En el piso más alto del edificio central del distrito se encontraba el despacho de Míriam Chen, una CEO retirada cuya reputación la precedía como leyenda. Su oficina —convertida ahora en espacio de mentoría— no tenía la ostentación de las suites ejecutivas modernas. Tenía libros, plantas que ella misma cuidaba, y una mesa de reuniones donde el café se servía en tazas de cerámica, no en vasos desechables de cartón.
La lista de espera para una sesión con ella era de meses. Su asistente filtraba despiadadamente: rechazaba a quienes llegaban con decks de presentación pidiendo inversión, introducción a contactos VIP, o validación para sus startups.
Arqui esperó cuatro meses. Cuando otros en la lista de espera le sugerían "acelerar el proceso con un email estratégico" o "conectar con alguien que conozca a alguien", él simplemente esperó. Usó ese tiempo para trabajar, para aprender, para ayudar a otros profesionales que encontraba en el camino.
Cuando finalmente el email llegó —"Míriam puede recibirte el martes a las 3pm"— subió al piso más alto sin un pitch deck, sin una lista de peticiones. Solo con preguntas honestas.
Míriam estaba regando una planta cuando entró.
—Sentate —dijo sin mirarlo, terminando su tarea con la misma atención que probablemente dedicaba a decisiones de millones—. Y respirá hondo. Los que llegan acelerados siempre me hacen las preguntas equivocadas.
Arqui se sentó frente a la ventana que mostraba todo el distrito extendiéndose abajo como un circuito integrado de ambiciones y colaboraciones.
—¿Cuánto tiempo tenés? —preguntó Míriam, finalmente sentándose frente a él.
—¿Cómo?
—Aquí. En el distrito. En esta industria. Cuánto tiempo pensás quedarte.
—No lo sé. El que sea necesario para construir algo que importe.
Míriam asintió, y algo en su expresión se suavizó imperceptiblemente.
—La mayoría me dice: "Para siempre, estoy 100% comprometido". Pero lo dicen con esa urgencia de quien tiene una ronda de financiamiento que cerrar el próximo trimestre o un KPI que cumplir antes de fin de año. —Vertió té de una tetera que claramente usaba a diario—. Vos decís que no sabés. Eso es mejor. Eso es honesto.
—Míriam —dijo Arqui, eligiendo sus palabras con el cuidado de quien sabe que tiene una sola oportunidad—, no vine a pedir una introducción o un consejo de carrera prefabricado. Vine a preguntar... ¿cómo puedo ser útil en este ecosistema? ¿Qué necesita esta industria que yo pueda ofrecer con mi experiencia única?
Un silencio denso llenó la oficina. Míriam lo estudió como quien lee un balance de pérdidas y ganancias buscando la verdad entre las líneas, descifrando intenciones, midiendo autenticidad. En sus ojos había algo que parecía cansancio de escuchar los mismos pitches y esperanza renovada de encontrar algo diferente.
—Mi último mentoreado —dijo lentamente, mirando ahora por la ventana hacia el distrito que palpitaba abajo— me hizo exactamente la pregunta contraria. Me preguntó qué podía darle el distrito a él. Cuántas conexiones, cuántas oportunidades, cuántos shortcuts a la cima. —Una pausa—. Lo presenté con todos los que pidió. Levantó una ronda. Vendió su empresa. Nunca más supe de él.
—Lo lamento.
—No lo lamentes. —Míriam giró bruscamente, y había un filo de acero en su voz—. Él obtuvo exactamente lo que quería. Éxito medible. Salida rentable. Perfil impresionante. —Sus manos trazaban figuras en el aire—. Lo que no obtuvo fue un ecosistema profesional que lo extrañara cuando se fue. Porque... —se inclinó hacia adelante, y su voz se volvió casi confidencial— el éxito profesional sostenible no se trata de extraer valor, muchacho. Se trata de crear tanto valor que el ecosistema mismo no pueda funcionar igual sin vos.
—¿Y cómo se hace eso?
Míriam sonrió, y en esa sonrisa había décadas de ver unicornios caer y pequeñas empresas sostenibles prosperar.
—Compartiendo lo que sabés sin guardar secretos. Mentoread
o sin esperar retorno inmediato. Resolviendo problemas de tu industria aunque no estén en tu job description. —Se recostó en su silla—. Los que solo toman, negocian todo el tiempo. Los que dan primero, construyen capital social que ningún contrato puede capturar.
Arqui bajó la mirada a su taza, viendo su propio reflejo fragmentado en el líquido oscuro del té.
—Mi primer jefe me decía algo similar. Que el valor de un profesional se mide en cuánto mejora cuando se va, no en cuánto produce mientras está.
—Tu primer jefe era sabio. —Míriam se puso de pie, pero no como señal de que la reunión terminaba, sino como invitación a caminar hacia la ventana—. Volvé cuando hayas ayudado a alguien sin que te lo pidan. Cuando hayas compartido un aprendizaje que te costó caro sin cobrar por la lección. Entonces seguimos hablando.
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novela corta de superación y finanzas, ficción inspiracional (liderazgo), alegoría narrativa
Editado: 14.11.2025