Me levanto un poco tarde, la vigilancia nocturna de esta semana me tiene agotado, y sigo sin descubrir nada nuevo. Ya los alumnos están en clase, paso por la cocina a recoger mi café y un pedazo de pan blanco.
—Buenos días papá
Nuestra relación sigue siendo la misma, como si aquella discusión no hubiese pasado, pero me he reservado el contarle lo que observado en algunas noches una vez a la semana.
Termino de firmar los papeles que debo entregarle a Chester para que autorice el chequeo médico a los estudiantes. No de muy muy buena gana mi propuesta ha sido aceptada y me autoriza a comenzar después del horario de descanso en la tarde.
Con las palabras de papá en mi mente hecho en el buzón la carta dirigida al ministerio de salud con respecto a la alimentación de estos chicos, tal vez no pueda descifrar o arreglar las cosas que pasan en este lugar, pero si lo que esté a mi alcance. Hasta la tarde no tendré trabajo, el aburrimiento me está consumiendo, dar vueltas por la oficina, golpear la pared con una pequeña pelota o revisar cada medicamento del botiquín no sirven de nada y término lanzándome al sillón.
Limpio la baba en mi rostro, al parecer me he quedado dormido, miro mi reloj, ya son más de las cuatro, debo comenzar con el chequeo. Tengo empezar para adelantar lo más posible hasta las siete, horario para la cena, ya después seguiré con los que queden hasta el toque de queda.
Miro por la ventana mientras organizo mis ideas. Y ahí la veo a esa pobre ángel desamparada sentada en un rincón leyendo tranquila, como si nada pudiera interrumpirla. Suena la campana y levanta la vista —creo que eso pudo interrumpirla—.
Bajo rápidamente, todos los alumnos están formados en el vestíbulo, les pido que formen según su número de ingreso frente mi despacho, van entrando uno por uno. La mayoría en buen estado de salud algunos pocos con gripe, pero noto un problema con los pesos de estos chicos, en su mayoría son muy delgados para sus tamaños, espero arreglar este problema con mi carta y que tengan una alimentación balanceada. Vuelve a tocar la campana, ya son las siete, como vuela el tiempo cuando uno está ocupado. Los chicos se dispersan como por programación, creo que yo también debo darme un baño y comer algo.
Estoy exhausto, el sueño del mediodía no recargó bien mis pilas, la buena noticia es que podré terminar con todos los chequeos hoy. Quedan diez minutos para el toque de queda y por suerte esta es la última habitación por visitar y a mi placer es la que queda frente a la mía, menos mal, no más escaleras. Dejo que mis nudillos golpeen la puerta.
—Adelante —me permite una dulce voz que creo que reconocer. Es ella, está sentada sobre su cama en su camisón largo y blanco leyendo algún libro su hermoso cabello cae suave sobre sus piernas.
—Perdone señorita Lee, vengo a hacerle el chequeo médico, espero no interrumpirle. —respondo a través de un filo entre la puerta y el marco.
—Está bien —ella marca su libro y me ofrece que tome una silla que pongo a su lado. — ¿duele? —me pregunta curiosa.
—No —sonrío ante la curiosa idea. — ¿Qué te hace tener esa idea?
Abro mi maletín y saco de él mi estetoscopio. Abre nerviosamente los ojos al verlo. Me desconcierta su reacción ante un elemento de rutina .Su rostro palidece más de lo normal y empieza a gritar —Me alegro que en esta posición del pasillo nadie la oiga, o podría pensarse otra cosa. —Con las manos le pido que se calme
—Por favor no grites. —guardo el útil de vuelta al maletín. —Ya lo guardé, ves.
—Aleja esa cosa, aléjala de mí .Eso mato a mamá y papá, ¡Aléjala! —me grita, chilla y se encoje lo más que puede cubriéndose con la manta. Lágrimas brotan de sus ojos sin consuelo. Esto me asombra y asusta a la vez.
Intento calmarla.
—Tranquila, no lo usaré si no quieres —le digo suavemente
. Ella intenta respirar con normalidad y calmarse, me siento en la cama para poder secar sus lágrimas con un pañuelo y ella recupera la compostura, pero sigue muy nerviosa.
—Es solo un objeto para escuchar tu corazón —intento explicarle, pero me extraña que una chica tan inteligente no sepa eso.
—Eso mató a mis padres —repite —no lo quiero cerca.
Tal vez sus padres padecieron alguna enfermedad cardíaca, y eso es lo que causa tal reacción. Lo mejor es seguirle la corriente para que pare de gritarme, creo que esta chica necesita atención.
— ¿Qué edad tenías cuando murieron tus padres? —me aventuro a preguntarle.
Su fría mirada es desconcertante, es como si todo su rostro pasar de ser dócil a ser terriblemente amenazador.
—Eso no le interesa —contesta, apretando aún más la sabana contra su piel.
— ¿Puedes contarme que fue lo que pasó? —Guarda silencio, al parecer no quiere hablar de ello ahora. —Hey, no pasa nada —intento tomar su mano en un intento de reconfortarla, pero la aparta.
No debí haber sacado el tema, al parecer es muy duro para ella. Debo ganarme su confianza si quiero que hable conmigo. Los niños huérfanos casi siempre tienen problemas de confianza, se sienten desprotegidos y amenazados.
Suenan las campanas y la escuela cambia a un total silencio, me retiro de su habitación hacia la mía cerrando la puerta al marcharme. Cruzo al otro lado del pasillo para entrar en la mía, la paz me hace tanto bien. Me abalanzo sobre mi cama para abrazar mi almohada. No puedo dormir, los pensamientos recorren mi cabeza.
Que será el pasado de esa chica, sus palabras fueron realmente raras, quiero conocerla a fondo y tratar de ayudarla. Perder a tus padres puede ser horrible y lo sé por experiencia, nunca conocí a mi madre, abro el relicario en mi cuello para ver la foto que conservo de recuerdo, a pesar de que la imagen está en blanco y negro puedo imaginar sus mejillas rosadas y su cabello rubio.