(…)
— ¡¿Cómo te atreviste?! — el golpe hace eco en la habitación vacía.
Prefiero no contestar, eso puede ponerlo peor.
— ¿No me digas, el doctorcito te ha conquistado? —vuelve a golpearme, esta vez en el rostro. —Entra.
Señala la tina llena de hielo.
—No —vuelve a golpear con más fuerza mi espalda desnuda.
— ¡Que entres te he dicho!
Cumplo con sus órdenes, con la poca fuerza que tiene mi cuerpo me levanto apoyándome en la tina. Me detengo, vacilante, a mirar los cubos de hielo en su interior. Miro atrás y no sé qué es peor, la mirada amenazante de Chester o los grados bajo cero que le esperan a mi cuerpo.
Sé que esto no es por lo que he revelado, sé que esto es porque está celoso de James, y mucho, no por amor, sino por posesión, James tiene una parte de mí que nunca le he dado a nadie.
Siento como de forma violenta me toma por el pelo y me obliga a terminar de entrar, me sumerge. Lucho por insisto por sacar la cabeza del agua, siento como se paralizan mis pulmones, como todo en mí se contrae.
Intento poner las manos a ambos lados de la tina pero resbalo con la humedad del mármol. Finalmente la misma mano que me condena me levanta.
El aire entra desesperado a mis fosas nasales, aspiro todo el posible por la boca, mis pulmones vuelven a abrirse, aunque los sigo sintiendo pequeños por el frio. Con mis brazos intento arropar mi cuerpo. El frío hace que mis dientes castañeen.
—Te quedarás ahí un rato. ¿Cómo te atreves a decepcionarme?
Es extraño pensar que este hombre crea que le debo algo.
— ¡Responde! ¿Obedecerás a partir de ahora?
—Si, padre.
(…)
El día ha llegado, debo irme, son solo unos días pero siento que se sentirá como mucho más tiempo, me paro frente a su puerta, la despedida será difícil.
—Entra, sé que estás ahí. —dice Amy y yo obedezco.
Ella está sentada sobre su cama, con la cabeza gacha, su peo deslizándose sobre sus hombros.
—No quiero que estés tristes. —me acerco poniéndome de rodillas frente a ella —Volveré por ti —aparto sus manos de su cara para besarla. —Regresaré pronto.
— ¿Lo prometes?
—Claro que sí.
—Me sentiré sola.
—Creí que no necesitabas a nadie.
—Me acostumbré a necesitarte a tí. —esa sola frase hace que mi corazón retumbe.
Mis labios se juntan con los suyos, esta vez soy un poco más valiente a ceder a mis sentimientos, el sonido de nuestras bocas soltándose y juntándose se pega en mis oídos, mi lengua moviéndose junto a la suya.
Mis ojos quedan fijos en los suyos, me pierdo en ese azul tan profundo con el mar y tan alegre como el cielo.
—Te amo, y no te abandonaré. —doy un último beso en su frente —Ahora debo irme.
—Está bien.
—El otro doctor que vendrá es de mi entera confianza, si necesitas algo de él díselo. Dale a él tus telegramas para que me los envie.
Con un último beso la dejo allí, sentada en su cama, voy a mi habitación a tomar mis maletas. La escalera se me hace infinita y cuando llego a su final puedo divisar del auto de Ann que me espera. Ella al contrario de estos días no luce muy feliz, un par de ojeras negras cruzan su rostro. Está callada, serena, con el vestido de mangas largas y hasta los tobillos que traía el día que la conocí.
Pongo mi equipaje en la parte de atrás y ocupo la parte del copiloto.
— ¿Estás bien? —me animo a preguntarle.
—Si
—No parece que estés bien.
Ella suelta un suspiro, pero sigue en silencio, un silencio que dice más que mil palabras. No quiere hablar sobre ello y debo respetarlo, como ella lo hace conmigo.
—Solo quiero que sepas que seguiré aquí para cuando quieras contarlo.
Ella asiente.
El silencio hace el viaje más largo de lo que realmente es, ver árboles y carretera no es muy divertido que digamos. Pronto los arboles empiezan a ser menos y el paisaje a cambiar. La pequeña ciudad comienza a abrirse paso. Ann detiene el coche en el estacionamiento de un hotel, tal vez no de lujo, pero muy hermoso.
Un mozo toma nuestro equipaje, Ann recibe las llaves en el mostrador, son las pimeras palabras que oigo salir de su boca.
Dejo las cosas en mi cuarto, ya es tiempo de hablar con ella. No llamo, solo entro, quiero evitarme que me dé una negativa.
Ella se voltea sorprendida al verme, deja la ropa que doblaba sobre la cama.
— ¿Qué haces aquí?
—Quiero saber que te pasa, la duda me está matando. Siento no poder respetar tu espacio —intento explicar todo lo que pasa por mi mente ahora mismo.
—Lo siento —se derrumba sobre la cama llorando. Voy junto a ella, intento abrazarla pero con un gemido de dolor rehúye a mi tacto.
— ¿Qué pasa?
—No es nada, solo… —se soba el área que intenté tocar antes.
—Déjame ver.
—No, James, por favor. No quiero que me veas así.
Que manía tienen estás mujeres de ocultar su lado débil.
—Te dije que me dejases ver.
Ella empieza a bajar su vestido deslizándolo suavemente para dejar ver sus hombros con moretones, no tengo palabras para describir lo que veo, los moretones en su piel blanca me duelen en los ojos. Mis yemas se delizan a pocos centímetros, recorriendo el camino de su vestido.
—Fui castigada, por contar cosas de más.
—Lo siento —es mi culpa, y ella pagó por mí —Lo siento, es mi culpa, yo le dije a Chester que sabía cosas, pero que entendía lo que pasaba dentro del reformatorio gracias a ello. Lo hice para que confiara en mí, sé que me tiene en su punto de mira. Tú no tenías que pagar por eso.
Paso mis manos alrededor de su cadera, es el único lugar que no tiene golpes. Ella llora.
—Puedes llorar, no siempre tienes que ser fuerte, y menos por mí. ¿Por qué lo permitiste?
—Son las reglas. Estoy atada. Y de una forma que no entiendes.
—Prefiero que no me cuentea, si eso va a costar que te lastimen. ¿Por esto mi padre me alejo de esto? —Ella asiente.