El príncipe zorro de las nueve colas

10. El umbral de la decadencia

Los ejércitos partieron rumbo a sus posiciones al estar listos. Los soldados marchaban al compás del trote de los caballos que transportaban a los generales, llevarían la victoria al castillo central sin lugar a dudas.

Los príncipes tomaron sus respectivos caminos al llegar al punto de separación, prometiendo como siempre reencontrarse en el punto de reunión.

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Tal y como se había previsto, todo salía a pedir de boca. Los enemigos cayeron uno tras otro al no poder hacerle frente al clan. Creyeron llevar la ventaja cuando sacaron su arma letal, la solución piraña, más se quedaron con las bocas abiertas al ver que ningún ejemplar cayó aún al estar bañado en fango mortal.

Fue muy cómico ver a varios tener lanzas atravesadas en sus pechos y aún así, no pudiendo creer que el enemigo se había vuelto inmune. Fue el mayor error que pudieron cometer, mostrar su arma secreta. O mejor dicho, ¿sí era esa su arma secreta?

La guerra estaba casi ganada, solo unos cuántos ejemplares daban pelea a los soldados por mero honor.

El ejecutor del ejército de Liam hacía su trabajo, se encargaba de dar punto final a los caídos y hay que decir que lo hacía con mucho entusiamo y burla. Liam se percató de esta actitud y de los comentarios despectivos hacia los fracasados desde el principio. Pudo hacerle un llamado de atención al soldado, pero por estar enfocado en su deber principal lo dejó pasar.

El matador terminaba con la vida de un caído, estaba tan concentrado que no se percató de lo que ocurría atrás de él.

Uno de los enemigos supuestamente aniquilado con la falta de un brazo y otras heridas mortales volvió a la vida inexplicablemente. Comenzó por convulsionarse sin perder el control y se levantó amenazante. Recto, como si de un robot se tratase.

La mandíbula le comenzó a temblar horrible, parecía que le habían metido una dentadura a cuerda, con dientes de cierra afilada, que se cerraban y abrían con violencia. El horrible sonido que creó el movimiento fue lo que alertó al ejecutor.

Ver a esa bestia jadear, andar como el muerto viviente que era y ser víctima de esos ojos desquiciados dejó sin poder de acción al ejecutor por breves instantes. El enemigo no demoró más en saciar sus ansias de sangre fresca y se lanzó al ataque. De no ser por el entrenamiento de nuestro verdugo hubiera caído desde un inicio, por fortuna actuó a tiempo para mostrar resistencia. Lo que no sabía es que su fuerza ya no era suficiente. El rival había adquirido una fortaleza descomunal y ganó el forcejeo.

Se deshizo del arma que lo detenía y le propinó un par de mordidas a nuestro aliado. Una en el rostro y otra que lo dejó sin mano. No hacía falta una definición extra además de sus gritos desgarradores para saber lo dolorosa que había sido la mutilación. De un momento a otro se quedó sin mejilla y sin su extremidad dominante.

La bestia lo arrojó al suelo para terminar de darse su festín, volvió a chocar su dentadura con violencia como muestra de excitación, más no pudo llegar a su tan preciado climax. La navaja de la lanza naranja atravesó su cráneo por entre los ojos, dejándolo paralizado.

Su rostro deformado se había partido por la mitad. El cuerpo cayó como tabla, dejando de moverse.

Liam llegó corriendo y auxilió al ejecutor que no había dejado de gritar desesperado; su intenso dolor le provocó ansiedad, desorientación y aturdimiento. Las heridas comenzaron a echar espuma, como si se les hubiera inyectado veneno. El hombre no se veía nada bien.

El príncipe quiso darle confianza verbal mientras detenía la hemorragia, hasta que un agudo dolor a su costado lo hizo cortar su voz.

No era posible, el enemigo, aún con la lanza atravesada en su rostro se levantó lleno de temblorina, una rabia muy rara. Solo que ahora, una enorme navaja había remplazado su brazo faltante. Rio desquiciado, era su manera de mostrar alegría por haber herido a una nueva víctima. Pero aún faltaba más...

—Es un soldado modificado —dijo Liam sin poder creer lo que ve.

Tan pronto terminó de hablar, tentáculos agresivos salieron por las heridas del rival. Sin duda el contacto con los mismos no terminaría nada bien. La presente abominación ya no era un humanoide, era un engendro creado por la parte más enferma de la naturaleza.

Liam entendió que la solución piraña solo era una distracción del problema real. Los soldados modificados eran parte de un mito, no podía creer que tenía a un ser de tal tipo frente a él.

Una sonrisa deformada en la presente abominación fue lo que detonó el nuevo ataque, mismo que no tuvo tiempo para tomar lugar. El príncipe no titubeó más. La lanza aún clavada fue aprovechada en su mismo lugar para rebanar a la rara especie por la mitad. Volvió a caer como tabla, pero para asegurarse, había que desintegrarlo. El zorro atravesó una de las partes firmes en el cuerpo y lo arrojó a un sin fin de incendios en la lejanía. Una explosión hubiera sido buena, pero el cuerpo solo se calcinó.

Con las amenazadas eliminadas, el príncipe volvió a atender a su aliado.

—Estarás bien, no cierres los ojos y presta atención a mi voz —acomodó la lanza en su espalda y cargó al hombre.

Tras caminar un poco, se encontró con sus hombres, ellos recibieron el cuerpo. Sus seguidores más cercanos mostraron preocupación por la sangre en su ropa, pero el príncipe afirmó su bienestar y les ordenó seguir adelante.

Liam había ignorado la herida de navaja sangrante que tenía en su costado por cumplir con su deber como general, pero después de unos pasos no pudo hacerlo más. El corte comenzó a ser molesto y lo que empezó como un sangrado leve se convirtió en hemorragia.

Parecía que la navaja usada poseía una sustancia que bloqueaba la coagulación. La sangre no dejaba de salir ni aunque le aplicará presión. Todo era una sucia artimaña más.

El príncipe nunca experimentó tal cosa antes, ni siquiera con heridas más graves (su genética y sangre real siempre lo respaldó), por ende, la situación actual lo llevó a un nivel de estrés muy elevado.




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