El Psiquiátrico

ECOS DE LA NOCHE - CAP 6

La noche cayó sin avisar. No sé si fue realmente de noche o si simplemente apagaron las luces.

Desperté con el sonido del diario cayendo al suelo. No recordaba haberlo dejado en la cama. El aire estaba helado. Me levanté descalza; el suelo estaba húmedo, como si alguien acabara de pasar arrastrando algo. El diario se movía solo. Las páginas giraban hasta detenerse en blanco.

Una frase apareció lentamente, como si una mano invisible escribiera desde el otro lado: "No duermas cuando los pasos se detengan." Entonces los escuché. Los pasos. Se detuvieron justo frente a mi puerta. El picaporte giró. Y al instante hubo silencio.

—¿Hola? —dije temblando.

Una voz respondió del otro lado, casi susurrando—una voz femenina, ronca, como si le doliera hablar:

—¿Tú también escuchas los ecos?

Retrocedí. La puerta no se abrió, pero del pequeño hueco inferior asomó un papel doblado. Lo recogí con cautela. Decía: "No confíes en el hombre del altavoz. Él elige a las que deben quedarse." Antes de poder responder, escuché algo más lejos, pasos apresurados y una voz masculina por los altavoces:

—Habitación 12, silencio inmediato. Nadie debe hablar después de medianoche.

La voz era fría, autoritaria. Y por primera vez, supe su nombre: Dr. Vincent. Ese nombre me heló la sangre, no sé por qué. Pocos segundos después, un guardia golpeó la puerta:

—¡Luz fuera, prisionera!

Al día siguiente conocí a la dueña de aquella voz. Su nombre era Amara, una joven con ojos grises y una cicatriz que le cruzaba la mejilla. Me la presentaron durante una de las "revisiones de rutina". Ella me miró y sonrió con cansancio.

—Pensé que te habías vuelto loca —dijo—. Pero si escuchas los ecos... entonces ya es demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde? —pregunté, apenas en un murmullo.

Amara me miró con esos ojos grises que parecían conocer todos mis miedos.

—Sí —respondió—.

Aquí nadie llega por accidente. Todos escuchamos los ecos antes de... perder algo. No me explicó qué era ese "algo". Solo bajó la mirada, y en silencio comenzó a enrollar la manga del uniforme blanco. Tenía marcas, pequeñas cicatrices circulares en el antebrazo, como si le hubiesen conectado cables una y otra vez.

—¿Qué es eso? —pregunté, temiendo la respuesta.

—Recuerdos —susurró—. O lo que queda de ellos.

Un ruido metálico interrumpió la conversación. Desde los altavoces, la voz del Dr. Vincent retumbó otra vez:

—Habitación 12, 14 y 17, prepararse para evaluación de rutina.

Amara se puso de pie sin mirarme.

—Cuando digan tu número, no preguntes nada —me dijo—. Solo obedece. Y si escuchas que alguien grita... no intentes ayudar.

La puerta se abrió de golpe. Dos guardias entraron, ambos con máscaras grises y guantes manchados de algo oscuro. Uno de ellos me tomó del brazo.

—Habitación 14 —dijo—. Es tu turno.

Intenté mirar a Amara, pero ella ya se había dado vuelta, caminando en dirección contraria. Antes de irse, susurró sin moverse los labios:

—No dejes que te duerman.

Me llevaron por un pasillo largo, frío, iluminado por luces parpadeantes. A lo lejos, se oía el eco de una camilla chirriando y una voz que lloraba pidiendo que no la "reiniciaran". El guardia me apretó más fuerte. Y por primera vez, supe que los ecos eran reales.

El pasillo olía a desinfectante. Cada paso resonaba como si caminara dentro de una caverna vacía. El guardia no decía nada, pero su respiración sonaba pesada bajo la máscara. Al final del corredor, había una sala con un solo letrero:

"Evaluación de Estabilidad Mental - Nivel 3."

Me empujaron adentro. Todo era blanco. Una camilla, una lámpara enorme, y una máquina al fondo que hacía un zumbido constante. El aire era tan frío que me dolían los pulmones al respirar. El Dr. Vincent estaba allí. Llevaba guantes y una bata impecable, pero sus ojos eran diferentes. Eran fríos y sin emoción. Como si solo viera números, no personas.

—Becky, ¿verdad? —preguntó con voz baja, casi amable.

Asentí sin poder hablar

—Excelente. Hemos notado un incremento en tus respuestas cerebrales durante la noche. Parece que escuchas cosas.

—Yo... yo solo oí pasos —balbuceé—. Y una voz.

Vincent sonrió, esa sonrisa falsa que no toca los ojos.

—Eso es normal en la etapa dos del tratamiento.

Tratamiento. Esa palabra me golpeó el pecho como un puño. El doctor se acercó y apoyó una tableta sobre mi brazo. En la pantalla, se veía mi rostro, dormida, conectada a cables.

—Llevamos días observándote —dijo—. Queremos saber por qué tú escuchas antes que las demás.

Intenté levantarme, pero los guardias ya me sujetaban. Una aguja se clavó en mi cuello. Todo comenzó a volverse borroso.

—No se resista —ordenó Vincent, mientras su voz se hacía más lejana. —Esto nos ayudará a saber si aún recuerda quién es.

Entre sombras, lo último que vi fue el reflejo de mi rostro en el techo metálico. Pero no era yo.

Había alguien más en mis ojos.

Desperté con un zumbido fastidioso dentro de la cabeza. No sé si era un recuerdo, una pesadilla o simplemente la voz del altavoz repitiéndose en mi mente. Mis brazos estaban llenos de marcas y líneas rojas que no recordaba tener. Intenté incorporarme, pero el cuerpo no me respondía.

El diario seguía sobre la mesa, abierto en una página nueva. No recordaba haberlo escrito, pero las letras eran mías. "No te duermas otra vez". El aire olía a alcohol y sudor. En el rincón, una figura se movía entre las sombras.

—¿Vincent? —susurré.

La figura se giró, y la luz débil reveló a Amara. Tenía los ojos rojos de tanto llorar, pero su voz sonó firme:

—Te lo dije, Becky. Ellos no curan. Ellos borran.

—¿Borrar... qué? —pregunté, aún mareada.

Amara se acercó y me mostró un espejo pequeño.

Por un segundo, no reconocí mi propio reflejo. Había un número tatuado en mi cuello. #23.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.