Londres, Una Semana Después del Colapso
El aire en el búnker abandonado de El Fénix bajo Londres olía a derrota y a metal quemado. Seraphina se movía entre los restos de sus equipos, su hermoso uniforme de combate rasgado y cubierto de polvo de mármol.
Sus mercenarios la observaban con miedo. Ella había perdido el Archivo de Ícaro y, más recientemente, el control de la Cripta de los Cronistas. Todo por culpa de Kira Rourke y Vance Aelarion.
Un teniente se acercó, temblando. —Hemos asegurado los datos de la Cripta, Comandante. Solo quedan nombres, sin activos. El dinero... se ha esfumado.
Seraphina alzó la mano. No había furia explosiva, solo una frialdad absoluta. Su ira era ahora una cosa calculadora.
—El dinero es un recurso limitado. El tiempo no lo es.
Ella se dirigió a una caja fuerte y extrajo un pequeño artefacto: un reloj de arena en miniatura, tallado con runas atlantes. Era un objeto que había recuperado de un coleccionista privado, robado antes de la caída de la Cripta, basándose en la información que Victoria le había legado.
—El Cónclave siempre tuvo miedo de este artefacto —murmuró Seraphina—. Pensaron que era demasiado poderoso, demasiado inestable para manipular el pasado. Lo sellaron y lo llamaron el Protocolo de Cronos.
El Último Secreto.
Seraphina no había perdido todo. Ella tenía el conocimiento final del Cónclave, el que Victoria le había entregado: la clave para localizar el artefacto capaz de reescribir la historia.
—La Vigilancia puede destruir mis activos, pero no puede destruir el pasado —dijo Seraphina, girando el reloj de arena en su mano.
Ella proyectó un mapa holográfico: el Océano Ártico, marcado con una coordenada exacta en el fondo marino.
—El Protocolo de Cronos está en la última Bóveda Geotérmica sellada. Para abrirla, necesitan el Pergamino de Metal... ese pequeño mapa que el Profesor Aelarion guarda con tanta devoción.
—Comandante, no podemos enfrentarnos a La Vigilancia en el Ártico —objetó el teniente—. Su base está en el Atlántico.
—No vamos a enfrentarnos a ellos, Teniente. Vamos a atraerlos —Seraphina sonrió, y en sus ojos se encendió el fuego de la venganza.
El Desafío Final.
Seraphina tomó el micrófono de comunicaciones y grabó el mensaje que enviaría al nuevo cuartel general de La Vigilancia en las Azores.
—Capitana Rourke, Profesor Aelarion... —Su voz era seductora, casi meliflua—. Disfruten de la paz. Les he dejado una pequeña pista en su nuevo cuartel general. Yo ya voy de camino al Ártico. Tienen el Pergamino, pero yo tengo el tiempo. La próxima vez que nos veamos, Capitana Rourke, será en un día diferente.
Seraphina finalizó la grabación. Luego, tomó un pequeño nanodrón y adjuntó una miniatura del reloj de arena que había recuperado.
—Envíen este mensaje. Luego, desplieguen el jet de ultralarga distancia. Nuestro destino es el Círculo Polar Ártico. Si el Pergamino de Metal es la llave, la desesperación de La Vigilancia será nuestra ganzúa.
Seraphina miró a la salida de emergencia por donde Kira y Vance habían huido. Esta vez, la victoria no sería por el poder, sino por la anulación de sus enemigos. El juego final había comenzado.