El Psiquiátrico

LA HABITACION 23 - CAP 13

Desperté con un golpe seco de aire entrando a mis pulmones, como si hubiera estado a punto de ahogarme. La oscuridad era total. No había luz, ni una grieta, ni una línea que marcara el fin de la pared o el inicio del techo. Solo negro. Lo primero que sentí fue el olor a cloro, como siempre tan fuerte y penetrante. Como si el cuarto estuviera recién desinfectado después de algo que nadie debía ver. Me incorporé lentamente. Las manos me temblaban. Al tocar el suelo descubrí que era metálico, helado y mojado.

Mis dedos se resbalaron sobre una fina capa de agua o al menos quería creer que era agua. Respiré hondo, pero el aire denso raspó mi garganta. Era el mismo lugar. El mismo ambiente. La misma sensación de antes. La Habitación 23. Mi corazón empezó a golpearme el pecho con insistencia. No era como otras veces. Esta vez mi cuerpo recordaba, aunque mi mente aún no lograra poner las piezas en orden. Entonces lo escuché.

Tic... tic... tic...

Un sonido diminuto, constante, metálico, como una gota golpeando siempre el mismo punto del piso. Pero aquí no había grifos. No había tuberías visibles. No había nada. Sin embargo, el sonido estaba ahí, marcando el ritmo de mi respiración. —tic... tic... tic... Me arrastré lentamente hacia el sonido, guiándome con la mano en la pared. La superficie era lisa al inicio, pero unos cuantos centímetros más adelante cambió. Había marcas. Rasguños. Uñas contra metal. Mis uñas. No sé cómo lo supe, pero lo supe. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente.

El pitido comenzó de nuevo en mis oídos. No como en los pasillos. Este era agudo, interno, como si viniera desde dentro del cráneo.

—No... —susurré, apretando los dientes.

Y allí, en medio de la oscuridad, una voz —mi voz— murmuró en mi cabeza: "No es la primera vez que despiertas aquí." Me quedé inmóvil. El aire se congeló a mi alrededor.

—¿Quién está ahí? —pregunté, con la garganta cerrándose. No hubo respuesta. Solo el tic... tic... tic... Y mi propio latido queriendo romperme las costillas. Pasé la mano por las marcas de la pared. Eran profundas. Desesperadas. Como si hubiera intentado salir. Como si hubiera estado atrapada mucho más tiempo del que puedo recordar.

Mis dedos tocaron algo más. Un grabado. Letras torcidas, hechas con fuerza, con dolor. Acercé el rostro, como si eso ayudara a ver en la oscuridad. Era una frase. Corta. Directa. Mía. "NO CONFÍES EN ÉL." Contuve la respiración. Las rodillas me temblaron. El tic... tic... tic... cesó. Y en el silencio absoluto, otra frase, dicha con la voz de Amara —no desde un altavoz, no desde un recuerdo distorsionado, sino desde muy cerca de mí— susurró:

—Él ya viene...

Mi piel se erizó por completo. La puerta que yo no podía ver... se abrió con un chirrido lento. Y supe, sin necesidad de verlo, quién estaba del otro lado.

Vincent.

La puerta se abrió, pero no vi su figura de inmediato. Solo un rectángulo de luz blanca recortándose en la oscuridad. Parpadeé, intentando enfocar, y entonces lo escuché entrar. Pasos. Lentos. Seguros. Como si la habitación le perteneciera. Como si yo le perteneciera. Me quedé sentada en el suelo, con la espalda contra la pared, sin atreverme a moverme. El olor a cloro se intensificó, mezclándose con algo más: látex. Guantes. Hospital.

Mi respiración se volvió irregular. Cuando levanté la mirada, lo vi. Vincent estaba ahí... pero no uno. Dos. Superpuestos, como si mi mente hubiera abierto dos capas del mismo hombre. El Vincent del presente se acercaba con esa expresión tranquila y arrogante, las manos a la espalda. Pero encima de él, intermitente como una proyección dañada, estaba otro Vincent, con bata blanca, guantes y una libreta en la mano. El pasado y el presente pisando el mismo espacio. Tragué saliva.

—No... no eres real —le dije al Vincent con bata, aunque ambos me miraban. El Vincent clínico habló primero, con voz profesional, sin emoción:

—Paciente U-23. Respuesta emocional intensa ante estímulos. Memoria aún funcional. Se recomienda... fragmentación inmediata.

Su voz no llevaba odio. No llevaba humanidad. Era la voz de alguien describiendo un animal sedado. Me llevé las manos a la cabeza. Las imágenes se mezclaron sin control. Yo, sujetada a una camilla. Luces sobre mí. Un sonido de monitores. Una aguja entrando en mi cuello.

—Detente —susurré sin aire. El Vincent del presente dio un paso más, atravesando a su propio reflejo del pasado como si fuera humo.

—¿Por qué temes recordar? —preguntó con calma—. Tú ya pasaste por esto, Becky. Varias veces. La habitación empezó a girar. El tic tic tic volvió. Más rápido. Más agudo. Las paredes respiraban. Cerré los ojos con fuerza. Pero el flashback no se detuvo. Yo en la camilla. Vincent clínico ajustando una máquina. Amara, inconsciente, en otra camilla, conectada a los mismos cables. Mi voz, quebrada, gritando su nombre:

—¡Amara, despierta! ¡Por favor! Las lágrimas me cayeron sin que pudiera detenerlas. Abrí los ojos de golpe.

El Vincent del presente estaba ahora agachado frente a mí, a la altura de mis ojos. Tan cerca que pude sentir su aliento frío.

—¿La recuerdas ahora? —preguntó. No respondí. Él sonrió.

—Bien. Eso es lo que quería. Mi corazón se detuvo un segundo.

—¿Querías que lo recordara...? —murmuré.

—Por supuesto —susurró, inclinando la cabeza—. No puedes romperte del todo si no sabes qué perdiste.

Supe que iba a desmayarme. La habitación se doblaba, se contraía, se cerraba sobre mí. Luché por mantener los ojos abiertos, pero la oscuridad me jalaba como un agujero. Antes de caer, escuché una última frase. No de él. De Amara.

—No lo escuches, Becky... yo estuve contigo ese día... no lo olvides...

Y entonces todo se apagó. Desperté con un sobresalto, como si mi cuerpo hubiera vuelto de un lugar demasiado profundo. La habitación estaba igual de oscura que antes, pero había algo diferente: un zumbido constante, casi imperceptible, vibrando bajo el suelo metálico. Me incorporé a medias, temblando. Estaba sola. O al menos... eso parecía.




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