Cuando abrí los ojos, una enfermera alta y delgada, de cabello color azabache y ojos tan negros como la noche, entró en mi habitación. Llevaba una sonrisa falsa que no lograba ocultar el cansancio en su mirada. Sin decir una palabra, dejó un plato de comida y un vaso de agua sobre la mesita. Luego salió rápidamente, cerrando la puerta tras de sí.
El hambre pudo más que el miedo. Me acerqué al plato y comí despacio, intentando calmar el rugido de mi estómago.
Una hora después, la misma enfermera regresó para recoger los restos. Justo cuando estaba por marcharse, me atreví a hablarle:
—¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí?
Ella se detuvo en seco. Su espalda se tensó. Giró lentamente la cabeza hacia mí y susurró:
—Yo tampoco sé cómo llegué a este lugar horrible. Solo recuerdo que...
Pero antes de terminar, una voz masculina, gruesa y autoritaria, resonó desde el pasillo:
—¡SANVI! ¡VEN AQUÍ AHORA MISMO!
—Voy en camino, señor —respondió ella, visiblemente nerviosa.
Se inclinó hacia mí y murmuró apresurada:
—Lo siento... no puedo dejar que se enteren de que hablé contigo.
Salió de inmediato, cerrando la puerta con llave. Escuché sus pasos alejarse por el pasillo izquierdo. Me quedé mirando el techo, intentando procesar lo que acababa de pasar. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué la enfermera parecía tenerle tanto miedo? ¿Qué era eso que no podía contarme?
El tiempo pasaba lentamente. No sé cuántas horas llevaba encerrada. El silencio era sofocante. La mente se me llenaba de pensamientos oscuros: la duda, el miedo y la desesperación empezaban a devorarme por dentro. Pensé en mi familia. En el rostro de mi madre. Debían estar destrozados. Yo, atrapada en un lugar sin ventanas, rodeada de paredes blancas y sucias, rogando por salir. No sabía qué me harían aquí. ¿Y si me mataban? ¿Y si experimentaban conmigo? Si tan solo le hubiera hecho caso a mi madre...
__________________________________________________________
🕯️ Día del secuestro
— 05/06/2009 (jueves, 5:00 p.m.)
Sonó el celular de Becky.
—Hola, mamá. ¿A qué se debe la llamada?
—Hola, Becky. ¿Dónde estás?
—Ya salí de la universidad, ma. Voy camino a casa de mi novio.
—Hija, no vayas. Ven a casa enseguida. Han visto camionetas negras rondando cuando empieza a oscurecer. Es peligroso.
—Ma, estaré bien. No pasará nada, solo voy un rato y regreso.
—Becky, por favor, ven a casa.
—Ma, ya te dije lo que haré, no te preocupes. Adiós.
Colgó sin notar que, a lo lejos, una camioneta negra comenzaba a seguirla. Aceleró el paso. Marcó el número de su novio, pero no contestó. El motor detrás de ella rugía más fuerte. Corrió. Pero fue inútil. La camioneta se detuvo de golpe. Dos hombres bajaron, la sujetaron y cubrieron su boca. Sintió una aguja clavarse en su brazo. Todo se volvió borroso.
Oscuridad.