adelante, de mayor a menor, con un par de metros de distancia entre sí y pasaron uno a uno frente a las coronas. 


El rey fue el único que contestaba a los reportes que se le daban, la reina parecía estar hecha de piedra debido a su profundo silencio. Los príncipes recibieron reconocimientos verbales por su desempeño en batalla, había uno que otro señalamiento, pero sin rastro de hostilidad. Cuando el príncipe morado se despidió cordial tras haber dado su reporte obligatorio, se fue por el mismo camino que sus hermanos mayores y por fin, tocó el turno del príncipe naranja. 


La corona hizo una seña discreta con la mano para indicarle que podía avanzar y así lo hizo, pero con timidez. Hizo el mayor esfuerzo para que sus pisadas con eco se vieran seguras y cuando llegó al punto preciso, dejó su arma en el suelo como otra muestra de respeto, donde la navaja podía apuntar a todos lados, menos a los tronos. 


Adela pensó que la conversación iba a comenzar igual de bien que con los hermanos, llena de felicitaciones no exageradas aunque sinceras, sin embargo, fue todo lo contrario: 


—Me dijeron que por tu causa hubo un retraso —el rey miró al príncipe fijo—. Tu ejército fue el último en reunirse con el resto. 
—Me avergüenzo de haber demorado. Algunos contratiempos y problemas en la batalla me impidieron ser puntual.
—Es tu deber pensar para lidiar con ellos y no afectar a los demás; espero no tener que llamar tu atención de nuevo por esta incompetencia. Sé que tu atraso no afectó la ceremonia debido a que también hubo inconvenientes con tu prometida; los horarios se aplazarán sin problema por esta desafortunada coincidencia. No obstante, es preciso que entiendas una cosa, dicho infortunio no te da el derecho de ser inhábil y tardío, no me provoques decepción de nuevo. No es de mi agrado la idea de perder a un soldado al que ya se le invirtió mucho tiempo y al que al parecer... se le tiene que invertir mucho más. Te concederé la ausencia de una pena por esta ocasión, dejaré que tengas los mismos privilegios que tus hermanos previo a sus nupcias. 




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