El Psiquiátrico

EL CUARTO DE AL LADO - CAP 9

Cuando desperté tenía el corazón latiendo tan fuerte que sentí que iba a romperme el pecho. No recordaba haber soñado nada, pero tenía la sensación de que alguien había estado susurrando mi nombre durante toda la noche. El pasillo frente a mi habitación estaba vacío, aunque todavía era de madrugada. El silencio del hospital era tan espeso que podía escuchar el sonido de las luces.

Todo se sentía torcido. Como si la realidad hubiera cambiado de forma mientras dormía. Me levanté y fui directo a la puerta. No sé por qué lo hice, solo sabía que tenía que salir. La perilla estaba helada, y para mi sorpresa, no estaba cerrada con llave.

"Qué raro..." murmuré, pero mi voz se perdió entre los ecos. Di unos pasos fuera. Cada pisada sonaba hueca, como si el suelo estuviera vacío debajo de mí. Avancé despacio, guiada por una luz parpadeante al final del pasillo: la puerta del cuarto de al lado. Esa puerta siempre había estado cerrada, siempre. Pero ahora estaba entreabierta. El aire que salía de ahí era tan frío que me erizó la piel. Me acerqué despacio, conteniendo la respiración. La manija estaba oxidada y al tocarla sentí un leve cosquilleo, como una corriente eléctrica.

Empujé la puerta. Dentro, todo estaba cubierto por una capa de polvo. Había una camilla en el centro, una mesa con frascos antiguos y una lámpara quirúrgica que colgaba torcida. Y allí... bajo una sábana blanca una silueta inmóvil. Me quedé congelada. Algo dentro de mí decía que no debía acercarme, pero mis pies se movieron solos. Levanté la sábana con las manos temblando, y el mundo se me vino abajo. Era Amara. Pálida, con los labios secos, conectada a cables que no llevaban a ninguna parte. Su rostro se veía tranquilo, demasiado tranquilo. Como si estuviera soñando o esperando algo.

—Amara... —susurré, apenas sin voz.

El monitor cardíaco junto a la camilla estaba apagado, pero yo juraría que su pecho se movía. Me incliné un poco más y entonces lo escuché. Una voz suave, casi imperceptible, susurró mi nombre desde la esquina del cuarto.

—Becky...

Me giré de golpe, el corazón se me subió a la garganta. No había nadie. Solo las sombras. Y la puerta, que ahora estaba cerrada desde afuera.

Golpeé la puerta. Una, dos, tres veces. Nada. El sonido rebotó en las paredes, pero era como si el eco no quisiera volver a mí. Era un silencio hueco, profundo un silencio que escuchaba. Retrocedí unos pasos, respirando con dificultad. Amara seguía inmóvil sobre la camilla, y aunque su pecho apenas se movía, cada vez que parpadeaba me daba la impresión de que su cuerpo cambiaba de posición. Como si no fuera la misma persona... o como si algo dentro de ella estuviera observándome.

—Amara... ¿me escuchas? —pregunté con la voz quebrada.

Sus labios se movieron muy despacio. No salió ningún sonido, pero las luces parpadearon y una corriente helada recorrió la habitación. Y entonces escuché su voz, no desde su cuerpo, sino desde todas partes a la vez.

—"No debiste venir aquí, Becky."

Me quedé paralizada. Miré alrededor. No había bocas, no había ojos, solo las paredes llenas de grietas que parecían respirar. El aire olía a hierro, a humedad vieja. El monitor que antes estaba apagado ahora marcaba una línea verde intermitente, pero sin ritmo. De repente, algo sonó detrás de mí. Una silla se movió sola. Luego, un suspiro, lento y largo. Como si alguien invisible acabara de exhalar sobre mi cuello. Me giré. Y ahí estaba ella. O al menos, una versión de Amara. De pie, frente a mí, con los ojos completamente negros. Su piel parecía cuarteada, como porcelana a punto de romperse.

—Tú no entiendes —dijo—. Él no deja que nadie despierte del todo.

—¿De qué hablas? —pregunté retrocediendo

—¿Quién es él? ¿El Dr. Vincent?

Amara ladeó la cabeza. Su sonrisa fue tan lenta y torcida que me dolió mirarla.

—No es un doctor. Es la voz que controla los ecos.

Su figura empezó a desvanecerse, pero al mismo tiempo la que estaba en la camilla abrió los ojos. Dos miradas idénticas. Una viva, una muerta. Ambas fijas en mí.

—Despiértame —susurraron al unísono.

La lámpara quirúrgica parpadeó violentamente y las sombras en el techo comenzaron a moverse solas, como si algo se arrastrara entre ellas. Corrí hacia la puerta y la golpeé con fuerza.

—¡Abran! ¡Por favor! ¡Hay alguien más aquí!

Nada. Solo el zumbido eléctrico y ese golpeteo abrumador que venía de las tuberías. Cuando volví la mirada, Amara ya no estaba. Ni la de pie, ni la de la camilla. Solo la sábana arrugada y un papel blanco sobre el suelo. Lo recogí. Tenía una sola frase escrita con sangre seca: "El cuarto de al lado nunca estuvo vacío." Me temblaban las manos. Entonces escuché una llave girar desde fuera. La puerta se abrió lentamente y apareció una enfermera que jamás había visto. Su uniforme era distinto, más antiguo y amarillento, como de otra época.

—¿Qué hace aquí, señorita? —preguntó, con una voz grave, ronca, casi masculina.

—Yo... yo estaba buscando a Amara.

La enfermera me observó por un largo rato, sin parpadear. Luego, dijo algo que me heló la sangre:

—No hay ninguna paciente con ese nombre en este pabellón.

—¿Cómo qué no? ¡Estaba aquí! ¡La vi!

La mujer sonrió, mostrando los dientes amarillentos.

—Ese cuarto fue sellado hace más de quince años, después del incendio. Nadie entra ahí desde entonces.

Retrocedí, chocando contra la camilla vacía. Cuando volví a mirar hacia la enfermera... ya no estaba. Solo quedaba el pasillo oscuro y el olor a humo que empezaba a colarse bajo la puerta.

Las luces se apagaron de golpe. Y justo antes de que todo quedara en completa oscuridad, escuché por el altavoz una voz que ya conocía demasiado bien:

—Habitación 12... fuera de protocolo. Becky Álvarez, regresar inmediatamente a su celda. El altavoz crepitó.

Y, entre el ruido estático, una última palabra se coló, susurrada...por la voz de Amara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.