No sé si estoy regresando de un sueño... o escapando de algo real. A veces siento que mis noches son más verdaderas que mis días, aunque la verdad es que ya perdí la noción del tiempo. Desde lo de Derlina, desde lo del espejo, desde que Amara desapareció algo en mi cabeza dejó de funcionar como antes. Como si un interruptor se hubiera quedado temblando entre dos posiciones. La habitación donde duermo ahora la que Vincent juró que era "segura" tiene un olor a cloro viejo. Ese olor se quedó grabado en mi cabeza desde que estoy aquí, ese olor que nunca se va. Antes lo ignoraba. Ahora me sigue a todas partes.
Me incorporo despacio. Las manos me tiemblan. Porque lo soñé otra vez. Ese sueño que llevo semanas teniendo, pero que hoy se sintió diferente. Más nítido. Más cruel. En él estoy caminando por un pasillo que conozco: el del bloque este, justo donde Amara me dijo que jamás entrara. Las luces fallan, pero no porque estén dañadas, sino porque algo camina conmigo. Algo que respira donde yo respiro. Algo que me mira incluso cuando cierro los ojos. Y lo peor es que en mi sueño hay un detalle que no debería recordar: una camilla con mi nombre escrito debajo como si fuera un objeto, no una persona. Pero esta vez hubo algo nuevo. Una voz fuerte y seca, pero cercana. "No sigas buscando." Desperté gritando.
Me envuelvo el cabello en las manos mientras respiro profundamente, intentando calmarme. Intento convencerme de que solo es un sueño. Pero mi corazón no entiende de excusas. Me levanto de la cama y camino hasta el baño. Cuando enciendo la luz, algo me paraliza. Tengo un moretón nuevo en la clavícula. Uno que no estaba anoche. Lo toco y siento un pinchazo. Como si alguien o algo hubiera agarrado mi piel con fuerza. Me miro en el espejo, me veo pálida y ojerosa. Con la mirada perdida de quien ya no sabe diferenciar qué es memoria y qué es pesadilla. Cierro los ojos un momento. Pero ahí vuelve. Un flash. Un ruido. Alguien gritando mi nombre. Unos guantes manchados. Una lámpara quirúrgica sobre mi cara. Un rostro que no alcanzo a ver, pero lo conozco. No son sueños. Me estoy acordando.
Me dejo caer al suelo porque siento que la respiración se me corta, como si la verdad fuera un puño cerrándose en mi garganta. Mi cabeza late, como si mi cerebro estuviera peleando por abrir una puerta que yo misma cerré hace mucho.
—¿Por qué ahora? —susurro.
El hospital está silencioso... demasiado. Ese silencio solo ocurre cuando algo está a punto de romperse. De pronto, escucho un sonido justo detrás de la puerta de mi habitación. Me pongo de pie. Temblando y dudando, decido abrir la puerta. El pasillo está vacío. Pero hay algo tirado en el suelo. Un objeto pequeño y de forma cuadrada. Me arrodillo. Lo tomo. Es una fotografía. Una foto de mí de hace años vestida con ropa que usaba antes del secuestro. Sonriendo fuera de la universidad, era de lo más feliz. Y detrás, escrito con tinta negra: "Vas a recordar quién eras." Me quedo helada, no porque esté asustada, sino porque reconozco esa letra. La he visto antes en notas viejas, en expedientes y en la Habitación 23. Es la letra de Vincent. Y en ese instante lo entiendo: mis pesadillas no son advertencias. Son la verdad intentando salir. El problema es que tal vez no me guste lo que voy a recordar. Sigo sosteniendo la fotografía entre los dedos. El corazón me late tan fuerte, que por un momento pienso que se va a escapar. "Vas a recordar quién eras." No puedo dejar de mirar esa frase. Esa tinta negra. Ese trazo firme. El nombre de Vincent retumba en mi cabeza como si estuviera bordado dentro del cráneo. ¿Él me dejó esto? ¿O alguien está usando su letra para confundirme? De todos modos, duele. Duele porque una parte muy pequeña de mí, la que aún cree en él, quiere pensar que es una advertencia, no una amenaza.
Aprieto los dientes. No voy a quebrarme de nuevo. Cierro la puerta de mi habitación, pero apenas doy un paso hacia atrás, la luz del cuarto parpadea. Un chispazo filtra sombra en las paredes, y en ese instante lo siento: No estoy sola. Se me eriza la piel. No escucho pasos, ni escucho respiración. Pero sé que algo está ahí. Mi mente intenta convencerme de que solo son recuerdos, que estoy paranoica, que fue el susto del sueño. Pero entonces lo veo. Una figura apagada que permanece pegada a la esquina. Tan inmóvil que cualquiera pensaría que es parte de la pared. Pero no lo es. Porque esa figura sonríe. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Retrocedo tanto que choco con la mesa. Parpadeo un segundo y la figura ya ha desaparecido. El aire se vuelve espeso y se siente tan pesado que siento una presión en los pulmones. Doy dos pasos hacia atrás, respirando por la boca, intentando no dejar que el pánico me controle.
—No —susurro—. No vuelvas a hacerlo. No te paralices otra vez.
Pero mi voz tiembla. Me acerco lentamente al espejo del baño. Necesito ver mi cara. Necesito confirmar que sigo siendo yo. Pero cuando enciendo la luz, mi reflejo llega un segundo tarde. Me quedo helada. Mi reflejo sonríe cuando yo no lo hago. Una sonrisa lenta, cruel y vacía. Trago saliva.
—¿Qué eres...? —pregunto.
Mi reflejo inclina la cabeza. Doy un paso atrás. Y mi reflejo no se mueve. Se queda ahí, dentro del vidrio, observándome como si esperara que cometiera un error. La luz parpadea otra vez. Y cuando vuelve. Mi reflejo está normal. Mi reflejo soy yo de nuevo. Me sostengo de la pared, respirando profundo. Me paso las manos por la cara, intentando centrarme. No puedo seguir así. No puedo confiar en lo que veo, siento que todo aquí intenta volverme loca. No puedo confiar en lo que sueño. Pero sí hay algo que ya sé: No todo lo que aparece en los espejos es imaginación. No todo lo que recuerdo es un sueño. Algo o alguien está abriéndome la cabeza por dentro.
Salgo del baño temblando. Recojo la fotografía que yace en el suelo y la guardo en el bolsillo del pantalón como si fuera un arma. Porque tal vez lo sea. Tal vez sea la primera pista real que tengo. Y mientras camino hacia la puerta, escucho algo detrás de mí: Una voz baja cerca de mi oído.