El Psiquiátrico

SANVI Y EL SECRETO - CAP 8

No había vuelto a ver a Sanvi desde aquella noche. Pero su voz seguía rebotando en mi cabeza: "Yo tampoco sé cómo llegué aquí" Durante los últimos días, los guardias se habían vuelto más violentos. Nos despertaban a las cinco con golpes en las puertas y un pitido constante en los altavoces que te perforaba los oídos. No sé qué buscaban, tal vez quebrarnos. Aquella mañana, sin aviso, entró Sanvi.

Lucía diferente. Sus ojos estaban hinchados, y el maquillaje, corrido. Dejó una bandeja en la mesa, pero esta vez no se marchó.

—Come —dijo, sin mirarme.

—¿Por qué estás aquí, Sanvi? —pregunté.

Se tensó. Las manos le temblaban mientras sostenía el vaso de agua.

—No deberías hacer preguntas, Becky. Aquí las paredes escuchan.

—¿Las paredes... escuchan? —pregunté, apenas en un susurro.

Sanvi se acercó y bajó la voz hasta que casi no podía oírla.

—No todo el que lleva una bata blanca trabaja para curarte. Algunos solo quieren ver hasta dónde aguantas antes de romperte.

Mi estómago se contrajo.

—¿Qué quieren de mí?

Ella me miró, por primera vez directo a los ojos. Y en ese instante supe que había algo más allá del miedo en su mirada culpa.

—Tú... no deberías estar viva.

Antes de que pudiera decir algo, un ruido metálico retumbó en el pasillo. Sanvi se sobresaltó, corrió hacia la puerta y, antes de salir, dejó caer un papel en el suelo. La puerta se cerró con un clic seco. Me acerqué lentamente, recogí el papel. Y en él, escrita con una caligrafía temblorosa, solo decía: "Sala 23 — medianoche. No confíes en Vincent."

Pasaron horas desde que Sanvi dejó aquel papel. No podía dormir. Cada sonido en el pasillo me hacía saltar de la cama, temerosa de que regresara o de que no lo hiciera nunca más.

"Sala 23 — medianoche. No confíes en Vincent."

Leía y releía esas palabras hasta sentir que me estaban mirando. El reloj de la pared avanzaba lento, demasiado lento. O quizá era yo la que empezaba a perder la noción del tiempo. A veces, el tic tac se detenía. O eso parecía. En mi cabeza, la voz de Amara regresó como un susurro envenenado: "Si escuchas los ecos... entonces ya es demasiado tarde." Me llevé las manos a la cabeza. ¿Por qué no podía sacarla de mis pensamientos? Desde aquella noche no la había vuelto a ver. ¿La habrían llevado también a esa misteriosa Sala 23? El sonido de llaves girando me sacó del trance. La puerta se abrió lentamente, dejando ver la silueta de Sanvi. Esta vez no llevaba uniforme, sino una sudadera gris con manchas oscuras en las mangas. Sus manos temblaban.

—Te vi en los registros —susurró—. Hay cosas que deberías saber antes de medianoche.

Se acercó a mí, tan rápido que apenas pude reaccionar. De su bolsillo sacó una pequeña tarjeta metálica con un número grabado: #023.

—Esto abre la puerta —dijo, y su voz se quebró—. Pero una vez que entres, nada volverá a ser igual.

La miré fijamente, buscando respuestas.

—¿Qué es la Sala 23, Sanvi?

Ella me tomó de las manos, apretándolas con desesperación.

—No preguntes eso aquí. Solo prométeme que si la ves, no la toques.

—¿A quién?

Sanvi se quedó en silencio. Su mirada se clavó en la pared, justo donde el yeso parecía respirar.

—A ella.

Y sin más, salió de la habitación y desapareció entre los pasillos. El eco de sus pasos se fue apagando hasta que solo quedó el silencio. Ese silencio que Amara había mencionado. El que no debía escuchar. El que anunciaba que algo, estaba a punto de despertar.

El reloj del pasillo que habían arreglado repentinamente hace unos días, marcaba las 11:59. Yo estaba despierta, con la tarjeta #023 apretada en el puño. La puerta seguía cerrada, pero el aire se sentía diferente. Era como si todo el hospital contuviera la respiración. De pronto, una brisa helada recorrió la habitación. Las luces parpadearon, y las sombras en la pared parecían moverse al ritmo de su miedo.

El candado de la puerta vibró. Un sonido, casi imperceptible, rompió el silencio: clic. No me moví. El cerrojo se giró solo. La puerta se entreabrió lentamente, dejando entrar un resplandor pálido, casi desvanecido. Y entonces escuché una voz. No era humana. Era como si viniera desde dentro de mi cabeza, desde muy, muy lejos.

—Sala 23... la llave ya está en ti.

Di un paso atrás. El diario sobre la cama comenzó a pasar sus páginas frenéticamente, hasta detenerse en una sola, donde aparecieron palabras que brillaban con una luz azul: "Sanvi abrió lo que nunca debió despertar."

No sé cómo llegué hasta el pasillo que lleva a la Sala 23. Juro que la puerta de mi habitación estaba cerrada con llave, lo escuché claramente: el clic metálico después de que el guardia se fue. Pero cuando abrí los ojos ya no estaba allí. El aire era distinto. Frío, demasiado frío. El pasillo estaba bañado por una luz azul parpadeante que venía del techo, como si alguien hubiese olvidado reparar los tubos fluorescentes. Cada parpadeo me mostraba algo diferente: un rincón vacío, una sombra moviéndose, una figura que desaparecía cuando intentaba enfocar.

El suelo estaba húmedo. No sé con qué. Parecía agua, pero tenía un olor nauseabundo que me revolvía el estómago. Caminé despacio, tratando de no hacer ruido, aunque mis pasos resonaban igual, multiplicándose, como si no fuera solo yo. Y ahí fue cuando escuché la voz. Una voz femenina, baja, apenas un susurro detrás de mi oído.

—No deberías estar aquí...

Me giré tan rápido que casi pierdo el equilibrio, pero no había nadie. Solo mi reflejo temblando en el charco frente a mí. Tragué saliva. Intenté convencerme de que era mi mente, de nuevo jugando conmigo. La Sala 23 estaba al final del pasillo. La reconocí por la mancha oscura en la puerta, como una quemadura. El pomo estaba helado cuando lo toqué. Sentí que algo pegajoso se me quedó entre los dedos, pero aun así empujé la puerta. El chirrido fue tan agudo que me hizo cerrar los ojos. Dentro, la oscuridad parecía viva. El olor era insoportable: desinfectante viejo, óxido y algo más, algo dulce y podrido. Avancé a tientas. Mis dedos tocaron una pared fría.




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