Carnets, 20 de diciembre
Querida Amy:
Espero que esto te llegue lo más pronto posible, solo quiero que sepas que estoy bien, te extraño y volveré pronto
Termino de enviar el telegrama y regreso a mi habitación, Ann me espera en ella. Sobre la cama ha dejado un traje negro, como una bata que cubra de pies a cabeza, con solo os agujeros para los ojos.
—No hables con nadie —me advierte —Solo escucha.
—Está bien.
No puedo reconocerme frente al espejo, no imagino lo ridículo que nos veremos bajando las escaleras del hotel con esta imagen.
—Puedes quitarte la capucha hasta que estemos fuera. —parece que lee mi pensamiento.
Abordamos su auto, el camino no es muy largo solo unos quince minutos hasta quedar frente a una iglesia. El ambiente aquí hace que mis pelos se pongan de punta, veo personas con trajes iguales los nuestros caminar hacia dentro de la enorme y antigua construcción. Ann me hace una seña para que me ponga la capucha. Bajamos del auto, caminamos despacio detrás de otras personas para entrar, Ann saca un sobre negro de su bolsillo y se lo entrega al encapuchado que regula la entrada.
Un enorme salón se abre ante nosotros, los vitrales de colores oscuros dejan pasar a penas la luz de los rayos del ocaso. La gente encapuchada llena los espacios entre los bancos, al parecer aguardan algo de pie.
Sigo a Ann y tomo un lugar vacío junto a ella. Quiero preguntarle muchas cosas pero recuerdo su regla de no hablar, así que guardo mis dudas para más tarde. Todos hacen silencio, una persona en un traje parecido al del resto, solo que esta vez en rojo, se para en el centro de la parte superior.
—Hermanos, estamos aquí reunidos, como cada año para la transición de los poseídos.
— ¡Alman! —Todos dan un grito en un idioma que no entiendo, al parecer como afirmación.
—La transición será dentro de tres noches. Y esta, será una noche importante.
—¡Alman!
—Dentro de tres noches y durante tres noches purgaremos de este mundo a las manchas de la oscuridad que se esconden entre nosotros, y al fin le daremos muerte a la Reina.
— ¡Alman! ¡Alman! ¡Alman!
En la misma lengua extraña todos empiezan a entonar canticos. Dentro de tres noches es el cumpleaños de Amy, el tiempo se me acaba. Los canticos paran y todos hacen una reverencia, con el mismo flujo que entraron comienzan a salir, Ann y yo nos incorporamos a la hilera que nos corresponde hacia la puerta.
La gente se dispersa, cada quien va al vehículo que lo trajo, y nubes de humo gris y carmelita se levantan con el chillar de las gomas y el olor a combustible. Con la toz que raspa mi garganta me acerco a abrir mi puerta para entrar al auto, me detengo un segundo al ver un papel doblado enganchado a la manilla.
— ¿Todo bien? —pregunta Ann sacudiendo el aire para quitar el polvo.
—Si —aprovecho la situación para guardar el pedazo de papel en mi bolsillo.
El auto arranca, dejando su propio halo de polvo y humo a su paso.
— ¿A que se refería el de la capa roja? —me animo a preguntarle — ¿no crees que ya es hora de que sepa toda la verdad?
—Yo no puedo contarte, pero puedes verlo con tus propios ojos, mañana en la noche te enseñaré algo.
— ¿Qué me enseñaras?
—No puedo decirte, tienes que esperar.
Llegamos al hotel y Ann sigue hacia su habitación y yo entro a la mía. Aprovecho que estoy solo para sacar el mensaje que me fue dejado y lo saco de mi bolsillo. Con cuidado abro el pedazo de papel para no razgarlo accidentalmente.
“Tus nos buscaste, aquí estamos. También queremos protegerla. Reunete con nosotros en el cementerio a la media noche”
El abrir de la puerta me sobresalta y escondo el mensaje de vuelta en mi bolsillo.
—Parece que has visto un fantasma —me dice Ann. Seguro que he abierto los ojos como platos.
—Solo, no te esperaba —intento disimular la sorpresa.
Ella empieza a cercarse, pone las manos sobre mi pecho y levantando su mentón deja un beso en mis labios, sonríe.
—Perdón, sé que he estado un poco rara.
—Te entiendo —recuerdo las marcas en su cuerpo.
—Pero quiero que sepas que no te culpo por nada.
— ¿Acaso los culpas a ellos? —debería.
Ella niega. ¿Cómo no puede culparlos?
— ¿Cómo puedes obedecer y sumirte a algo que te hace daño?
—Yo desobedecí, rompí las reglas. Yo acepto las consecuencias de mis actos.
—No me pareces una mujer sumisa Ann, ¿Por qué te comportas como una?
—No es sumisión James, es algo más, es el sello del legado. Nuestra causa es más grande que nosotros mismos. No importa nuestro sufrimiento, solo nuestro deber.
Dejo el aire escapar de mis pulmones para dejar pasar mi frustración de no comprenderla.
—Ay, Ann, ojalá pudiese hacerte ver que la lealtad no se exige con castigo.
—No creas que no lo sé, pero nuestra causa…
—Ya sé, es más grande que todo, que la moralidad y que el bien o el mal incluso.
—Sé que no parece tener lógica, pero la tiene. Un error en nuestra organización puede condenar al mundo.
— ¿Y por qué te sigues arriesgando a esto, a mostrarme, a hacerme entender?
—Porque este es tu legado y porque, porque si no eres parte de la organización no podremos estar juntos y eso es lo que yo quiero, que estemos juntos siempre.
No sé qué responderle. Su beso me toma por sorpresa, se vuelve más intenso, su lengua busca la mía y sus manos intenta zafar los botones traseros de mi túnica.
—Amy, estás lastimada.
—Esto no me dolerá —sonrié pícara mientras lo dice —Déjame ser tuya James.
Mis manos se mantienen en sus caderas, no sé como responderle, no quiero seguirla lastimando, pero tampoco quiero apartarme. Ella se aparta y unos pasos hacia atrás, comienza a zafar su túnica, como para darme una vista completa de su cuerpo semidesnudo. Deja la vestimenta en el suelo y regresa hacia mí. Se gira y aparta el pelo de su cuello para que lo bese, mis ojos se quedan en sus golpes, sobre los hombros, a través de la espalda, son mi culpa, ella los recibió por mí. Dejo un beso sobre cada morado con la esperanza de poder borrárselos. Ella vuelve a girarse, me mira con esos ojos provocadores como los de un gato.