Corremos. Los tres. Yo adelante. Santiago detrás, respirando fuerte, arrastrando el dolor como si fuera un monstruo pegado a su espalda. Sanvi al lado, con el cable chispeando todavía, guiándonos con una velocidad que parece imposible para su cuerpo herido. El hospital se viene abajo en ondas. Las paredes tiemblan como si respiraran. Las luces explotan una por una sobre nuestras cabezas.
—¡Sigue corriendo! —grita Sanvi—. ¡El núcleo está en colapso total!
Pero no es el ruido del hospital lo que me corta el aire. Es Santiago. Lo escucho llorar mientras corre. Sin sollozos. Solo un sonido seco, contenido...como si algo se hubiera roto para siempre dentro de él.
—Amara... —susurra, con la voz quebrada— ¿Por qué?
Me muerdo los labios, porque decirle la verdad sería matarlo un poco más: Lo eligió a él. Eligió al que la destruyó.
Sanvi aprieta el paso y lo toma del brazo, tirando de él para que no se quede atrás. —Lo siento, Santi... —le dice—. Pero si te detienes, él te alcanza.
Él asiente, tragándose las lágrimas. Es fuerte. Siempre lo fue. Pero el dolor lo está reventando por dentro. Giramos en un pasillo largo. Todo huele a cables quemados. Entonces, siento cómo la respiración se me corta. Es apenas un segundo. Un tropiezo mínimo. Sanvi y Santiago siguen. Yo me quedo atrás, solo dos pasos. Y eso basta. Una mano fría, firme, experta, me agarra del brazo y me jala hacia un cuarto oscuro con la fuerza exacta para reclamarme. La puerta se cierra antes de que pueda gritar. Reconozco ese tacto. Ese olor. Ese silencio.
—Extrañaba esto... —susurra Vincent detrás de mí. Me aprieta contra la pared, su pecho pegado a mi espalda, su mano en mi cintura... cada gesto calculado para confundirme, para desarmarme, para recuperar el control que está perdiendo. —Gritas tan bonito cuando te asustas —murmura cerca de mi oído, su aliento caliente recorriendo mi cuello. Intento empujarlo, pero él entrelaza sus dedos con los míos, evitando que lo golpee.
—Suéltame —escupo.
—No todavía —dice, bajando la voz—. Aún no has escuchado lo que vine a decirte. Me gira y me encierra entre sus brazos como si fuéramos amantes y no enemigos. Su rostro está a centímetros del mío. La sangre seca le baja por la mandíbula, haciéndolo ver más peligroso todavía.
—Vincent... voy a matarte —digo sin temblar.
Él sonríe. Despacito. Como quien mira algo hermoso. —Lo sé —susurra—. Pero antes de hacerlo... necesitas la verdad—. Agarra mi cadera con una mano y la pared con la otra, atrapándome sin darme espacio. Sus ojos bajan a mis labios, y siento un latido traicionero, humano, asqueroso, que me cabrea aún más. —¿Sabes por qué Amara te odia ahora? —me pregunta.
—Porque la manipulaste.
—Porque me amaba antes de que la borrara —corrige él, acercándose más—. Porque al final...ella siempre me eligió.
Me duele. No lo admito. Pero me duele. Él lo siente. Se aprovecha. —¿Y tú? —pregunta—. ¿Quién eres sin mí? ¿Quién eres sin este hospital? ¿Quién eres sin... esto? —desliza su mano por mi cintura, lenta, calculada. Mi corazón late fuerte. Pero no por él. Por rabia.
—Soy la que va a verte morir —respondo. —Y esta vez, Vincent... no voy a dudar.
Él apoya su frente contra la mía, respirando entrecortado, como si estuviera ansiando arrancarme las decisiones a mordidas. —Intenta matarme ahora... —susurra— y jamás sabrás qué fue real y qué fue implantado en tu cabeza.
Mi sangre hierve. —Todo era real —digo.
Él ríe suave. —Nada, Becky. Nada de lo que recuerdas ocurrió como crees.
