El aire todavía huele a humo... pero no hay fuego. Solo los restos invisibles de la otra yo flotando en el pasillo como si el hospital la hubiera aspirado. Estoy temblando. Santiago me sostiene fuerte, casi demasiado. Sanvi se apoya en la pared, el brazo colgando torcido, respirando como si cada exhalación fuera un intento por no desmayarse. —Becky... —murmura Santiago, mirándome a los ojos— ¿sigues ahí?
No sé qué responder. Me siento incompleta. Como si hubiera dejado una parte tirada en el piso junto con la sombra que acabamos de destruir. Pero no tengo tiempo para quebrarme. El hospital vibra. Un pulso bajo el piso. Como un latido. Sanvi levanta la mirada, sudando por el dolor. —Hay que movernos ya, antes de que el lugar decida cerrar otra vez.
La palabra "cerrar" me da escalofríos. —Sanvi... —digo— tu brazo...
Ella se ríe, una risa débil y ronca. —No soy tan frágil. He aguantado cosas peores aquí dentro.
Me acerco, le tomo el brazo con cuidado y ella aprieta los dientes, pero no se queja.
—Tenemos que encontrar una salida —dice Santiago— o al menos un lugar donde el hospital no se mueva tanto.
Sanvi niega con la cabeza. —No. La salida no existe todavía.
La miro confundida. —¿Cómo que no existe?
Ella baja la voz. —Porque el hospital no la ha creado.
Santiago frunce el ceño. —Sanvi... ¿qué estás diciendo?
Sanvi respira hondo. —Vincent me lo dijo... cuando yo era parte del programa. La "cura" solo se activa cuando queda una sola versión de Becky. Una mente. Una línea. Un cuerpo estable.
Mi piel se eriza. —¿La cura para quién? —pregunto.
Ella me mira sin parpadear. —Para ti.
Siento un zumbido en los oídos. Un zumbido que se vuelve un martillo. —Yo no estoy enferma.
Sanvi traga saliva. —Eso crees. Pero tú eres... el centro del proyecto. El experimento más grande.
Santiago aprieta mi mano.
—¿Qué quieren curarme? —susurro.
Sanvi se inclina hacia adelante. —No es algo físico, Becky. Es tu mente. Tú identidad. Tú recuerdo fracturado. Eso es lo que quieren "corregir".
Mi garganta se cierra. —¿Y cómo se supone que se corrige eso?
Sanvi mira hacia el fondo del pasillo. —Con la Fase Final. El hospital vuelve a temblar, como si reaccionara al nombre.
Yo doy un paso atrás. —No pienso dejar que me metan en nada más.
Sanvi sonríe, agotada. —No es una opción. La cura ya empezó cuando tu doble desapareció. El hospital lo sintió. Vincent también.
—¿Vincent está aquí? —pregunta Santiago, tenso.
Sanvi asiente lentamente. —Él nunca se va. Este lugar es suyo. Y ahora... te está buscando, Becky. Porque la cura requiere una cosa más.
Mi estómago se retuerce. —¿Qué cosa?
Sanvi me mira con compasión y miedo mezclados. —Tu verdad.
Las luces parpadean al mismo tiempo. Como si algo enorme se hubiera despertado. Santiago se aferra a mí. Sanvi se pone de pie con dificultad. Y yo siento, por primera vez que estoy siendo llamada. No por una voz. No por una sombra. Por el hospital. Como si supiera que estoy lista para enfrentar la parte que siempre evitó que recordara.
—Becky... —dice Sanvi seriamente—la cura imposible... es que recuerdes quién eras antes del secuestro.
Y entonces escucho un sonido lento y profundo. Una puerta abriéndose al final del pasillo. Una que no estaba ahí antes. Una que está esperando por mí.
La puerta al final del pasillo respira. Se infla. Se contrae. Como si tuviera pulmones. Santiago me toma la mano, intentando esconder el temblor en sus dedos. —Becky... no vayas.
Pero ya es tarde. El hospital quiere que vaya. La luz del techo se desplaza, iluminando el camino directo hacia esa puerta como si fuera una alfombra de bienvenida torcida y enferma. Sanvi se adelanta, jadeando. —Cuidado. Esa puerta... es parte del archivo prohibido. Si entras ahí, no hay vuelta atrás.
—¿Qué hay adentro? —pregunto.
Ella baja la mirada, como si tuviera miedo de decirlo. —Recuerdos. Los tuyos. Los reales... los que borraron.
Un golpe seco retumba detrás de nosotros. Una camilla cae sola. Otra se desplaza unos centímetros. Los cuerpos vacíos empiezan a murmurar con voces rotas.
—Be... cky...ven...ven...
Santiago retrocede, tensando la mandíbula. —No escuches eso. Son ecos. No son personas.
Sanvi lo corrige. —Son personas... solo que ya no tienen nada adentro.
La puerta se abre sola, apenas un poco, dejando escapar un aire frío que me corta los brazos como si fueran cuchillas de hielo. Y escucho entonces mi propia voz. —Becky...entra.
Se me petrifican los huesos. Santiago me rodea con un brazo. —No vayas. Te lo ruego. No después de todo esto.
Sanvi lo aparta con firmeza. —Déjala. No puedes protegerla de lo que ya vivió.
—¡¿Y qué quieres que haga?! —grita él, desesperado— ¡¿Dejar que este lugar la devore?!
Sanvi lo mira con suavidad, casi con tristeza. —Este lugar la creó, Santiago. Solo ella puede enfrentarlo.
Mi corazón se acelera. —¿Qué... qué significa eso?
Sanvi traga saliva. —Significa que fuiste la primera en entrar aquí. La primera en sobrevivir. La primera en romper el control. Y Vincent necesita entender por qué tú... funcionaste.
Mis rodillas casi fallan. —¿Qué... qué hice yo?
Sanvi me sostiene el rostro entre sus manos, suaves pero temblorosas. —Sobreviviste a un proceso que nadie debía sobrevivir. Y lo peor... es que ni tú recuerdas cómo.
Una lágrima me quema la mejilla. La puerta se abre más y una luz blanca me quema los ojos. Y en medio de esa luz, veo una figura encorvada sobre una mesa de metal. Un hombre con bata gris. Anotando algo. Mi sangre se congela. —Vincent... —susurro. Sanvi se queda rígida. Santiago aprieta mi mano tan fuerte que me deja sin circulación. Y entonces, la figura levanta la cabeza. No tiene ojos. Solo dos huecos negros que parecen absorber la luz. —Becky —dice con mi voz—. Pasa. Aún nos falta terminar tu historial. La puerta se abre por completo. Un chillido ensordece el pasillo. Las luces explotan. Los cuerpos vacíos se arrastran hacia atrás, como si les diera miedo. Santiago intenta interponerse. —¡No la toques, maldito! ¡Becky, atrás! Pero mi cuerpo ya está caminando solo. Las piernas avanzan. El corazón late como un tambor. La garganta se cierra.