El Psiquiátrico

LA FUGA - CAP 40

El hospital se está partiendo en dos. El suelo se abre como si un monstruo estuviera bostezando debajo de nuestros pies. Luces, cables, polvo, pedazos de techo cayendo como lluvia. Santiago me hala fuerte por la muñeca.

—¡BECKY, CORRE! —su voz tiembla, pero sus piernas no.

Yo corro detrás de él. Mis pulmones arden, mis piernas fallan, pero sigo, porque si me detengo un segundo, el hospital me come viva. Detrás de nosotros escucho cómo una pared entera se derrumba. El sonido es tan fuerte que siento la vibración en los huesos. Todo huele a humo, a metal caliente, a final.

—¡¡Por aquí!! —Santiago grita y yo lo sigo sin pensarlo. Estamos en el pasillo central. El mismo donde al principio pensé que estaba soñando. El mismo donde vi sombras, duplicados, gritos y delirios. Ahora las paredes están rajadas y están sangrando un líquido negro y espeso. El hospital está muriendo. "Esto es justo lo que quería". Cada paso que damos se hunde un poquito. Como si el edificio intentara tragarnos de última hora.

—¡No te sueltes! —me grita Santiago, apretando mi mano más fuerte.

—¡Jamás! —le tiro de vuelta.

Se escucha un chillido. Las luces se revientan. Del techo se desprenden bloques enormes. Uno cae a centímetros de mí. La onda me tumba al piso.

—¡BECKY! —Santiago se lanza a mi lado, me levanta del brazo— ¡Levántate Becky, LEVÁNTATE, NO PODEMOS PARAR! —Su voz se quiebra, pero no se rinde.

Yo tampoco. Nos levantamos y corremos. La salida se ve a lo lejos, demasiado pequeña, pero es la única luz en este infierno. Mi corazón se sale del pecho cuando el pasillo empieza a inclinarse. Como si el edificio entero estuviera resbalando hacia un abismo.

—¡¡NO PARES!! —grita Santiago.

El hospital pega un último grito. Un rugido tan fuerte que me deja sin aire. Las puertas al final del pasillo se abren de golpe y por primera vez en todo el tiempo que llevo aquí, no parecen una trampa, parecen libertad. Estamos cerca, muy cerca, pero el suelo se cae detrás de nosotros. Como si algo invisible nos persiguiera, mordiendo el piso a cada paso. Yo grito. Santiago me jala. Mis pies resbalan. El borde del abismo está al lado de mis talones.

—VAMOS, BECKY, ¡VAMOS! —su voz es puro desespero, puro amor, resistiendo.

Corremos el último tramo. Los últimos metros. La última oportunidad. La luz de afuera nos golpea en la cara cuando cruzamos la puerta. Pero el hospital no nos deja ir tan fácil. Algo jala mi camiseta. Un último tirón. Un último intento de retenerme aquí dentro. Me volteo. La oscuridad misma me está agarrando. Suelto un grito. Santiago me abraza por la cintura.

—¡¡NO TE VAS A QUEDAR AQUÍ!! —ruge como un animal— ¡NO TE VOY A PERDER OTRA VEZ!

Y con un último tirón, me arranca del borde. Caemos sobre tierra húmeda. Estoy jadeando, temblando, pero viva. El aire frío me golpea la piel como si quisiera arrancarme todo lo que me quedó del hospital. "Que alivio. Pensé que nunca saldríamos de ese lugar tan horrible". Santiago cae a mi lado. Gira hacia mí, respirando fuerte, con el rostro sucio, el labio partido y los ojos más encendidos que nunca. Detrás, el hospital se hunde en su propia tumba, ese monstruo que me secuestró, me destrozó, me mató y me reconstruyó en mil pedazos, ya no existe, pero aquí afuera todo se siente diferente, ya no huele a cloro, ni a químicos ni a miedo solo a aire fresco y a vida. El amanecer apenas nace entre los árboles. El cielo rosado. La ciudad a lo lejos, silenciosa, sin tener ni idea de la pesadilla por la que pasamos y la que casi nos traga. Me siento. Santiago también, muy cerca, tan cerca que puedo sentir su respiración en mi cuello, tibia y temblorosa.

—Becky... —dice en un susurro que me recorre la espalda—. No pensé que... saldrías viva.

—Tú me sacaste —respondo—. Tú no me dejaste.

Él me mira como si no pudiera creer que estoy aquí. Sus ojos bajan a mis labios. Después vuelven a mis ojos, y cuando lo hacen... se me corta la respiración. Hay deseo ahí. Un deseo que estuvo guardado durante mucho tiempo.

—Santiago... —susurro, sin saber qué decir, sin saber si debo detenerlo o acercarme más.

Pero él ya se acerca. Despacio al principio. Como si tuviera miedo. Su mano roza mi muslo. Yo siento un latigazo caliente bajarme por la columna. Su otra mano se desliza por mi cintura y me atrae hacia él. Su toque es suave firme y hambriento.

—No sabes cuánto te busqué —murmura contra mi mejilla—. Cuánto me dolió pensar que nunca iba a encontrarte.

Cierro los ojos. Su voz me hace temblar por dentro. Mi mano sube por su pecho, sintiendo su respiración acelerada, su corazón latiendo tan fuerte como el mío. Santiago baja la mirada a mis labios otra vez y esta vez no duda. Por fin me besa, y ese beso no es suave, ni es lento ni es tierno. Es urgente. Es un beso de dos personas que sobrevivieron a la muerte y por fin se tienen en libertad. Un beso que duele y cura al mismo tiempo, un beso que da paz después de todo el caos que pasamos. Sus manos se aferran a mi cintura mientras me inclina hacia él. Mi cuerpo responde como si lo hubiera estado esperando desde siempre. Lo beso de vuelta con la misma desesperación, agarrándolo de la camisa, jalándolo más cerca, como si quisiera hundirme en él. El mundo desaparece, el bosque, la ciudad y las ruinas detrás. Solo existimos él y yo. Cuando nos separamos, seguimos respirando juntos, rozando nuestras frentes. Él me mira con una intensidad y una ternura que me derrite. "Lo amo tanto"

—No te voy a dejar sola nunca más —dice, sin esconder nada.

—Y yo no voy a volver a perderte —respondo, pasándole los dedos por la nuca.

Santiago sonríe, pero es una sonrisa cargada de todo lo que no pudimos decir durante meses. Me atrae otra vez, me besa suavemente, como si necesitara asegurarse de que sigo aquí. El amanecer termina de abrirse. Los rayos de sol nos cubren y calientan nuestras manos entrelazadas. Por primera vez desde que todo empezó, mi corazón no late por miedo. Late por él y por la vida que nos espera afuera.




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