El Psiquiátrico

DESCONEXIÓN - CAP 25

Despierto antes de abrir los ojos. Mi mente está despierta. Mi cuerpo, no. Es una sensación horrible, como si yo fuera la invitada y algo más ocupaba mi carne por mí.

—Becky... —la voz de Santiago me llega amortiguada, como si estuviera detrás de un vidrio grueso.

Abro los ojos. Él está arrodillado frente a mí, con el ceño arrugado y las manos temblando. Tiene los ojos rojos, como si hubiese llorado o como si no hubiera dormido en días.

—Respira —me pide.

Lo intento. Pero no siento el aire entrar. No siento el pecho subir. Estoy desconectada.

—No... no puedo —le digo, y mi voz no me pertenece. Suena hueca.

Santiago traga saliva.

—Te voy a ayudar, ¿sí? Solo... mírame. —me suplica.

Lo miro. Pero mis ojos tardan en enfocarlo. Como si yo estuviera flotando detrás de ellos. La habitación también cambió. Ya no es la misma donde nos escondimos. Las paredes ahora están lisas, impecables, blancas. Como si alguien hubiera borrado todo rastro de lo que pasó antes.

—Becky... ¿te hicieron algo? —pregunta él, tocándome el rostro con la punta de los dedos.

Yo quiero sentirlo. Quiero sentir la calidez de su cuerpo, pero no siento nada.

—No sé —murmuro—. Siento que... me apagaron. Él aprieta la mandíbula.

—No voy a dejar que te apaguen —susurra.

Y ese "te" se siente demasiado íntimo. Demasiado sincero. Demasiado real. Me aferro a ese sonido como si fuera lo único que me mantiene pegada a este mundo. Pero entonces algo irrumpe en mi mente. Una voz. Una risa. La mía. Pero no es mía. Es... la otra.

—No le digas que estás rota. No te va a querer. —dice con malicia.

Mi respiración falsa se corta. Santiago nota mi cambio.

—¿Qué escuchas? —pregunta, alarmado.

Yo niego con la cabeza, pero la voz se ríe, casi dulcemente.

—Díselo. O lo hago yo.

—Becky —insiste él—, mírame.

Lo hago. Y en ese instante lo veo: el reflejo detrás de él, en ese trozo de metal en la pared que no debería reflejar nada...se mueve distinto. No soy yo. O sí soy yo. Pero esa versión sonríe.

—Becky —Santiago toca mis hombros—. Dime qué ves.

—Yo —susurro—. Veo... a mí. Pero no está conmigo.

La sonrisa del reflejo se tuerce. Lentísima. Delicada. Cruel.

—11:01 —murmura mi otra voz dentro de mi cabeza—. Hora de despertar.

Santiago me toma del rostro, obligándome a mirarlo a él.

—Estás aquí conmigo, ¿sí? —dice, casi rogando—. No te vayas, Becky. No te vayas.

Quiero contestarle. Quiero decirle que no me voy. Pero antes de que pueda sacar una palabra, mi reflejo levanta la mano y escribe en el vidrio invisible: "No eres Becky." Santiago se congela. Porque él también lo ve. Lo sé porque sus ojos se abren en shock.

—¿Qué... qué fue eso? —balbucea—. ¿Qué mierda fue eso, Becky?

Yo retrocedo hasta quedar contra la pared.

—Santi... —mi voz tiembla—. Algo está dentro. Y creo que... quiere quedarse.

Él me abraza fuerte y desesperadamente. Como si abrazarme pudiera amarrarme a la realidad. Pero yo siento lo contrario. Siento que me deshago. Siento que alguien más está tomando mi lugar. Y lo peor... Siento que lo hace con una calma aterradora.

Santiago no me suelta ni un segundo. Tiene un brazo alrededor de mi espalda y la mano en mi nuca, como si temiera que si afloja un poquito... me voy a desplomar o desaparecer.

—Respira conmigo —y vuelve a marcar el ritmo. Dos segundos inhalar. Dos exhalar.

Yo lo intento. De verdad lo intento. Pero es como si mis pulmones estuvieran conectados a otro interruptor, uno que no controlo. Cada vez que inhalo... mi cuerpo responde un segundo tarde. Como si alguien más estuviera decidiendo por mí.

—No me mires así —le digo, aunque no quiero sonar fría.

—¿Así cómo? —cuestiona confundido

—Como si estuvieras viendo a una extraña.

—No estoy viendo a una extraña —me responde en voz baja—. Estoy viendo a alguien que está luchando por quedarse... y no sé cómo ayudarla.

Quisiera abrazarlo. Quisiera decirle que no es su culpa. Pero antes de que pueda moverme...Mi cuerpo tiembla. Un tirón seco en la nuca. Un chasquido interno. Como si me arrancaran de mí por medio segundo. Parpadeo. Y cuando abro los ojos, estoy en otro punto de la habitación. No sé cómo llegué ahí. No recuerdo haberme movido. Santiago se levanta de golpe.

—¡Becky! ¿Qué hiciste? —me mira asustado.

—No... no lo sé —mi voz parece perdida.

Él me observa horrorizado, pero no con miedo hacia mí. Es miedo de perderme.

—Te quedaste... vacía —susurra—. Por un segundo, tus ojos estaban... apagados. Sin vida. Como si no hubiera nadie.

Yo camino hacia él, o creo que lo hago. Pero no siento mis piernas. Mis pasos suenan, pero no me pertenecen. La habitación respira. Las paredes laten.

—Santiago... —mi voz sale quebrada—. Creo que cuando parpadeo... alguien más aprovecha.

Él da un paso hacia mí.

—No voy a dejar que te lleven —dice con una seguridad que no puede sostener.

Pero cuando pone sus manos en mis brazos...sus dedos se hunden demasiado. Como si mi piel no fuera tan sólida como debería. Como si estuviera... perdiendo consistencia.

—Estás fría —susurra.

—Estoy... despegándome —respondo. Lo digo y me estremezco.

Mi reflejo aparece en la puerta metálica. Ese espejo improvisado que se forma con la luz. Ella —mi otra yo— ya no sonríe. Ahora me mira como si midiera cuánto me falta para romperme del todo. Santiago me jala hacia él.

—No mires eso —dice—. Mírame a mí.

Yo lo intento. Pero mi visión se corta. Un segundo. Dos. Cuando vuelve...él está más lejos. Yo estoy más cerca de la puerta. Y no recuerdo haberme movido.

—Becky, ¡no te acerques! —grita.

Pero esa soy yo sin ser yo. Mi cuerpo avanza. Mi mano toca el metal frío de la puerta. Y la otra Becky del reflejo me copia, pero no igual. Sus dedos se mueven primero. Luego los míos. Ella marca el ritmo, ella es la que controla. Y entonces veo algo que me corta el aire: En su brazo —no en el mío, en el suyo— hay una cicatriz quemada, larga, reciente. Su piel se abre sola. Como si la herida acabara de hacerse. Santiago llega detrás de mí y me abraza por la cintura, fuerte, intentando contenerme.




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