Desperté con un sabor amargo en la boca. No sabía dónde estaba. Solo reconocí una cosa: el sonido. Ese zumbido constante que siempre escuchaba antes de perder la conciencia. Me incorporé con torpeza. El suelo bajo mí ya no era blanco. Era oscuro, manchado, como si el hospital hubiera envejecido cien años de un segundo a otro. Las luces del techo parpadeaban tan lento que me daban ganas de gritarles para que despertaran. Toqué mi brazo. La marca de la inyección ardía. La piel estaba inflamada, caliente, latiendo como un segundo corazón.
—Derlina... —murmuré, y el nombre me supo a un veneno intenso.
Intenté pararme. Mis piernas temblaban, pero lo logré. Al levantar la vista, el espejo del pasillo estaba justo frente a mí, como si me hubiera estado esperando. Solo que... ya no estaba completo. Tenía una grieta enorme atravesándolo, como si fuera una cicatriz. Me acerqué. Mi reflejo apareció entre las sombras. Pero había algo raro: era yo... y no era yo a la vez. La otra "yo" tenía los ojos más oscuros, la piel más pálida, la expresión más fría. Y esa pequeña sonrisa que me devolvía... no era mía.
—¿Quién eres? —pregunté entre dientes.
La imagen abrió la boca al mismo tiempo que yo, pero la voz que salió no era la mía.
—La que despertó —respondió ella.
Di un paso atrás, casi tropezando.
—No. No eres real.
—¿Y tú lo eres? —preguntó mi reflejo, inclinando la cabeza exactamente como Derlina lo haría.
Un fuerte temblor recorrió el pasillo. Pedazos del espejo cayeron al suelo, pero el reflejo no se rompió: siguió allí, intacto, mirándome desde un cristal ya hecho pedazos. Volví a ver la pared. Pequeñas líneas rojas aparecían sobre ella, como si alguien estuviera escribiendo desde adentro.
NO ERES TÚ LA QUE DEBIÓ QUEDARSE.
Mi corazón se estremeció.
—¿Qué... qué significa eso?
La luz parpadeó varias veces. Y detrás de mí, algo respiró de manera lenta y profunda.
—No deberías haberte despertado tan rápido —susurró una voz suave, casi cariñosa.
Derlina. La reconocí al instante. Me giré, lista para correr, lista para pelear, lista para lo que fuera. Pero ella no estaba ahí. Solo una camilla vacía. Una sombra alargada. Y una cinta roja en el suelo que no estaba antes. Me agaché y la tomé. Era una cinta de identificación.
AMARA GUEZ — PACIENTE 05 Estado: REUBICADA
Sentí cómo si el mundo me diera un giro violento.
—Amara... ¿dónde estás?
El espejo vibró otra vez, y la voz de mi reflejo respondió desde los fragmentos:
—Más cerca de lo que crees.
Corrí tan rápido como pude. No pensé, no respiré bien, no intenté entender nada. Solo seguí la cinta roja con el nombre de Amara como si fuera una cuerda que me jalaba a través del hospital. El pasillo se sentía vivo. Las luces no parpadeaban... se agitaban. Como si algo las hiciera estremecer.
—Amara... —susurré, aferrando la cinta entre los dedos—. Aguanta por favor.
Doblé la esquina. Y un olor nauseabundo me golpeó tan fuerte que tuve que cubrirme la boca. El piso estaba húmedo. Marcado por huellas pequeñas. Las reconocería en cualquier parte. Las huellas de Amara. Seguí el rastro hasta una puerta entreabierta y la empujé. La habitación estaba vacía, pero, al mismo tiempo no lo estaba. Sentí su presencia. Como si su respiración hubiera quedado atrapada en las paredes. Sobre la camilla había un papel arrugado. Lo tomé con manos temblorosas. Era una nota escrita a toda prisa: "Si ves esto, Becky... yo escucho tu nombre... pero no sé quién eres.". Mi corazón se contrajo.
—No, no, no... Amara...
Sentí el impulso de llorar, pero detrás de mí escuché algo. Un sonido bajo, como un tacón rozando el piso. Me giré de golpe. No había nada. Solo un olor a perfume dulce... uno que no era de Amara. Uno que conocía demasiado bien.
Derlina
—Ay, qué preciosa escena —murmuré desde la Sala de Monitoreo 2, viendo a Becky temblar como un venado herido frente a la nota.
La cámara se acercó a su rostro, enfocando cada expresión. La confusión, el miedo, la esperanza rota.
—Tu amiga te recuerda... pero no te reconoce —dije con una sonrisa lenta—. Irónico, ¿no? Él nunca quiso que se encontraran tan pronto.
Presioné un botón. Las luces del pasillo donde estaba Becky bajaron al mínimo. Solo una franja roja iluminaba el suelo.
—Corre, pequeña Unidad 23 —susurré—. Persigue a tu fantasma.
Cambié de monitor. Otra cámara mostró a Amara, sedada, en una camilla diferente, muy lejos del alcance de Becky. Dormida, tranquila y hermosa en su fragilidad.
—Ella nunca fue un problema —murmuré mientras tocaba la pantalla con los dedos—. Pero tú... tú viniste a arruinarlo todo. Y por eso no puedo dejarte avanzar tan fácil.
Un pitido apareció en la esquina del monitor. Un aviso. Becky había entrado en otra zona sin autorización. Qué traviesa. Sonreí.
—Te sigo.
Presioné otro botón. El pasillo frente a Becky se iluminó... pero solo al final. Una puerta antigua. Con un letrero torcido. "Área de Reubicación — Solo Personal Autorizado"
La luz parpadeó. El piso vibró. El hospital había despertado.
Becky
Al final del corredor, esa puerta me llamó como si conociera mi nombre. La cinta de Amara ardía en mi mano.
—Estoy cerca —susurré, sin saber si era verdad o solo un deseo desesperado.
Di un paso. Y la voz de Derlina susurró desde los altavoces invisibles:
—Si entras ahí... no hay vuelta atrás.
Me quedé paralizada. Pero mi mano ya estaba en la manija. Y esta vez, no tenía nada que perder. Empujé la puerta. Y la oscuridad me tragó.
La puerta se cerró detrás de mí con un golpe que resonó como un disparo. El aire cambió de inmediato: más frío, más denso, más... vivo. Era como si el hospital respirara intensamente dentro de esa sala. No veía nada. La oscuridad no era normal: era gruesa, como si estuviera llena de un humo negro que no se disipaba. Avancé a tientas, con el corazón golpeándome las costillas.