Narra Ifigenia
La fiesta a la que me invitaron el fin de semana no estuvo tan buena, pero para ser honesta, no fui. Han pasado tres días desde lo sucedido y no puedo olvidar. No entiendo por qué me duele tanto si todo esto es solo un juego tonto que yo misma empecé.
Cuando llegué al colegio, vi a Samuel y Heidi en el portón. Ellos son los únicos amigos que tengo en toda la escuela.
- Hola amigos - dije con desánimo.
- Buenos días, Ifigenia. ¿Cómo estás? - preguntaron los dos al unísono.
- Bien - respondí, tratando de disimular una sonrisa. - ¿Y ustedes?
Estuvimos conversando por unos minutos hasta que sonó el timbre para entrar a clases.
Mientras estaba en mi casillero, agarrando mis libros, vi a un hombre de tez morena y ojos café pasar frente a mí. Llevaba un traje muy formal y se dirigía al salón de literatura.
Y para mi buena suerte, me tocaban tres horas seguidas de literatura.
Entré al salón con la cabeza gacha y me senté en las últimas sillas. Estaba concentrada en la lluvia que se veía por la ventana cuando entró el director con el hombre de tez morena que había visto antes.
Pero ¿quién será él? ¿Por qué está aquí? ¿Dónde está James?
- Buenos días, alumnos - dijo el director con tono serio.
- Buenos días - respondimos todos al unísono, mostrando respeto.
- El señor Thomas será su nuevo profesor de literatura - anunció el director, mirando a todo el alumnado.
No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Dónde estaba James? ¿Por qué se fue? No entendía nada.
- Buenos días, alumnos. Yo seré su nuevo profesor de literatura y espero llevarme bien con todos - dijo el nuevo profesor, interrumpiendo mis pensamientos. Las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos.
- Profesor - dije con mucho respeto -, lo siento, pero no me siento bien. ¿Cree que puede dejarme ir y me pondré al tanto de todas las tareas después? - Mentí. Tenía que averiguar dónde estaba James. No podía irse así como un cobarde.
- Está bien, señorita. Le daré el permiso, pero tiene que ponerse al tanto de todo después. Puede salir - dijo el profesor con seriedad.
Tomé mis cosas lo más rápido que pude y salí del salón. Al llegar al portón, vi el auto de James en el estacionamiento, pero ¿dónde estaba él? Me acerqué al auto, pensando en lo que le diría, y pasaron 15 minutos hasta que finalmente se asomó por la salida y se acercó a su auto.
Tenía puesta una chaqueta de cuero negra, jeans azules y una camisa con los primeros botones desabotonados. Se veía realmente hermoso.
Nuestras miradas se encontraron como si tuvieran imanes.
- ¿Qué haces aquí, señorita Rodríguez? Debería estar en su clase de literatura en este momento - dijo con frialdad, doliéndome sus palabras.
- Lo estaría, pero mi verdadero profesor no se ha presentado - respondí con voz llena de esperanza. - ¿Por qué te vas? ¿A dónde vas? - pregunté con voz dolida que ni yo misma entendía.
- Eso es información confidencial. Los profesores no tienen por qué dar explicaciones a sus alumnos sobre lo que hacen en su vida privada - respondió con seriedad, pero sé que le dolía irse.
- Sí, pero tú y yo somos más que profesor y alumna. No entiendo - dije, sabiendo que yo era la que había arruinado todo.
- Creo que no entendiste cuando te dije que no quiero volver a verte. Me voy solo. Fui solo un juego para ti y tú solo eres un juego para mí. Así que, niña mimada, quítate de mi camino que llego tarde - dijo, abriendo el auto y dejando sus cosas en la parte trasera.
- ¿Cómo puedes decirme esto? Después de lo que pasó, tenemos que hablar. No puedes dejarme así. No quiero un nuevo profesor, te quiero a ti - dije, agarrándolo por la chaqueta. Mis lágrimas corrían por mis mejillas y un "te amo" amenazaba con salir de mi boca, desde lo más profundo de mi corazón.
- No vengas a chantajearme con esas falsas palabras y esas lágrimas. Me mentiste. Solo fue un juego. Y mira el lado bueno de todo esto: podrás tener sexo con tu nuevo profesor - dijo con ironía.
Cuando escuché esas palabras de su boca y sentí cómo mi corazón se rompía en miles de pedazos, lo solté y él entró al auto, arrancó y me dejó ahí, con el corazón en la mano y las lágrimas en mis ojos.
Se fue. Él se fue para siempre.
Narra James
Estaba en mi auto, a una distancia donde ella no pudiera verme. La observé por un momento y noté cómo caía de rodillas en el estacionamiento, llorando. Una parte de mí quería correr hacia ella, pero por otro lado, soy demasiado cobarde y tenía miedo de que todo fuera una puesta en escena para seguir lastimándome.
Y sin darme cuenta, las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.
- Te amo, Ifigenia Rodríguez - dije llorando. - Te amo como nunca amé a nadie.
Esta niña se metió en lo más profundo de mi corazón, pero no soportaría escuchar que me confirme que lo nuestro fue solo un juego.
Es mejor que el amor tome distancia.