El eco de las pelotas golpeando el suelo llenaba la cancha, mezclándose con los gritos de Kuroo y Lev. Cada saque, cada bloqueo, se amplificaba en el espacio, mientras Bokuto saltaba y gritaba como si cada acción fuera un gol en un estadio lleno. Yaku recogía las pelotas con calma, su expresión tranquila contrastando con el caos alrededor. Incluso Akashi, que se había acercado a observar, mantenía la postura impecable de siempre, evaluando cada movimiento de todos con una precisión silenciosa.
Yo me senté en las gradas, el flequillo azul pegado a la frente por el sudor. Saqué la consola nueva que Lilith me había dado la noche anterior. Girarla entre mis manos, sentir el peso y ver los pequeños stickers de gatos que ella había puesto... era como sostener un pedacito de tranquilidad en medio del bullicio. Una sonrisa ligera apareció en mis labios; por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo mío y de nadie más podía hacerme feliz. Era el mejor regalo, como si me hubieran dado un dulce inagotable.
A lo lejos, Lev estaba haciendo malabares con una pelota, intentando impresionar a todos, mientras Yamamoto le lanzaba miradas de desaprobación mezcladas con diversión. Bokuto, como siempre, gritaba instrucciones exageradas, lanzando comentarios que hacían que incluso Kuroo tuviera que rodar los ojos y suspirar. La cancha era un caos de energía, pero en mis manos, la consola era un refugio.
La puerta lateral se abrió y apareció Akashi que se había marchado minutos antes de que me sentara a descansar, había vuelto con una botella de agua, su mirada firme recorriendo la cancha. Al ver la consola, levantó ligeramente una ceja, un destello de sorpresa en su rostro:
—No esperaba que tuvieras una consola tan costosa. ¿Cómo la conseguiste? Salió hace poco y se agotó a las dos horas —dijo, con calma.
Todos nos miraron. Bokuto soltó un gritito, Lev abrió los ojos como platos, y Kuroo arqueó una ceja divertida.
—Eh... es solo un regalo —respondí, ligeramente nervioso.
—¡Oye, Kenma! —exclamó Lev—. ¿Nos dejas jugar? Por favor, ¡di que sí!
—Sí, ¡déjanos probarlo! —gritó Bokuto, saltando en las gradas—. ¡No puedo esperar! Ándale Kenma, sé buen amigo.
—Esperen —dije con calma, sujetando la consola—. Primero tengo que explicarles cómo funciona. Así evito que la dañen y yo me llegue a enojar; quiero que esta consola dure toda la vida conmigo, si es posible.
Akashi se acercó y examinó la consola con detalle:
—Parece que sabes cómo usarla bien. Enseñar a los demás requerirá paciencia.
—¡Sí, quiero intentar! —dijo Lev—. Seguro que es complicada, a Kenma siempre le gustan estas cosas difíciles, pero quiero probar.
—Primero, esto es frágil, por lo cual se sostiene suavemente —empecé a mostrar los controles—, y si presionan aquí...
—¡Déjanos intentar! —gritó Lev, ignorando la explicación—. ¡Kenma, deja de ser tan serio y aburrido!
—Sí, Kenma, ¡enséñanos mientras jugamos!, niño envidioso —añadió Bokuto, sacándome la lengua de manera infantil.
Kuroo, apoyado en la puerta, lanzó su comentario helado y sarcástico:
—Vaya, parece que esta consola es más importante que cualquier regalo que alguien pueda hacerte, Kenma. Qué rápido te dejaste comprar.
—No es así, no digas esas cosas —respondí con calma—. Pero si quieren jugar, tendrán que aprender primero. Así evitamos quejarse y perder tiempo.
Así comenzó una mezcla de explicación y mini competencias cómicas:
Lev siempre perdía y gritaba exagerando cada derrota.
Bokuto celebraba cada pequeño triunfo con exageraciones dignas de estadio.
Yamamoto comentaba estrategias absurdas, confundiendo más a todos.
Akashi corregía movimientos con precisión militar, serio, mientras los demás reían.
Lev incluso intentó usar la consola con un solo dedo, haciendo que Bokuto y Yamamoto estallaran en carcajadas mientras él gemía exageradamente.
—Kenma estuvo muy cordial hoy —dijo Lev entre risas—. Hasta nos dejó jugar sin pelear, es como un nuevo hecho histórico.
—Sí —añadió Yaku—. Incluso permitió que todos participáramos... algo raro en él, esto es como un milagro.
Al terminar el juego, Kuroo nos hizo practicar un rato más, bajo la atenta mirada de Bokuto y Akashi. Lev, siempre exagerado, fingió un dolor en la muñeca tras un saque.
—¡Lev! ¿Qué pasó? ¿Te lastimaste de verdad? —preguntó Yamamoto.
—Solo un pequeño esguince —dijo Lev, dramatizando—.
En ese momento, Lilith entró a la cancha y se acercó con calma:
—Déjame revisarlo —dijo, sentándose junto a él. Sus manos eran firmes y precisas mientras indicaba estiramientos y ejercicios.
Lev quedó fascinado, Bokuto y Yamamoto lo miraban con admiración, y Akashi, evaluando cada movimiento, parecía sorprendido por la destreza de Lilith.
—Wow... no sabía que eras tan buena en esto —susurró Lev.
Kuroo, curioso, le preguntó:
—¿Y tú qué haces aquí?
—Vine a buscar a Kenma para llevarlo a casa —respondió—. Sus padres me pidieron el favor, y también te traje un presente Kuroo —dijo, sacando un buso con estampados de gatos.
Kuroo se quedó anonadado por el detalle y murmuró un pequeño "gracias". Bokuto inmediatamente pidió su turno para recibir un regalo también, haciendo que todos rieran.
El cariño de mis padres hacia Lilith me hacía sentir un calor suave en el pecho; verla cerca de ellos, cuidándome, era algo que valoraba profundamente.
Al salir, Lev tropezó con Akashi y ambos cayeron al suelo con un ruido seco. Lilith se acercó rápidamente para ayudarlos. Akashi, por un instante, se sonrojó, provocando carcajadas de Bokuto, Lev, Yamamoto y Kuroo. Lev la miró fascinado y feliz, mientras yo sentía un punzón de celos mezclado con ternura.
Todos reíamos, y Akashi, aún un poco sonrojado, se levantó con cuidado, mientras Lev dramatizaba el dolor fingido.
Decidimos hacer una parada en una cafetería cercana. Nos sentamos frente a frente, el aroma del café recién hecho llenando el aire y la luz del atardecer iluminando suavemente su rostro.