El Psiquiátrico

RUIDO BLANCO - CAP 17

El primer sonido fue un zumbido, igual al de un televisor sin señal. Luego vinieron las voces. No hablaban... susurraban, mezcladas con el aire, con mi respiración. Me desperté de golpe, empapada en sudor. Amara dormía a mi lado, pero su rostro se contraía como si soñara con algo terrible.

El pitido constante del monitor del cuarto se había convertido en una frecuencia inestable, un tono que subía y bajaba como si alguien lo manipulara. Toqué el panel de control: parpadeaba, alternando entre dos frases. SEÑAL RESTABLECIDA. USUARIO DESCONOCIDO. Retrocedí un paso. El sonido seguía ahí, como un coro ahogado dentro de las paredes. "Becky..." La voz se coló entre el ruido. La reconocí al instante.

—Derlina... —murmuré.

Corrí hacia la puerta, pero no se abrió. El sistema había cambiado de idioma, símbolos extraños brillaban en la cerradura. Amara se movió bruscamente, los ojos aún cerrados.

—No la escuches —dijo entre dientes—. No le respondas. Me detuve.

—¿Cómo sabes...?

—Porque yo también la oigo. —Abrió los ojos, la mirada vacía, fija en el techo—. Lleva horas hablando dentro de mi cabeza.

El pitido del monitor se volvió más agudo. De pronto, todas las pantallas del cuarto se encendieron. Miles de imágenes destellaron a una velocidad imposible: rostros, recuerdos, el laboratorio, Vincent gritando, Derlina riendo. Y, en medio del caos, una palabra repetida una y otra vez. RECUERDA. RECUERDA. RECUERDA.

Me tapé los oídos, pero el sonido seguía allí, dentro. El hospital ya no era un lugar. Era un pensamiento que se deformaba con cada respiración.

—Amara, tenemos que salir de aquí —grité.

Ella me miró, y por primera vez noté que sus pupilas no eran del mismo color. Una era verde. La otra, negra. Y cuando habló, su voz se mezcló con la de Derlina.

—¿Salir? Becky... ¿de verdad crees que alguna vez entraste?

El pitido comenzó a las 3:07.

Siempre a la misma hora. Vincent alzó la vista de los monitores, y por un segundo creyó que el sonido provenía de su cabeza. Pero no: venía del sistema central. Las pantallas mostraban ruido estático, intercalado con pulsos de datos que se movían como olas. El patrón era irregular, pero su forma le resultaba conocida. Un electrocardiograma. Uno doble. Dos corazones latiendo en la misma frecuencia.

—No... —murmuró—. Eso no puede ser. Escribió comandos, pero el sistema no respondía. Cada tecla que presionaba era contestada por un eco digital. Una voz femenina, apenas un susurro detrás del ruido. "Vincent..." Su pecho se contrajo. La voz. Esa voz.

—Derlina.

La estática subió de volumen, hasta llenar la habitación. El sonido era un chillido bajo, casi orgánico, como si respirara. Vincent dio un paso atrás.

—No estás aquí. No puedes estar aquí.

"Siempre estuve aquí, doctor."

Una de las pantallas se encendió. La imagen era borrosa, pero suficiente para que reconociera la silueta. Cabello largo, negro. Labios rojos. Una sonrisa tranquila. "¿Extrañaste mi compañía?" Vincent se acercó, intentando recuperar el control del sistema.

—¿Qué quieres?

"Nada. Solo recordarte lo que perdiste."

El laboratorio tembló. Las luces bajaron su intensidad hasta convertirlo todo en un tono gris, sin sombras ni profundidad. Vincent observó la pantalla central: un código nuevo corría por ella, acompañado de un mensaje parpadeante. REINICIO NEURONAL EN CURSO.ORIGEN: SALA 23. Abrió los ojos con horror.

—Becky... Amara...

Pero la conexión se cortó. El sonido lo envolvió todo, devorando su voz, su pensamiento, su cordura. Y, en la última pantalla activa, apareció una frase escrita con su propia firma digital.

"No puedes salvar lo que no entiendes."

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El zumbido cambió. Ya no era un ruido uniforme, sino un murmullo que respiraba. Como si cientos de voces repitieran mi nombre desde muy lejos... o muy dentro. Amara se tapaba los oídos.

—Becky, no quiero escucharlo más —susurró, temblando—. Dice cosas que no pueden ser verdad.

—No le creas —respondí, pero mi voz sonó distante, deformada. La habitación vibraba suavemente, como si flotáramos en agua. Cada vez que parpadeaba, el cuarto cambiaba. A veces era blanco. A veces gris. Y a veces, era el hospital como lo recordaba el primer día... solo que vacío.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

Amara me miró, los ojos de dos colores reflejando la luz intermitente.

—En el recuerdo de alguien. Pero no sé de quién.

El ruido se intensificó. Las pantallas se encendieron sin previo aviso, mostrando fragmentos de escenas. Yo... en un pasillo. Ella... llorando. Vincent... observando. Y, entre todas esas imágenes, una nueva figura. Cabello azabache, labios rojos, una sonrisa quieta. "Hola, muñecas." Era Derlina. Su voz no venía de los parlantes. Venía de nosotras. Me llevé las manos a la cabeza, gritando. Pero el grito no salió: solo más ruido. Amara me sujetó los hombros.

—Mírame, Becky. Concéntrate en mí.

Lo hice. Su rostro parecía normal... hasta que la piel empezó a parpadear como una imagen defectuosa. Durante un segundo, vi su cara y la mía superpuestas. Dos versiones del mismo cuerpo. Dos mentes compartiendo un mismo reflejo.

—No... no eres tú —dije, retrocediendo—. No puede ser.

—¿Qué estás viendo? —preguntó, su voz rompiéndose—. Soy yo, Becky, soy yo.

Las luces explotaron. El suelo se quebró en líneas de luz blanca. Y una frase se imprimió en el aire, con la voz dulce y cruel de Derlina: "Si comparten un corazón... ¿cuál de las dos merece seguir latiendo?" El silencio cayó de golpe. Amara me miró con horror. Yo sentí mi pulso detenerse un segundo. Y entonces comprendí que el ruido blanco no quería matarnos. Quería hacernos elegir.




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