El Psiquiátrico

LA MENTE DIVIDIDA - CAP 36

No siento miedo. No siento dudas. No siento ni siquiera el temblor que me acompañó desde que desperté en este lugar. Solo tengo una idea clara. Voy a matarlos a todos. A mi doble, a Derlina y a Vincent. Los tres me rompieron. Los tres siguen respirando por culpa de lo que me hicieron. Esta vez, yo decido quién muere. Doy un paso hacia la puerta metálica del fondo, la que nunca quisieron que viera. El silencio del hospital cambia, como si el lugar retrocediera, como si supiera que ya no soy una víctima de sus planes retorcidos, sino su mayor amenaza. Santiago me mira con pánico en los ojos, como si reconociera algo en mí que nunca había visto.

—Becky... ¿qué vas a hacer? —pregunta angustiado.

—Terminarlo —respondo sin dudar—. Voy a entrar. Ella está adentro. El núcleo de la Sala 23. Donde nació mi doble.

Sanvi intenta interponerse, débil pero firme. —Becky, entrar ahí sola es...

—No estoy sola —la corto, sin mirarlos—. Estoy completa. Ella es la que está incompleta.

La puerta del núcleo respira. Un latido. Y luego se abre sola. Un aire helado sale disparado. Me congela la piel. Me hace arder el pecho. La sombra se siente. Ella está ahí dentro. Esperando.

—Te sigo —dice Santiago.

—No —respondo sin girarme—. Si entras, mueres. Esto es entre yo... y lo que queda de mí.

Entro sin dudar. La puerta se cierra detrás, dejando mi nombre atrapado en la garganta de Santiago.

Dentro del Núcleo

El suelo es blanco. Sin textura. Solo un espacio vacío, infinito o quizá una mente sin recuerdos, sin forma. Y en él...está ella. Mi doble. De pie. Con el cabello suelto la mirada rota y perfecta. Como si fuera una estatua de lo que fui. —Pensé que ibas a huir —dice con calma—. Siempre has sido buena para correr de lo que no quieres recordar.

Camino hacia ella. Cada paso retumba como un disparo. —Ya no. Se acabó correr.

Ella sonríe como si hubiera esperado esta frase toda la vida. —Entonces ven. Mátame... si es que puedes. —Su sombra se estira detrás de ella como un animal rabioso.

Tengo el corazón acelerado. Pero mi voz sale firme y fría. —No voy a huir de ti, ni te voy a encerrar...ni voy a dejar que me reemplaces.

—¿Entonces qué vas a hacer? —me pregunta, ladeando la cabeza.

—Voy a matarte. —digo con furia viva.

Ella sonríe. Y sus ojos brillan con una mezcla de dolor y furia. —Por fin.

La Sala 23 retumba como si la hubiera desafiado. Como si hubiera abierto la maldita puerta del origen. Y mi doble da el primer paso hacia mí...con la clara intención de arrancarme la vida.

Mi doble se lanza primero. No corre: aparece. Como un recuerdo que salta encima de ti sin avisar. Su mano va directo a mi garganta. Me agarra y me aprieta fuerte. Siento el aire escaparse. Siento el corazón apretar. Pero ya no soy la chica que despertó llorando en una camilla. Clavo mis uñas en su brazo. No siente dolor. Solo sonríe.

—Tú nunca fuiste fuerte —escupe—. Solo fuiste... la que no se rindió. Y eso es patético.

Aprieta más. Mi visión se vuelve roja. Y ahí... en ese segundo donde la muerte roza mi cuello... Veo algo detrás de ella: A mí, atada, llorando, temblando y suplicando. Me hierve la sangre. Agarro sus dos muñecas. Le clavo los dedos como cuchillas.

—Eso —susurra, burlándose—. Por fin te veo pelear.

La empujo. Ella no cae. Pero retrocede un paso. Ya no soy una presa. Soy la versión que aprendió a sobrevivir. —No voy a dejarte tomar mi vida —le digo, con la voz rasgada—. No voy a dejar que ese dolor nos controle para siempre.

Ella ríe. Una risa rota. —Yo SOY ese dolor. Sin mí, no existes.

Me golpea fuerte la cara. Siento la sangre en la boca. Le devuelvo el golpe. Más fuerte. Se le abre la ceja. No sangra sangre, sangra vapor.

—No eres mi dolor —escupo—. Eres lo que hicieron conmigo. Y yo no voy a cargar contigo un día más.

Ella gruñe como un animal herido. —Si me matas... te quedas sola con todo.

—Prefiero eso —respondo.

Se lanza otra vez. Esta vez con más rabia. Con odio puro. Me tumba al piso. Me golpea la cabeza contra el suelo varias veces. El mundo se mueve. Todo se vuelve ruido. Mi vista se oscurece. Pero su voz sigue ahí, cerca de mi oído: —Deja que yo viva...deja que yo sea tú...

La agarro del cabello. Jalo tan fuerte que grita. La giro. La monto encima. Y la empujo contra el piso. —¡NO VOY A DEJARTE! —le grito. Empiezo a golpearla. Una y otra vez. Su rostro...mi rostro...se hunde en la sombra. Ella intenta agarrarme. Empujarme. Penetrar mi piel con sus dedos fríos. Pero no se lo permito. —TÚ NO ERES YO —grito—. ¡ERES LO QUE SOBRÓ DE MÍ! Siento cómo la sombra en su cuerpo se empieza a deshacer. Como si su forma ya no pudiera mantenerse. Ella abre la boca. Grita, pero no de dolor... de desesperación.

—No puedes matarme... si me matas, matas lo que te hizo fuerte...

—Me hice fuerte sola —le respondo.

La agarro por la mandíbula. La obligo a mirarme. Sus ojos cambian. Ya no son de furia. Son de miedo. —No... —susurra— no... no lo hagas... no quiero desaparecer...

Y por un segundo, veo a la Becky que lloró en la calle. A la Becky que rogó por ayuda. A la Becky que sufrió. Pero esa Becky ya no soy yo. —No desapareces —le digo con voz suave pero firme—. Por fin descansas.

Y hundiéndole la cabeza contra el piso blanco la despedazo. El suelo absorbe la sombra. La figura tiembla. Se retuerce. Grita un sonido que no parece humano ni mío. Y luego silencio. Su cuerpo se vuelve polvo negro. Se deshace entre mis dedos. Como si nunca hubiera existido. El núcleo deja de temblar. Todo se queda quieto. Yo me pongo de pie. Sangrando y temblando, pero viva. Y digo, sin ninguna emoción: —Una menos. Faltan dos.

El polvo negro de mi doble aún flota en el aire cuando la puerta del Núcleo se abre sola. Un chasquido seco. Una luz roja parpadeando. Salgo. Mis manos tiemblan por el esfuerzo, pero mi mente está más clara que nunca. Santiago está ahí sudado y asustado. Mirándome como si no supiera si abrazarme o tenerme miedo.




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