El silencio aún pesaba en el gimnasio, era un ambiente más que tenso, casi palpable, como si cada respiración costara esfuerzo. El eco de las palabras de Elios seguía flotando, clavándose como un aguijón en cada uno de los presentes. Kuroo respiraba fuerte, la mandíbula tensa, mientras Kenma bajaba la mirada hacia sus manos, deseando con todas sus fuerzas que su simple consola pudiera devolverle la invisibilidad que tanto necesitaba, aquella protección que tanto había sentido en la infancia.
Lilith permaneció firme entre ellos, su bata blanca resaltando como un muro imposible de atravesar, lista para intervenir en cualquier instante.
—Esto no es un juego, Elios —dijo con un tono tan frío que cortó el aire—. Yo soy la doctora a cargo. Y mientras esté aquí, ninguno de estos chicos será tratado como "proyecto", no permitiré ningún mal trato hacia ellos, jamás.
Elios no se movió, pero su sonrisa, cargada de calma peligrosa, permaneció intacta.
—Tienes razón, Lilith. Tal vez me expresé mal. Pero lo que dije no deja de ser cierto: Kenma es clave. Y si quieres que este equipo alcance su verdadero potencial, sabes que alguien tiene que empezar a trabajar con él, debes avanzar lo antes posible.
Kuroo dio un paso hacia adelante, aún retenido por el peso invisible de la mirada de Lilith. La rabia en su pecho lo quemaba, pero ver cómo ella lo defendía también lo hizo titubear. No estaba solo en esa batalla, aunque odiara admitirlo. Como si nada, Elios intentó acercarse a Kenma de forma pausada, calculando cada movimiento.
—No lo toques —gruñó Kuroo, bajo, pero con la suficiente fuerza para que todos lo escucharan.
La tensión era tan densa que se podía cortar. Yamamoto tragó saliva; Lev, por una vez, no encontró ninguna broma que decir; Yaku miraba de reojo, preparado para saltar si la situación se descontrolaba.
Kenma sintió las miradas de todos sobre él. Quiso encogerse, desaparecer, pero algo dentro de él percibió una verdad distinta: no estaba solo. Su equipo entero lo rodeaba, como si, sin decirlo, hubieran jurado que nadie lo dejaría caer en las manos de Elios, protegiéndolo de forma absoluta.
—Si quieres llegar a él, tendrás que pasar sobre todos nosotros —dijo Yamamoto, colocándose frente a Kenma con una seguridad poco común en él.
—No es tu "proyecto". Es nuestro setter. Nuestro compañero. Y no dejaremos que lo trates como algo que no es. ¿Quién eres tú para darle aquel apodo tan desagradable? —añadió Yaku, firme, cruzado de brazos.
—Kenma es pequeño, pero es de los más grandes en este equipo —intervino Lev, inflando el pecho—. ¡Y si alguien lo molesta, tendrá que enfrentarse conmigo también!
Kai, con calma serena, completó el cuadro:
—Kenma no está solo. Y tú tampoco vas a intimidar a Nekoma. Nosotros no dejamos que ningún amigo caiga, y menos permitimos algún maltrato así.
El silencio fue absoluto. Kenma miró alrededor, sorprendido, sintiendo cómo un calor extraño se expandía en su pecho. Por primera vez, la consola en su mochila no era un refugio, sino un recuerdo de que tenía algo más grande que lo protegía: su equipo, sus amigos.
Elios observó la escena y, por un instante, su sonrisa se quebró apenas, como si le hubieran surgido algunas fisuras en su carácter calculador. Dejó rápidamente ese gesto y se inclinó hacia Kenma con cinismo:
—Qué conmovedor. Una jauría defendiendo a su gato bebé.
El comentario encendió aún más la tensión. Kuroo dio un paso hacia adelante, pero bastó con una mirada severa de Lilith para detenerlo, cortando en seco la situación.
—Entrenamiento terminado por hoy. Recojan y descansen, mañana hablaremos con más claridad de su proceso físico —ordenó Lilith.
Un murmullo recorrió al equipo. Sin embargo, nadie protestó. Todos obedecieron, ninguno quería más situaciones incómodas.
Al día siguiente, la rutina volvió a la escuela. Kuroo y Kenma estaban sentados en el salón de tercero. Kuroo inclinó la cabeza hacia Kenma:
—Oye, préstame un lápiz, olvidé el mío —dijo con esa sonrisa ligera que siempre le suavizaba los bordes.
Kenma le pasó el lápiz, evitando que su mirada se cruzara con la del rubio más tiempo del necesario. Lev, aprovechando la cercanía, le susurró:
—Hey, Kenma, ¿me ayudas con inglés otra vez? No entiendo este ejercicio.
Kenma suspiró, apartando un mechón azul del rostro y asintió. Yamamoto, sentado atrás, empezó a discutir con Yaku sobre la última jugada del partido. Kuroo los observaba a todos, sonriendo levemente ante las pequeñas dinámicas del grupo, consciente de cómo cada uno cuidaba a su compañero a su manera.
Mientras Kenma resolvía la duda de Lev, su mente divagó hacia recuerdos de la infancia. La primera vez que él, Kuroo y Lilith jugaron juntos en el patio del colegio. Lilith corría detrás de ellos, riendo mientras Kuroo le bloqueaba los balones y Kenma esquivaba torpemente, aprendiendo a coordinarse. Fue un momento simple, pero crucial: allí comenzó la red de cuidado que ahora sentía en el equipo.
Otro recuerdo surgió de forma inesperada: la primera vez que Kuroo vio el cambio de estilo de Kenma, su cabello teñido de azul y los piercings. Kuroo había estado observándolo en el salón, sin querer llamar la atención:
—Mi setter tiene más estilo que... —pensó, con una sonrisa apenas perceptible—. No dejaré que te lleves toda mi atención, pequeño.
Estos recuerdos no eran solo nostalgia, eran recordatorios de la cercanía y del vínculo inquebrantable entre ellos.
Más tarde, en la enfermería, Lilith revisaba informes cuando Elios entró sin permiso. Sus pasos resonaban lentos, calculados, seguros; sus ojos se clavaron en ella con un brillo que oscilaba entre lo seductor y lo aterrador, como un cazador observando a su presa más valiosa.
—Sigues poniéndote en medio, Lilith —dijo con voz baja, casi un susurro—. ¿De verdad crees que puedes protegerlos siempre? No son más que adolescentes entrometidos, que no se enfocan en lo que realmente importa, su carrera como atletas.