Desperté rodeada de un zumbido suave, como el murmullo de una máquina respirando. La luz era cálida esta vez, amarilla, no blanca. Por un segundo, pensé que estaba viva de verdad. Me incorporé. El suelo estaba limpio, los tubos desaparecieron, y Amara dormía a mi lado, respirando con calma. Quise tocarla, pero algo me lo impidió: una sensación invisible, como si el aire pesara. Al fondo de la habitación, una mesa metálica. Sobre ella, una carpeta. Mi nombre estaba escrito a mano en la cubierta: Unidad 23A — Reintegración parcial. La abrí. Las hojas estaban húmedas, las letras medio borradas, pero podía distinguir una lista con nombres numerados:
01. Proyecto Mempis
02. Unidad Álvarez
03. Unidad Guez
04. Versker, Derlina — Supervisión médica.
05. Kendelex, Sanvi — Asistencia técnica.
06. TeheGar, Santiago — Contacto externo / soporte emocional.
Y más abajo, tachado con tinta roja, un solo mensaje: "Solo uno debe recordar."
Sentí el corazón latir tan fuerte que me dolió el pecho. Derlina... no recordaba ese nombre. Pero mientras lo leía, el aire del cuarto cambió. Un perfume dulce, como flores y óxido, llenó el ambiente. El sonido de tacones resonó tras de mí.
—Así que despertaste antes de tiempo —dijo una voz suave, con un dejo de burla.
Me giré. Y allí estaba. Alta, delgada, con una piel tan pálida que parecía de porcelana. El cabello negro ondulado le caía hasta la cintura, y sus labios rojos dibujaban una sonrisa que no llegaba a los ojos. Ojos tan oscuros que no reflejaban nada.
—¿Quién eres? —pregunté, retrocediendo.
Ella inclinó la cabeza, sin dejar de mirarme.
—Oh, querida Becky. Veo que no te acuerdas de mí, ¿verdad? —rió, una risa que parecía un cuchillo pasando por seda—. Fui yo quien te sostuvo la mano cuando el Dr. Vincent te trajo aquí.
Di un paso atrás.
—¿Por qué estás aquí?
Derlina sonrió más, mostrando los dientes perfectos.
—Porque el proyecto volvió a respirar. Se acercó, dejando que su sombra me cubriera—.Y yo siempre vuelvo cuando algo empieza a vivir otra vez.
Amara se movió en la camilla, murmurando mi nombre entre sueños. Derlina giró el rostro hacia ella, con los ojos brillando de curiosidad.
—Parece que tu otra mitad también despertó. Aww que adorable. Levantó la carpeta, hojeándola como si leyera un menú.
—Tantas unidades. Tantos intentos. Pero tú, Becky... tú eras la favorita de Vincent.
—¿Qué quieres de nosotras? —le dije, apretando los puños.
Ella se inclinó hasta quedar frente a mí, el perfume quemándome la garganta.
—No quiero nada. Solo asegurarme de que recuerdes lo que hiciste. Y, con una sonrisa torcida, susurró:
—Porque fuiste tú quien pidió el experimento.
El sonido de su risa se deslizó por el aire como una aguja. No era fuerte, pero helaba más que un grito.
—No pongas esa cara, Becky —dijo Derlina, girando lentamente hacia mí—. La memoria es un lujo que no todos merecen recuperar. Tú deberías sentirte honrada.
—¿Honrada? —repetí, incrédula—. ¡Nos convirtieron en monstruos!
Su sonrisa se ensanchó.
—Monstruos, ángeles, ciencia... solo palabras distintas para la misma creación. —Se acercó, ladeando la cabeza—. Pero tú, cariño, tú fuiste más que un experimento. Fuiste una promesa.
—¿Qué promesa?
Ella chasqueó la lengua, disfrutando del suspenso.
—La de no olvidar.
El sonido metálico de un bisturí llenó el silencio. Derlina lo había sacado de su bolsillo, brillante, delgado, perfectamente limpio. Pasó el filo por su dedo sin apartar la mirada de mí.
—Vincent quería borrar sus recuerdos, pero yo... —una risita breve, casi infantil— ...yo preferí conservar algunos. Las cicatrices también cuentan historias, ¿no crees? —dijo haciendo una mueca aterradora.
Retrocedí. Ella avanzó. Cada paso suyo dejaba un eco suave, firme, calculado.
—¿Por qué haces esto? —pregunté.
—Porque adoro ver hasta dónde puede resistir la mente humana antes de romperse. —Alzó el bisturí y lo dejó caer sobre la mesa, junto a la carpeta—. Y porque tú me quitaste algo.
Me quedé helada.
—¿Qué te quité?
Derlina se inclinó hasta que su rostro quedó a centímetros del mío. Su perfume era dulzón, nauseabundo.
—Vincent.
Me quedé sin aire. Ella sonrió con una ternura espantosa.
—Lo amaba, ¿sabes? Pero te eligió a ti. Siempre tú, la niña brillante con potencial, la que "podía cambiar el futuro de la conciencia humana". —Su tono se quebró por un segundo, luego volvió a ser miel venenosa—. Así que me quedé a cuidar tus restos.
Las luces parpadearon. Amara gimió, removiéndose en la camilla. Derlina la miró de reojo.
—Aún no la despiertes. Todavía no ha pagado. Me lancé hacia ella, pero antes de alcanzarla, Derlina movió el bisturí con una precisión quirúrgica. El filo rozó mi brazo, y una línea de sangre delgada se deslizó hasta mi muñeca. Ella sonrió, satisfecha.
—Qué fácil sigue siendo romperte.
—Te voy a detener —le dije entre dientes.
—No, Becky. —Susurró, lamiéndose un dedo manchado de rojo—. Tú solo vas a recordarme.
Giró hacia la puerta. Antes de salir, miró sobre su hombro, los ojos tan negros que parecían pozos.
—Dile a Amara que pronto vendré por ella. Y esta vez, no traeré anestesia.
La puerta se cerró con un chasquido seco. Y el eco de su risa quedó flotando, como un veneno invisible.
El silencio después de la risa de Derlina era lo peor. No era quietud... era expectación. Como si el hospital contuviera la respiración. Amara se movió en la camilla, los labios secos, la piel helada.
—Becky... —susurró—. ¿Qué pasó? Me acerqué rápido.
—Tranquila, estás bien. —Mentí.
Ella intentó incorporarse, pero el dolor la hizo gemir. Le tomé la mano, aun temblando por dentro. Mi herida ardía, la línea del corte seguía fresca, pero no sangraba. Derlina había sido tan precisa que daba miedo.