El Psiquiátrico

LA NOTA BAJO LA CAMA - CAP 22

La habitación me recibe con un frío extraño. No es el frío normal de hospital. Es ese frío que uno siente cuando entra a un lugar donde estuvo antes, pero no lo recuerda, hasta que el cuerpo sí. Cierro la puerta tras de mí y el clic de la cerradura suena demasiado fuerte, como si el metal estuviera nervioso. Camino despacio. El aire huele a cloro. Ese mismo olor que siempre me persigue en mis pesadillas y que nunca se va. La cama está perfectamente tendida, como si alguien o algo acabara de arreglarla. Pero yo no recuerdo haberla dejado así.

—Tranquila... —me digo a mí misma— solo observa.

Me arrodillo en el suelo. No sé por qué lo hago. Solo siento que algo dentro de mí lo pide. Como un impulso. Mis manos tocan el piso helado y me acerco al borde inferior de la cama. Y entonces lo escucho. Un sonido suave. Un papel rozando algo. Como si el viento lo hubiera movido, pero lo más extraño es que aquí no hay viento. Me asomo más y enseguida lo noto. Un pedazo de papel doblado en cuatro, atrapado entre el colchón y el suelo. Tiene un color amarillento, como un libro viejo. Lo tomo con cautela. El papel se siente tibio como si alguien lo hubiera dejado ahí hace algunos segundos. Lo desdoblo. Las manos me tiemblan tanto que casi lo rompo. Y entonces leo la primera línea. Es mi letra. Pero no recuerdo haber escrito nada de esto.

"Si encontraste esto todavía estás a tiempo."

Mis ojos se abren como platos.

"No confíes en lo que recuerdas."

Me echo hacia atrás, respirando hondo, sintiendo el peso de cada palabra hundirse en mi pecho. La última línea es la que me arranca el aire:

"Él ya sabe que estás despertando."

Me quedo helada. Mi piel se siente tan fría como un hielo. Mis manos no dejan de temblar. Entonces sucede algo. Algo que hace que mi cuerpo entero se tense. Debajo de la cama algo se mueve. Escucho un suspiro no humano. Un sonido áspero como uñas rascando un colchón. Mi cuerpo no da para moverse. El silencio se rompe con una voz sale desde abajo. Una voz ronca. Una voz que conozco. Una voz que me pertenece pero que no debería existir.

—No debiste leerlo...

Mi sangre se congela. Mis huesos también. Y la cama cruje. Como si alguien empezara a deslizarse hacia afuera.

El colchón vuelve a crujir. Yo no sé si moverme o quedarme paralizada. Ambas opciones parecen malas. Mis dedos aprietan la nota hasta casi romperla. Ese pedazo de papel ahora pesa como una verdad enterrada que alguien está tratando de sacar a la luz a fuerzas.

—No debiste leerlo... —repite la voz desde abajo, más cerca esta vez.

Es mi voz, mi tono y mi respiración. Pero suena hueca, como si no tuviera cuerpo. Como si fuera solo un eco. Retrocedo un paso, despacio, tratando de no hacer ruido. La cama suelta un golpe seco seguido de una vibración que atraviesa el piso. Como si algo, o alguien, se hubiera estrellado contra las tablas desde debajo. En ese preciso instante, puedo ver como una mano empieza a salir de debajo de la cama. Primero los dedos tan largos y pálidos como un espectro. La mano se agarra del borde del colchón. Y luego aparece el brazo. La muñeca está doblada de una antinatural que asusta. Quiero correr, pero mis piernas no me hacen caso. Y entonces veo el rostro. Es mi rostro. Pero de una manera tan horrible que duele verlo. Mi piel rota en unos cuantos lugares. Mis ojos son tan negros como pozos sin fondo. La boca ligeramente abierta, mostrando dientes manchados y chuecos. Una versión mía que parece haber vivido algo que yo aún no recuerdo. Ella sonríe. Esa sonrisa torcida y tan distorsionada que solo aparece en mis pesadillas.

—No debiste volver —me dice con mi voz, pero de una manera más profunda, como si estuviera hablando desde otro lugar dentro de mí.

Mis piernas por fin responden y doy un paso atrás. Ella da un paso hacia adelante, saliendo por completo de debajo de la cama, doblando su cuello con un crujido seco. No camina. Se desliza. Como una sombra con cuerpo.

—Tú no perteneces aquí —continúa—. Yo estaba primero.

La habitación entera se pone tensa, como si pudiera sentir. El aire se vuelve más espeso. Mi espalda choca contra la puerta. Estoy atrapada. Ella avanza cada vez más. Puedo oír su respiración ahora: irregular y agitada como si cada inhalación la lastimara. Levanta la mano. La misma mano que vi salir. Toca mi mejilla con la punta de los dedos. Sus dedos tan fríos hacen que me recorra un escalofríos por todo el cuerpo.

—Tú eres la copia... —susurra—.La reemplazo. La versión que crearon cuando yo fallé.

Yo niego con la cabeza. Quiero gritar que no, que yo soy real, pero mi voz no sale. Mi doble ladea la cabeza igual que la figura del pasillo. Igual que la sombra del espejo.

—Te voy a mostrar la verdad —dice—. La verdad que te escondieron. La verdad que él no quiere que recuerdes.

Sus ojos se abren más de lo que un humano normal podría. Y ahí lo veo. Un reflejo dentro de sus pupilas. Un destello blanco. Hay una mesa de madera, cables, algo quemándose, gritos, son mis gritos y los de Amara y los de otros. Algo me golpea en la memoria, muy fuerte, directo al centro de mi cerebro. Un recuerdo real. Uno que no había visto nunca y que me hace temblar. Y cuando mi doble habla de nuevo comprendo que no es un monstruo. Es una advertencia.

—Él ya viene. Él sabe que despertaste, Becky. Y va a terminar lo que empezó.

La luz de la habitación se apaga repentinamente dejándome en la plena oscuridad. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir, ella ya no está. Solo queda la cama. La nota en mi mano. Y mi corazón latiendo tan fuerte que siento que va a explotar.

Me quedo unos segundos respirando como si hubiera corrido kilómetros. La habitación está tan silenciosa que escucho mi propio pulso vibrar en los oídos. No sé si gritar, salir corriendo o simplemente permitir que el miedo me derrumbe en el suelo. Pero hay algo peor que el miedo. La duda. La nota arrugada en mi mano parece latir al mismo ritmo que yo. La miro. La letra es mía, estoy completamente segura de eso. Incluso esa curva extraña en la "E" la misma que tengo desde niña. Al parecer yo la escribí. Pero no tengo ni el más mínimo recuerdo haberlo hecho. Me obligo a moverme y a recuperar control. Busco con la mirada cualquier rastro de ella, de esa "otra yo". Pero la habitación está vacía. Camino hacia la cama. Las sábanas siguen perfectamente arregladas como si nadie hubiera salido de ahí hace segundos.




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