El Psiquiátrico

EL MUNDO EXTERIOR - CAP 37

Derlina avanza por el pasillo como si estuviera desfilando en una pasarela maldita, el cabello negro moviéndose lado a lado, los tacones marcando un ritmo. Cada paso suyo es una amenaza envuelta en perfume barato y sangre seca. Yo la miro fijo. No pestañeo. No retrocedo. Ya maté a mi doble. Ya rompí mi última excusa para seguir siendo débil. Ahora es ella o yo.

—Beeeecky... —canta con esa voz dulce que se pega al oído—. Al fin saliste. Estaba cansada de esperarte preciosa.

—No tienes por qué esperar más —contesto, sintiendo cómo la adrenalina me sube hasta las manos—. Vine por ti.

Sanvi, detrás de mí, aprieta la camilla donde se oculta. Santiago se asoma un segundo, preocupado, pero ya entendió que esta pelea me toca a mí. No se mete, pero tampoco me abandona. Se queda ahí, listo para saltar si me caigo. Derlina ladea la cabeza. La sombra detrás de ella se alarga, demasiado, inhumana. —Vincent siempre dijo que tú eras su fracaso favorito —susurra—. Una obra incompleta... pero tan entretenida de corregir.

La rabia me pica la nuca, pero no me domina. La uso. La convierto en filo. —Vincent no existe sin ti —le digo—. Por eso vas a ser la primera en caer.

Ella sonríe. Una sonrisa roja, torcida, perturbadora. —Qué adorable. Crees que puedes contra mí solo porque mataste a tu reflejo.

Da un paso. El pasillo vibra. Las luces chispean. El hospital respira como si estuviera vivo y excitado. —No lo creas —le digo, avanzando también—. Lo sé.

Y en ese instante, algo imposible sucede. Las puertas que llevan a la salida del hospital...las que siempre estuvieron selladas, las que ningún paciente logró abrir, se desbloquean. Un clic seco. Un viento que no pertenece a ese lugar se cuela adentro. Huele a tierra mojada. A árboles. A vida real. Sanvi susurra, temblando: —Eso... eso viene de afuera.

Santiago abre los ojos, sorprendido. —¿El mundo exterior... está abriéndose?

Derlina deja de sonreír. Por primera vez, la noto tensa. —No, no puede ser.

La puerta principal, esa que parecía pintada en la pared, rechina y se entreabre apenas. Lo suficiente para que un hilo de luz natural toque el piso gris del hospital. Esa luz cae entre Derlina y yo. Siento algo caliente en el pecho. Un impulso. Una verdad escondida levantando la voz.

—Derlina —digo, sin moverme—. ¿Qué es eso? ¿Por qué se abrió?

Ella retrocede un centímetro. Uno. Pero suficiente. —No deberías ver eso todavía —escupe—. No estás lista. No estás completa. Vincent no lo permitió.

—Pues ya es tarde —le respondo—. El mundo exterior... está llamando.

La luz llega a mi pie. Y no me quema. No me consume. Siento algo familiar. Como si afuera hubiera algo mío.

Derlina gruñe, perdiendo la calma. —Si cruzas esa puerta... dejarás de ser lo que Vincent quería. Y eso...no lo voy a permitir.

Da un salto hacia mí. Los tacones resuenan como un latigazo. Yo también corro hacia ella. Y ahí comienza la pelea que decide todo.

Derlina se me viene encima con una velocidad que no parece humana. Sus uñas largas, negras, curvas como garras van directo a mi cara. Alcanzo a cubrirme con el antebrazo y siento cómo me lo rasga. El ardor es instantáneo. La sangre caliente me chorrea por la muñeca. —¡Hija de—! —no termino, me lanzo sobre ella. Le agarro el cabello y la jalo con todas mis fuerzas. Un mechón se le desprende en la mano. Ella grita, no de dolor... de furia. Me golpea la mandíbula con el codo. Me tambaleo. Veo luces. Sigo de pie.

—Tú no entiendes, Becky —escupe mientras intenta patearme—. Eres un error que debió quedarse encerrado.

—Pues mírame bien —le gruño, esquivando su pierna por milímetros—. Los errores también aprenden a matar. —La empujo contra la pared. La cabeza le golpea el cemento con un crack sordo. Pero no cae. Me muerde. —¡AH! —siento sus dientes hundirse en mi hombro. Le meto un rodillazo en el estómago. Ella suelta un gemido y me deja ir. La sangre de mi hombro empieza a templarme la piel. Me mareo un segundo, pero no aflojo. Derlina se limpia la boca con los dedos, sonriendo como si el sabor de mi sangre le encantara.

—Tienes carácter —susurra—. Por eso Vincent te quería tanto.

—Vincent no me quería —respondo, jadeando—. Me necesitaba. —Y le meto un puño directo a la nariz. Siento el crunch del hueso rompiéndose. Ella cae de rodillas, sosteniéndose la cara, respirando a bocanadas. Me lanzo encima. Rodamos por el piso como dos animales salvajes, chocando contra camillas, estantes, la pared. Me agarra del cuello. Siento sus dedos clavándose como tornillos. Mi visión se oscurece. Con lo último de aire que tengo, alzo el brazo y le clavo mis uñas en uno de los ojos. Ella grita y se suelta. Recupero el aliento como si estuviera emergiendo del agua.

—¡BECKY! —Santiago grita desde el pasillo, pero yo ni lo miro. No puedo distraerme. Derlina me ataca de nuevo, ciega de un ojo, sangrando, pero viva, demasiado viva. Me agarra del cabello y me estrella contra el suelo. El impacto me deja doliendo hasta los dientes.

—Vincent es mío —ruge, sacudiéndome—. ¡MÍO! Y tú... tú siempre fuiste la favorita... ¡aunque no lo merecías!

Le rasgo la mejilla con mis uñas. Ella me suelta un instante. Lo suficiente. Me levanto de golpe, cojo la camilla de metal donde estaba Sanvi escondida, y la empujo hacia Derlina. Le doy con toda la fuerza que tengo. La camilla la golpea en el costado. Le corta el aire. Cae de lado, jadeando, escupiendo sangre. —Te dije... —la miro desde arriba, respirando como un animal—. Que hoy no ibas a salir viva.

Ella ríe, ahogada, rota, pero obstinada. —Vincent... va a.. matarte...

Me acerco. Agarro su cabeza. La levanto por el cabello. Ella me mira con el ojo que aún puede abrir, temblando. —Que venga —le digo—. Después voy por él. —Y con ese último impulso, la estrello contra el suelo. La sangre se expande como agua derramada. Derlina deja de moverse. Silencio. El hospital queda quieto...pero el aire vibra. Como si alguien más hubiera despertado.




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