(Kuroo)
El gimnasio, el ruido, la tensión, todo eso aún resonaba en mi cabeza. Había pasado apenas un día desde que Kenma había terminado con un golpe directo en la sien, y aunque fingía que ya lo había superado, la verdad es que el ambiente estaba demasiado cargado para ignorarlo.
Y entonces, justo cuando todo parecía volver a la rutina, llegó el anuncio de la ceremonia, estúpida situación que ponía mis pelos de punta, y lo hacía palidecer a él.
El director había pedido nuestra presencia, como a todo el alumnado, en el auditorio principal. Según él, era "importante dar la bienvenida a alguien fundamental para el bienestar del instituto". Y ahí estaba yo, sentado entre mi equipo, preguntándome en qué momento se había decidido que mi vida tenía que convertirse en un escenario de ironías. Hace poco reinaba la paz, ¿qué demonio o maldición me había caído para que me pasara esto?
Porque no era cualquier bienvenida.
Era la de ella.
El auditorio estaba abarrotado. Filas interminables de estudiantes acomodados en sus asientos, profesores en las primeras hileras, luces encendidas que daban un aire solemne que nadie parecía tomarse en serio.
Kuroo estaba en la cuarta fila, junto con los chicos. Yamamoto estiraba el cuello tratando de ubicar a las chicas de tercero, Lev no paraba de moverse como si tuviera hormigas en el asiento, Yaku lo amenazaba cada dos segundos con un codazo, y Kai observaba todo en silencio, con esa paciencia casi paternal que a veces lo sacaba de quicio.
Kenma, a su lado, sostenía la consola. No jugaba. Ni siquiera la encendía. Sus dedos la apretaban como si necesitara algo que lo anclara. Y Kuroo sabía bien qué era lo que buscaba en realidad: a ella.
El director apareció en el podio, carraspeó para imponer silencio y alzó la voz:
—Hoy es un día especial. Contamos con la presencia de una nueva integrante de nuestra institución, alguien que, a pesar de su juventud, ya ha demostrado una disciplina y un talento admirables. Les pido que recibamos con un fuerte aplauso a la doctora Lilith, quien asumirá como nueva jefa de la enfermería.
El aplauso retumbó. Algunos silbidos, un par de exclamaciones sorprendidas. No todos los días se veía a alguien tan joven en ese cargo.
Y entonces apareció.
Lilith caminó hacia el escenario con paso seguro, bata blanca impecable, el cabello cayendo con una elegancia que parecía calculada. Se inclinó ligeramente en señal de respeto, y por un segundo, lo admitieron todos: la sala entera quedó envuelta en un aire distinto.
Kuroo lo notó, y también notó que Kenma se tensó a su lado. Sus ojos, siempre cansados, se abrieron apenas un poco más, siguiendo cada movimiento de ella.
(Kuroo)
Fue ahí cuando, sin poder contenerlo, dejé escapar el comentario. Lo dije bajo, pero lo suficientemente alto como para que varios escucharan:
—Ya veo que a algunos les gusta hacer entradas dramáticas...
Risas ahogadas a mi alrededor. Yamamoto se tapó la boca, Lev soltó una carcajada corta, incluso Kai giró el rostro con desaprobación. Yo solo esbocé una sonrisa ladeada.
Pero ella... ella me escuchó.
Se detuvo apenas un instante antes de tomar el micrófono. Su gesto no cambió demasiado, pero sus ojos, fijos en mí, se endurecieron. Y con una calma casi cruel, respondió:
—No se trata de dramatismo, sino de compromiso. Aunque entiendo que algunos prefieran esconderse detrás de bromas en lugar de enfrentar lo que realmente sienten.
El murmullo se encendió entre los estudiantes. Para la mayoría, sonó como un comentario elegante, quizás incluso inspirador. Pero yo lo supe: ese dardo venía directo hacia mí.
Nuestros ojos se encontraron y por un instante, el bullicio del auditorio desapareció. Solo quedamos ella y yo, en ese choque silencioso de orgullo y reproches.
Kenma bajó la consola, como si la batería hubiera muerto. Sus manos temblaron apenas, y yo entendí que él lo percibía todo.
El director retomó la palabra, ajeno al cruce:
—La doctora Lilith estará a cargo de velar por la salud de todos ustedes. Sé que confiarán en ella tanto como nosotros lo hacemos.
Aplausos. Silbidos. Murmullos excitados.
Pero yo apenas escuchaba.
(Lilith)
El auditorio me sofocaba. La ovación, los comentarios, las risas disimuladas, todo eso rebotaba en mi cabeza como un eco inútil. Caminé hacia la salida con el mentón en alto, sin permitir que nadie viera lo que realmente sentía.
Lo había escuchado.
Su comentario.
Su maldita sonrisa arrogante.
Y aún así había respondido. No debía hacerlo, lo sé. Pero no podía dejar pasar la provocación. No de él.
Al salir al pasillo, el silencio me golpeó como un muro frío. Me detuve un momento, apoyando la espalda contra la pared, y dejé escapar un suspiro que no me había permitido frente a todos.
El recuerdo volvió: Kenma, con esa mirada incrédula, atrapado entre nosotros.
Yo nunca lo alejé. Nunca.
Fue Kuroo quien lo empujó lejos de mí.
Y ahora, en los ojos de todos, yo era la villana.
—Ridículo —murmuré, cerrando los puños en los bolsillos.
Me enderecé, recuperando la máscara fría que tanto me había costado construir. No lloraría. No me quebraría. No frente a él, ni frente a nadie.
El pasillo seguía vacío, pero yo sabía que tarde o temprano él aparecería.
Kuroo siempre aparecía.
(Kuroo)
No me equivoqué.
La vi salir por la puerta lateral y, como un idiota, mis pies se movieron antes de que mi cabeza pudiera detenerlos. Dejé atrás a los chicos, ignoré a Kenma que aún guardaba su consola en silencio, y la seguí.
El pasillo estaba casi vacío cuando la alcancé. Ella estaba contra la pared, la mirada fija en un punto invisible.
—Bonito discurso —dije, apoyándome en la pared frente a ella, brazos cruzados—. Inspirador, supongo.
Sus ojos se clavaron en mí, fríos, cortantes.
—Y tu broma también fue un éxito —respondió, sin pestañear—. A veces olvido lo mucho que necesitas ser el centro de atención.