El Psiquiátrico

DERLINA Y VINCENT

☽⛓𝔈𝔵𝔱𝔯𝔞⛓☾

Hace tres años.

El laboratorio olía a metal caliente y café frío. Él estaba de pie, concentrado en una secuencia interminable de fórmulas que solo él entendía. La luz azul del monitor le recortaba el rostro, y por un instante, pensé que no era humano: era una chispa disfrazada de hombre. Observaba cada movimiento de sus manos. El modo en que el lápiz bailaba entre sus dedos, la precisión con que medía cada respiración. Esa serenidad me desesperaba y me atraía al mismo tiempo.

—No vas a dormir otra vez —le dije, sabiendo que no obtendría respuesta.

Sin apartar la vista de la pantalla, respondió con voz baja:

—Dormir es para los que ya lo han comprendido todo.

Su calma me erizó la piel. Me acerqué lo suficiente para oler el amargor del café en su aliento.

—Llevas dos días despierto —susurré—. Te estás destruyendo.

—El cuerpo es un estorbo, Derlina —dijo, apenas girando el rostro—. La mente no necesita descanso, solo propósito.

Su propósito era una locura, y aun así lo seguía. Él hablaba y mi pulso se aceleraba. Cada palabra parecía dirigida a mí aunque hablara de la muerte, de datos, de energía cerebral.

—Tienes miedo —me dijo.

—De lo que harías si te dejan solo.

—Entonces no me dejes.

Esa frase me marcó más que cualquier caricia. Me quedé. Desde entonces, cada noche era un ritual: su respiración, mis notas, el brillo de los tubos. Cuando sus manos temblaban, yo las sostenía. Cuando cerraba los ojos, yo anotaba sus sueños a escondidas. Hasta la noche en que pronunció su nombre.

—He encontrado a la candidata perfecta —dijo.

Y cada sílaba cayó como un vidrio roto dentro de mí. Becky Álvarez. Repitió el nombre con una suavidad que nunca me dedicó. Sus ojos, esos que siempre me parecieron tan fríos, se encendieron como si hubieran encontrado la luz.

Yo seguí observándolo, fingiendo interés científico. Pero por dentro me invadía una mezcla de celos y vértigo. No podía soportar cómo su voz cambiaba cuando hablaba de ella. "Ella confía en mí", dijo. "Ella será mi obra." Yo comprendí en silencio que lo había perdido. Que el mismo fuego que lo hacía grande también lo haría amarla a su manera: con obsesión, con fe, con peligro.

Esa noche, cuando él se quedó dormido sobre la mesa, me acerqué. Sus labios se movían, murmurando su nombre. Becky. No lloré. Solo acerqué mi boca a su oído y susurré, con una dulzura que dolía: "Si ella sobrevive, que recuerde quién la sostuvo cuando tú la elegiste."

Y grabé mi nombre en el registro. No por venganza. Por amor.




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