El pueblo de las brujas

2. EL CAFÉ DE LOS BOXMAN

El dueño de la cafetería le esperaba pasando un paño húmedo por la superficie de la barra, el mismo al que llevaba década y media sin ver; lo reconoció a pesar de que a sus más de cincuenta años estaba muy envejecido.

-Buenos días, señor Boxman, ¿cómo se encuentra?

Pronunció el saludo con algo de timidez. El señor Boxman tardó unos segundos en dar muestras de haberle escuchado. Al final alzó la mirada. En sus ojos cansados no apareció brillo alguno, tan solo cierto dejo de desconfianza; le había tomado por un forastero.

-¿Quién es usted? ¿Y cómo sabe mi nombre?

Albert dejó escapar una risa nerviosa.

-Lo siento, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Me marché a Harrisburg con dieciocho años. Mi nombre es Albert Plettenberg.

La expresión del señor Boxman se llenó de sorpresa, pero apenas tardó en transformarse en una máscara lúgubre.

-¡Santo cielo, Al, eres tú! Has cambiado tanto que... -no terminó la frase.

-Lo mismo puede decirse de usted. ¿Cómo se encuentra su esposa? ¿Todo bien?

-¡Erica! ¡Sal un momento! ¡No creerás quién ha venido!

Desde el fondo del local, Albert supuso que desde la cocina, se escuchó la voz de una mujer.

-¡Ahora no puedo! ¡Se nos ha terminado el pastel de manzana y tengo que hacer más!

El señor Boxman soltó un bufido.

-¡Deja eso para más tarde! ¡Hay alguien que ha venido desde el extranjero solo para vernos!

Albert pensó que estaba exagerando un poco. Harrisburg y Heksendorp se encontraban en el mismo estado, y tampoco es que hubiese ido hasta aquel paraje infernal solo para verles a ellos dos; no tardó en recordar que para los habitantes de ese pueblo todo el que no perteneciese a sus tierras era un extranjero, y al mismo tiempo se recordó que estaría bien no contradecir al señor Boxman respecto a los motivos de su visita.

Enseguida se escucharon los pasos acelerados de la señora Boxman recorriendo el corto trayecto hasta la barra, mientras lanzaba todo tipo de maldiciones, algo sobre aquellos que no le dejaban hacer su trabajo.

No obstante, al ver a Albert cambió su actitud del mismo modo que su marido había mudado la expresión de su rostro segundos antes. Sin decir nada más, rodeó la barra y estrechó a Albert entre sus brazos, con fuerza.

-¡Madre mía, muchacho, ha pasado mucho tiempo! A ver que te vea-se separó de él, pero sin apartar las manos de sus hombros y recorriéndolo de arriba abajo con la mirada-. ¡Menudo hombre estás hecho! ¿Dónde está tu mujer? ¿Por qué no ha venido contigo?

-Está usted corriendo mucho, señora Boxman. Estoy soltero.

-¡No puedes hablar en serio! Muchacho, aquí hay muchas jóvenes que se alegrarán de saberlo. Luego te presento a las hijas de algunas amigas mías que... A propósito, ¿dónde duermes? No tendrás el valor de hospedarte en la posada, ¿verdad? ¡Ese hervidero de pulgas! Podrías descansar en nuestra casa mientras te buscamos un hogar en el que instalarte y...

Detrás de ella, el señor Boxman se aclaró la garganta con tanta fuerza que más tarde tendría que tomar una infusión para suavizarla un poco. Albert se alegró de la interrupción, porque empezaba a sentirse mareado por la breve avalancha de preguntas que Erica le había dedicado en un momento, como quien no quiere la cosa.

-Querida, creo que no es el momento.

Más que estas palabras, lo que convenció a la señora Boxman de que debía permitir respirar al recién llegado fue el tono sosegado y triste con el que habló su marido.

-Lo siento. Me imagino que estás aquí por lo de tus padres-parecía que hubiese perdido toda la energía.

-Así es-admitió Albert-. Recibí una carta de parte del ayuntamiento. Me gustaría ir al cementerio para despedirme de ellos.

Al decirlo en voz alta sintió que le temblaban las piernas; recordar la pérdida de sus padres le agotó más que el extenuante paseo por la nieve. Pero se obligó a mantener el control.

-Para el pueblo ha sido una catástrofe-dijo el señor Boxman-. Todo el mundo quería a tus padres, creo que lo sabes bien.

-Doy fe de ello-dijo Erica-. Heksendorp no volverá a ser lo mismo sin Andrew y Peony.

-Muchas gracias a los dos. De verdad-Albert se obligó a sonreír, aunque le pareció que resultaba más convincente su semblante natural, serio, el de alguien que acaba de perder a sus primogénitos.

La señora Boxman posó su mano derecha sobre su mejilla.

-Estás helado. Creo que será mejor que te prepare el desayuno. Ya tendremos tiempo de charlar. Porque me imagino que vas a quedarte, ¿no es así?

-En realidad preferiría regresar a Harrisburg lo antes posible. Soy abogado, tengo mucho trabajo.

-Así que te has convertido en uno de esos-bromeó el señor Boxman, guiñándole un ojo.

-Bueno, en todo caso después puedes contarnos cómo te va todo. Podrías cenar esta noche con nosotros, ¿qué te parece, Ben?

-Me parece una idea estupenda. Abriremos esa botella de vino que nos regalaron los Dimmendaal en Navidad.



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En el texto hay: fantasmas, casas embrujadas, suspense

Editado: 18.01.2021

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