Antes de que pueda contestar, la puerta se abre con un golpe brutal.
—¡BECKY!
—¡Becky, muévete!
Santiago aparece. Sanvi detrás. Los ojos de los dos ardiendo. Vincent sujeta mi cara con fuerza, como si fuera suyo, como si quisiera dejar su marca una última vez antes del caos final.
—Piensa bien, Becky... porque estoy a punto de decirte quién eras... antes de que te construyera.
Sanvi lanza el cable como un lazo eléctrico. Santiago corre hacia mí. Y yo tengo que decidir si lo mato o primero lo escucho.
La puerta se cierra detrás de Santiago y Sanvi cuando entran. Vincent se endereza, con una mano en la herida del cuello y la otra apoyada en la pared. Su respiración es ronca, entrecortada...pero su mirada está clara.
—¿Quieres saber la verdad? —dice, paseando la mirada por los tres, pero volviendo siempre a mí—. Muy bien. Es hora de contárselas a todos.
Santiago se pone delante de mí, como un escudo. Sanvi levanta el cable, lista para golpear. Vincent sonríe. —Relájense. La verdad duele más que la pelea.
Yo aprieto los dientes. —Habla de una vez. —Le ordeno.
Él se pasa la lengua por la sangre en su labio, lento, disfrutando cada segundo. —No estabas destinada a nada, Becky. No eras especial. No eras un milagro, ni una escogida. No eras un experimento único. Solo eras...una chica más. Me da un golpe directo al pecho.
—Entonces ¿por qué yo? —pregunto.
Él inclina la cabeza. Su sonrisa se amplía. —Porque me gustaste.
Santiago gruñe y da un paso hacia adelante. Sanvi lo detiene con el brazo.
Vincent continúa: —Yo trabajaba en la universidad. Como personal de limpieza. Pasaba desapercibido. Nadie me veía. Nadie me conocía. Excepto tú. El mundo se me cierra un segundo.
—¿Qué dices? —pregunto, pero la voz se me quiebra.
—Un día, te quedaste estudiando hasta tarde —dice él—. Entré al salón para recoger la basura y tú me saludaste. Me preguntaste si necesitaba ayuda. Me sonreíste.
Mi estómago se revuelve. Santiago me mira, confundido. Sanvi cierra los ojos un momento. Vincent sigue hablando, como si contara una historia hermosa: —La mayoría de los estudiantes me ignoraban. Tú no. Tú me viste. Y algo en mí... se encendió. —Trago saliva, sintiendo náuseas. —Esa noche —continúa él— supe que te quería en mi proyecto. No por tus notas. No por tu cerebro. No por tu cuerpo. Por tu mirada. Levanto la vista, y me mira como si aún me poseyera. —Te secuestré dos semanas después —dice sin temblar—. A la salida de la universidad. Ibas a casa de tu novio, ¿recuerdas? —Mi corazón late tan fuerte que me duele. —Tu mamá te llamó —agrega—. Te dijo que no fueras. Que fueras a casa. Que tenía mal presentimiento. Y tú, como siempre, hiciste lo que quisiste. —A mis ojos se les escapa una lágrima que odio. Santiago aprieta los puños, conteniéndose para no romperle la cara. Vincent da un paso hacia mí. —Te seguí por tres cuadras. Tú estabas distraída con el teléfono. Yo llevaba un trapo con un polvo especial para que te durmieras. Lo demás... ya sabes cómo terminó. —Me mareo. Sanvi respira hondo, temblando. —Cuando despertaste aquí —dice él—, ya estabas programada para no recordarme. Quería empezar de cero contigo. Quería que me conocieras como... el hombre que te salvaría. No el que te secuestró. Mi respiración se corta. Vincent baja la voz, casi suave. —Y funcionó. Por un tiempo, funcionó. Me mirabas con miedo...pero también con curiosidad. Me llamabas "doctor" con esa voz tuya tan dulce. Y yo... yo me enamoré de ti.