El príncipe zorro de las nueve colas

4. La intimidad no se limita al sexo

Formar parte del reino después de tanta negación fue un gran paso que Adela dio durante los últimos tres días en el castillo. 


Nuestro príncipe también tenía sus responsabilidades educativas y fue durante la iniciativa para realizar una de esas que vio a Adela siendo parte de su "cultura". La princesa se había reunido con un redactor de libros informativos para dar a conocer infinidad de datos y notas sobre la especie de los elfos. Por razones de ignorancia también se tuvieron que corregir muchas falsas creencias respecto a estos seres, pues la imaginación de los zorros voló más alto de lo debido. 


—¡Claro que no tenemos tres ojos! ¿Para qué querríamos uno más? 


El redactor cedió a los reclamos y rayó los escritos incorrectos para comenzar a escribir (a toda prisa) los nuevos. Liam por su parte (y detrás del librero por donde espiaba), sonrió orgulloso, le agradaba ver el avance que su princesa tenía; una cosa positiva entre tantas complicaciones no le cae mal a nadie. 


Tres noches más cayeron posterior a esto y nuestro príncipe se hallaba en la habitación trabajando en una más de sus labores educativas. Su cabello agarrado en una coleta, una pluma de fuente bañada en tinta y el constante movimiento de sus orejas dejaba ver lo concentrado que estaba. Ni siquiera Adela logró romper esa sensación cuando entró a la zona de reposo con su acostumbrado alboroto: 


—¡Qué día! Estos hombres no se cansan de hacer preguntas. Jamás pensé que relatar mi vida y mis costumbres fuera tan agotador... —esperó un comentario por parte del príncipe, pero ninguno llegó. 


Torció la boca para mostrar su decepción y se tiró de espaldas en la cama para liberar tensión... mala idea. Había olvidado el gran hueco que hay en el colchón, ese que da lugar a las nueve colas de su príncipe al dormir. Un pequeño chillido fue el que exclamó cuando quedó sumida en él con todo y cobijas, una escena muy cómica y que sorprendentemente no fue vista por Liam. Mientras él continuaba con sus labores, ella y su orgullo se las arreglaron para salir de aquella prisión con cautela y un poco de desespero; estamos de acuerdo en que la posición de espagueti torcido en un pozo no es nada cómoda, ¿verdad? 


Entre jaloneos y gruñidos silenciosos logró salir y poder respirar a gusto. Acomodó las cobijas, su vestido y peinado para fingir que nada había sucedido. 


—Y... ¿no dormirás aún? 
—Debo terminar unas cosas antes —contestó sin voltear a verla. 


No hubo tiempo de una respuesta y una suave lluvia bañó el exterior. Era la primera vez que Adela veía dicho fenómeno en este lugar y tuvo que admitir lo maravilloso que era. No se veía como una llovizna común y corriente, era algo sumamente mágico: parecía que cada gota traía consigo un diamante en su centro y al impactar con el suelo, dejaba ver un fin de brillos esparcidos por todos lados. No había ni una fuente de luz y aún así se podían apreciar los brillares de la naturaleza. 


—Vaya... —recargó los codos en la base de la ventana y observó con detenimiento— esta lluvia es la primera cosa en este lugar que logra embobarme así. Vayamos a jugar —señaló el exterior como una pequeña e intrépida niña.
—Perdón, no escuché lo que dijiste —respondió Liam sin prestarle toda su atención.
—Vayamos a disfrutar este regalo de la naturaleza más de cerca. 
—¿Disfrutar? No te entiendo. ¿Por qué quieres empaparte? A menos que sea estrictamente necesario, no hay motivo válido para salir y mojarte. No es apropiado —dio seguimiento a su escrito. 


Adela frunció el ceño sin poder creer lo que había escuchado. ¿Quién se niega a un rato de diversión? ¿Apropiado? Lo bueno de nuestra protagonista es que sabe ser independiente. 


—Bien... pues si tú no vas yo iré sola, no te necesito. 


Los pasos apresurados de Adela activaron el radar de Liam: movió su oreja derecha al reconocer el correr de su princesa y cuando volteó, solo se encontró con una puerta abierta. Bien pudo dejarla hacer lo que quisiera, pero eso implicaría una llamada de atención para él. No es que le tuviera miedo a la reprimenda, sin embargo, lo último que quería es una decadencia en el comportamiento de Adela. Dejó de lado su trabajo y trató de alcanzarla. 


Y así es como llegamos a esta conmovedora escena, donde ambos príncipes corren como un par de pequeños solitarios en el castillo. Sus sombras avanzan a toda velocidad por entre el resplandor de las múltiples ventanas con luz azulada. 


—Una princesa no debería correr a estas horas de la noche —llamó sin éxito y sin dejar de correr tras ella. Solo puede pensar en cómo le molesta tener tacones, pero corre como si estuviera en un maratón.
—Alcánzame si puedes, Zorrito. 


Adela empujó el par de puertas que le dieron acceso a la libertad húmeda y se bañó bajo las múltiples gotas de agua. Liam se detuvo en seco antes de cruzar el borde de la puerta, muy parecido a como si estuviera frente a un peligroso abismo. Vio las ondas en los charcos y retrocedió un paso. Su objetivo estaba tan cerca y a la vez tan lejos... 


La exclamación alegre de Adela lo hizo salir de su trance, la mujer daba finas vueltas bajo la lluvia sin importarle la preocupación de su príncipe al borde de la puerta. 


—Adela, volvamos adentro —pidió insistente y con miedo de que una gota lo alcanzara.
—Lo siento, no escucho tus ridículas peticiones, me estoy divirtiendo. Deberías hacer lo mismo —lo salpicó al patear un charco de agua. 


Liam se alejó aún más del exterior, intentó evitar los múltiples ataques que Adela le propinaba cada vez más cerca. 


—Adela, basta...
—Vamos, ¿el señor voy a todas las guerras no puede vencer a una doncella bajo la lluvia? Comienzo a dudar de tu capacidad, Liam.
—Esto no es ninguna guerra, volvamos adentro... —un ataque alcanzó su rostro, ni siquiera sus reflejos pudieron evitarlo. Para cuando volteó la cabeza ya estaba empapado. 




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