El Psiquiátrico

IDENTIDAD COMPARTIDA - CAP 26

La otra yo me toca los dedos. Ese roce quema. No como fuego...como hielo. Como si su piel estuviera hecha de vacío, de nada, de un hueco donde yo podría caerme para siempre.

—Ven conmigo —susurra—. Eres la pieza que falta.

Y por un segundo quiero ir. Mi cuerpo se inclina. Mi mente se estira. Mi sombra se adelanta antes que mis pies. Pero entonces, Santiago grita:

—¡NO! —y su voz truena como si rompiera un vidrio gigante—. ¡Becky, mírame, carajo, MÍRAME!

Lo hago. Y ese instante corta el hilo. La otra yo, chasquea la lengua, molesta, y el pasillo entero se curva detrás de ella, oscuro, respirando. La puerta vibra como un corazón a punto de latir. Santiago logra dar otro paso. Solo uno. El hospital lo deja. Y se lanza hacia mí. Me agarra del brazo con fuerza, pero con cuidado, como si tuviera miedo de romperme. Yo siento que mis piernas se hunden en el piso, que mi otra yo, intenta jalarme hacia adentro. El tirón es real. Físico. Brutal. Las luces parpadean. Y por un segundo, casi me arranca. Pero Santiago me hala hacia él con un rugido ahogado:

—¡BECKY, NO TE PIERDAS! ¡NO HOY!

Mi espalda choca contra su pecho. Su abrazo es lo único estable en toda esa pesadilla. Y él —a puro instinto, a puro corazón— levanta su mano libre y estampa la puerta con toda la fuerza que tiene. El metal retumba. La otra yo, deja caer la cabeza hacia un lado, como un animal decepcionado.

—No vas a poder evitarlo para siempre —me susurra con una dulzura venenosa.

La puerta se cierra un poco. Santiago empuja más—suda—tiembla—gruñe contra el labio apretado.

—¡AYÚDAME! —me grita.

Y yo despierto del trance. Pongo mis manos sobre el metal frío, y empujo con él. La puerta chirría como si se estuviera arrancando a sí misma. La sombra del otro lado se retuerce, furiosa, como si quisiera colarse entre nuestros dedos.

—No soy tu... —le digo, con la voz rota—. No soy tú.

—Somos la misma. Tarde o temprano... vas a volver a mí.

La sombra se alarga, intentando pegarse a mi muñeca. Pero Santiago baja su brazo y la bloquea, como si pudiera empujar la oscuridad.

—¡CÁLLATE CARAJO! —le grita—. Becky es Becky, no tu maldita copia rota.

La puerta vuelve a temblar. La otra yo, rasga el aire con una sonrisa que no debería existir.

—Volverás —dice, despacio—. Cuando él no esté.

Y entonces...PUM. La puerta se cierra de golpe. El pasillo queda a oscuras. Un silencio brutal. Asfixiante. Yo me desplomo de rodillas, respirando como si hubiera corrido una maratón en un sueño del que no podía despertar. Santiago se arrodilla frente a mí, me toma la cara entre sus manos, su pecho subiendo y bajando, agitado.

—Becky… —susurra—. ¿Estás conmigo?

Mis ojos arden. Mi cuerpo tiembla. Pero digo:

—Sí... estoy contigo. Por ahora... —murmuro tristemente.

Santiago traga saliva. No dice nada. Pero sé que lo escuchó: "Por ahora." Porque detrás de esa puerta... Mi otra yo, sigue sonriendo. Observando. Esperando. Y ambas sabemos que esto no terminó. En absoluto.

Nos quedamos en el piso. Sin fuerzas. Sin aire. Sin saber si reír o llorar después de cerrarle la puerta en la cara a algo que... técnicamente... también soy yo. Santiago apoya la espalda en la pared y yo hago lo mismo, sintiendo cómo el temblor en mis piernas apenas va bajando. El pasillo de afuera está extraño. Callado. Como si el hospital quisiera darse el gusto de escucharnos respirar. Él suelta un suspiro largo, casi cansado.

—Becky… —murmura—. Esto no lo vamos a olvidar tan fácil.

—No —respondo bajito—. Pero tampoco lo vivimos solos.

Santiago voltea a verme. Sus ojos todavía están enrojecidos por el susto, pero siguen siendo esos ojos cálidos que conocí mucho antes de este infierno. Me acerco un poco y apoyo mi hombro en el suyo. Él no se mueve; siente como si quisiera absorber cada segundo de tranquilidad... por si es el último.

—¿Recuerdas algo de antes del hospital? —me pregunta.

Me tomo un momento. No para ver el pasado, sino para sentirlo.

—Sí —respondo despacio—. Recuerdo la universidad. Recuerdo las tardes en la cafetería, cuando tú peleabas por conseguir siempre el último pan de chocolate. Él ríe por la nariz.

—Tú te lo comías igual.

—Porque tú me lo dabas —le digo.

Santiago se aclara la garganta, nervioso. Es ese nerviosito típico de él, el que siempre tuvo cada vez que yo lo veía fijamente por más de un segundo.

—También recuerdo cuando te sentabas conmigo a estudiar —añado—. Aunque yo sabía que odiabas cálculo tanto como yo.

—Si, lo odiaba —dice él—. Me aburría.

—Y aun así te quedabas conmigo.

Él gira la cabeza y me mira. Me mira como antes. Como en la universidad. Como si nada de esto hubiera pasado.

—Claro que me quedaba contigo —susurra—. Siempre lo hice.

Me quedo callada. Yo sé lo que viene detrás de ese "siempre". Él respira hondo, como si al fin se permitiera decir algo que se tragó durante demasiado tiempo.

—Becky… —traga saliva—. Yo... yo siempre sentí algo por ti. Mucho antes de este hospital.

Mi corazón se tensa. No de miedo. De nostalgia.

—Lo sé —le digo. Él abre los ojos, sorprendido. —¿Lo sabías?

Asiento suave. —Sí... pero yo estaba con Gabriel. No quería confundirte ni lastimarte. No era justo para ti. Santiago baja la mirada. Sus dedos juegan con la tela de su pantalón, nerviosos.

—No me lastimaste —murmura—. Yo solo quería estar cerca de ti. Incluso si no era conmigo. Incluso si solo era... ser tu amigo.

Le tomo la mano. Él se tensa, como si no supiera si puede sostenerme o si me romperá con el tacto.

—Santiago... tú siempre fuiste más que eso para mí.

—¿Más? —pregunta en voz baja.

—Más —repito. Se queda mirándome, como si esa palabra tuviera el poder de recomponer todos los pedazos que el hospital le quebró por dentro.

—Yo... pensé que nunca te darías cuenta —admite.

Le sonrío, apenas. —Eres muchas cosas, Santiago. Pero invisible no.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.