El Pulso del Silencio

.Capítulo 2 - Encuentro

El sol de la mañana apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas del Instituto Nekoma, iluminando los pasillos silenciosos antes de que la multitud de estudiantes los llenara con risas, pasos apresurados y conversaciones inacabables. Para la mayoría era un día más de clases, entrenamiento y rutinas. Pero para Lilith, era el inicio de un nuevo capítulo, un día cargado de nostalgia y de algo que se parecía demasiado al miedo.

Frente al espejo de la enfermería recién renovada, ajustó la bata blanca con manos temblorosas. El lugar había sido adaptado tras el convenio con la universidad de medicina: mobiliario nuevo, equipos modernos, una pequeña oficina que ahora le pertenecía. Todo olía a pintura fresca, como si la historia del viejo instituto intentara convivir con un futuro prometedor.

Su reflejo le devolvió la imagen de una mujer joven, demasiado joven para el título que colgaba en su cuello. Una doctora jefa de apenas veintidós años con un peso enorme sobre los hombros. Una carga de expectativas... y recuerdos.

—Es solo el primer día... nada del otro mundo. Pude con una carrera, esto no debe ser nada —murmuró, esbozando una sonrisa frágil.

Pero lo sabía: no era un día cualquiera. Estaba a punto de volver a coincidir con él.

El director, un hombre de cabello canoso y lentes siempre resbalando por la nariz, la esperaba en la entrada principal.

—Doctora Lilith, bienvenida oficialmente al Instituto Nekoma —anunció con solemnidad—. Hoy la presentaremos al cuerpo docente y, más tarde, a los estudiantes.

Ella inclinó la cabeza, educada, mientras el corazón le golpeaba con fuerza.
—Gracias por la oportunidad, director. Haré lo mejor que pueda.

—No lo dudamos. Su historial habla por sí solo.

La condujo por los pasillos, justo cuando los primeros alumnos llenaban las aulas. Algunos la miraban con curiosidad. Una doctora joven, de cabello corto hasta los hombros, seria pero serena, con un aire cálido que no pasaba desapercibido. Sin proponérselo, llamaba la atención.

En la sala de profesores fue presentada uno por uno al personal. Todo transcurría con la formalidad esperada... hasta que un murmullo lejano empezó a crecer en el pasillo. El club de vóley regresaba de su entrenamiento matutino.

Kenma caminaba detrás del grupo, bolso al hombro y consola en mano. Sus pasos eran tranquilos, lentos, casi distraídos, mientras escuchaba a lo lejos las bromas de Kuroo.

—¡Oye, Kenma! —gritó el capitán, girando con una sonrisa—. Apúrate, o nos vamos a quedar sin almuerzo.

—Voy... —murmuró sin levantar demasiado la voz, incómodo por tener que alterar su propio ritmo.

El ruido del pasillo apenas lo rozaba. Para él, los días eran iguales: clases, entrenamiento, videojuegos. Una rutina que lo mantenía en calma. Pero esa mañana, frente a la sala de profesores, un cosquilleo le recorrió la nuca.

Alzó la mirada.

Y la vio.

Lilith.

El tiempo se detuvo. Su bata blanca resaltaba en medio del pasillo, pero no fue eso lo que lo dejó helado. Fue su rostro. Años habían pasado desde la última vez, y aun así lo reconoció al instante.

Ella también lo vio. Y en un segundo, sus miradas se encontraron. Bastó para que los recuerdos lo golpearan: tardes en la casa de su infancia, consolas en las manos, silencios compartidos que ella nunca intentó romper.

Kenma bajó la vista enseguida, apretando la consola con fuerza. No podía moverse.

—¿Kenma? —la voz de Kuroo lo sacudió. El capitán lo observaba con una ceja alzada—. ¿Qué pasa?

—Nada —murmuró, reanudando el paso.

Pero dentro de sí, nada estaba en calma.

La reunión terminó y Lilith salió al pasillo, con el aire atascado en la garganta. Lo había visto. Y lo peor era que no había planeado que ocurriera tan pronto. Los ojos ámbar de Kenma, esa mezcla de sorpresa y distancia, le recordaron que ya no era un niño. En su lugar estaba un adolescente alto, con cabello teñido en azul profundo y raíces oscuras, alguien que ya no necesitaba apoyo constante.

Y allí, justo al lado de él, estaba Kuroo. Su presencia despertó un viejo nudo en el pecho. La misma incomodidad, la misma rabia contenida de años atrás. Apretó los puños antes de obligarse a respirar.

—Tranquila, Lilith... —susurró para sí misma—. Esto es solo el inicio.

El resto del día pasó entre presentaciones, clases y protocolos médicos. Pero ni para ella ni para Kenma fue un día común.

Durante el almuerzo, mientras el equipo reía, Kenma estuvo más callado de lo habitual.
—Oye, ¿te pasó algo? —preguntó Kuroo, dándole un codazo.

Kenma negó, seco.
—No.

Aunque su mente repetía la misma imagen: Lilith, de pie en la puerta, observándolo como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Al caer la tarde, Lilith se acercó al gimnasio. Quería ver el espacio donde pasaría gran parte de sus días como responsable médica. El eco de los balones rebotando llenaba el lugar, acompañado por las voces animadas de los jugadores.

Se detuvo en la entrada, con el corazón latiendo demasiado rápido.

Kenma estaba allí, en su rincón, ajustando las muñecas antes de un saque. Su expresión era imperturbable... hasta que notó su presencia.

El balón se le escapó de las manos. Las risas estallaron, pero él no se unió.

Lilith esbozó una sonrisa leve, cargada de la calidez de antes.
—Hola, Kenma... —susurró, como si temiera romper algo frágil.

Él levantó la vista. Por un instante, el gimnasio entero desapareció. Solo quedaron ellos dos, atrapados en una memoria compartida.

Y ambos lo entendieron al mismo tiempo:
Nada volvería a ser igual... aunque ninguno estaba preparado para lo que vendría.

(continuación con mini percepción de Kuroo)

El resto de la tarde transcurrió con esa extraña mezcla de rutina y nerviosismo. Las clases avanzaban lentas, como si todo el instituto se hubiera confabulado para alargar mis pensamientos, para dejarme atrapado en un bucle constante en el que Lilith era el eje central. Intentaba distraerme con la consola, con cualquier detalle, incluso con los apuntes de matemáticas que apenas entendía, pero nada funcionaba.




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