El murmullo del aula de tercer año de Nekoma era un ruido constante, un zumbido que se mezclaba con las risas, quejas y conversaciones entre compañeros. Algunos repasaban de forma desesperada antes de la prueba de matemáticas, otros simplemente dormitaban sobre sus mesas, vencidos por el aburrimiento o el calor de la tarde. El sonido de las páginas pasando y los lápices golpeando contra las mesas creaba un ritmo irregular que llenaba el aire.
Kenma estaba, como siempre, en su propio mundo. La consola en sus manos mantenía sus dedos ocupados y su mente apartada del ruido. El brillo de la pantalla era su refugio, un espacio seguro en el que podía desaparecer sin que nadie lo reclamara. Para él, el salón no era más que un escenario distante, un ruido blanco que aprendió a ignorar desde hacía años.
—Kenma-kun —una voz femenina, suave pero insistente, lo sacó de golpe de ese refugio.
Una chica de su curso, de cabello castaño y mirada brillante, se inclinó hacia él con una sonrisa algo tímida. Sostenía un cuaderno abierto, lleno de tachones y fórmulas mal resueltas.
—¿Podrías… ayudarme con la tarea de física? —preguntó, ladeando un poco la cabeza, como si su gesto amable fuera suficiente para convencerlo.
Kenma parpadeó sin levantar la cabeza. Fingió no escucharla, sus dedos no se detuvieron sobre los botones. El silencio de su respuesta fue más fuerte que cualquier palabra.
La chica frunció los labios, insistiendo con un tono algo más agudo.
—Es que eres bueno en eso y… bueno, pensé que…
Antes de que pudiera terminar, una sombra se interpuso. Kuroo se había girado desde su asiento, apoyando el codo sobre el pupitre y dejando caer la barbilla en la palma de su mano. Esa sonrisa torcida que podía ser tanto divertida como intimidante apareció en sus labios.
—¿Sabes qué es gracioso? —dijo con tono ligero, pero sus ojos no coincidían con esa ligereza—. Que Kenma no es un diccionario ni mucho menos un profesor particular. Si quieres ayuda, levanta la mano en clase, en lugar de estar molestándolo a él.
La chica se quedó paralizada un segundo, sorprendida por la interrupción.
—Solo le pedía un favor… —replicó con voz contenida, como si no esperara ese tipo de respuesta.
Kuroo se recostó en la silla, estirando las piernas con total descaro.
—Y yo te pido un favor a ti —dijo con calma afilada—: deja en paz a mi setter. Lo que tienes de linda, lo tienes de insoportable… aunque lo de inoportuna le gana a tu belleza.
Un murmullo recorrió el salón como una ola. Algunos chicos abrieron los ojos con sorpresa, otros no pudieron evitar reír bajo. Varias miradas se cruzaron, divertidas o incómodas, mientras el ambiente se llenaba de tensión disfrazada de curiosidad.
Kenma, en cambio, bajó aún más la cabeza, deseando hundirse en la pantalla de su consola. No negaba que se sentía más tranquilo con el respaldo de Kuroo, pero también lo incomodaba que todo el salón estuviera pendiente de ellos. Aun así, ese “mi setter” resonó en su pecho como un recordatorio cálido, algo que ni los murmullos ni las risas podían borrar.
—¡Eso, capitán! —gritó Yamamoto desde el otro lado del aula, levantando el puño como si estuviera en medio de un partido—. ¡Protegiendo al gatito dorado! ¡Que no se le acerquen las alimañas!
—¡Cállate, Yamamoto! —bufó Yaku, lanzándole un borrador directo a la cabeza con precisión quirúrgica. El impacto sonó seco, y el chico se llevó las manos al cabello despeinado.
—¡Auch! ¿Era necesario pegar tan fuerte?
—Más de lo que crees —replicó Yaku con una mueca severa—. No molestes más a Kenma, suficiente tuvo con esa chica.
Las carcajadas empezaron a llenar el ambiente, disipando la incomodidad inicial. Fue entonces cuando Lev, siempre oportunista, se inclinó hacia la mesa de Kenma con su sonrisa amplia y descarada.
—Entonces… ¿Kenma? —empezó con voz melosa, exageradamente dulce—. ¿Me ayudas tú en inglés? ¡Te prometo que esta vez sí estudio!
Kenma levantó apenas la vista, lo suficiente para clavarle una mirada cansada. Su voz salió seca, monótona, como un golpe certero:
—No. Ni aunque te arrodilles.
El estallido de risas fue inmediato. Algunos chicos golpearon la mesa de tanto reír, y Yamamoto incluso se dobló sobre su pupitre, muerto de risa.
Lev abrió los ojos con dramatismo y llevó una mano a su pecho, fingiendo estar herido de muerte.
—¡Kenma me odia! —gritó con fuerza, teatral—. ¡Lo escucharon todos, me odia!
—No seas idiota —dijo Kai desde el asiento de atrás, con esa calma serena que siempre lo caracterizaba—. Si Kenma realmente te odiara, ni siquiera te respondería. El hecho de que te hable significa que al menos te tolera… apenas, pero lo hace. Sobrevive con eso.
—¡Eso no me consuela! —protestó Lev, golpeando la mesa como si exigiera justicia divina.
La sala volvió a estallar en carcajadas. Incluso algunos que no eran parte del equipo no pudieron evitar reírse ante el espectáculo que montaban. La profesora aún no había entrado, lo que les daba margen para ese caos tan propio de Nekoma.
Kenma, en medio de todo, bajó la mirada a su consola de nuevo, pero sus dedos ya no avanzaban en el juego. Sentía un calor extraño en el pecho, incómodo pero agradable. El bullicio, las risas, los gritos de sus compañeros… todo aquello que solía odiar, en ese instante le resultaba soportable, porque sabía que detrás del ruido estaba esa certeza silenciosa: no estaba solo.
El aula era un desastre, pero era su desastre.
Flashback – (Kenma)
Mientras fingía seguir jugando, los recuerdos comenzaron a colarse en la mente de Kenma. Casi podía escuchar la risa lejana de una niña y la voz de un chico más alto que él, siempre metiéndose en problemas, aquellos problemas que le causaban gracia de una forma única.
Recordó el día en que Lilith se despidió por primera vez. Era su recuerdo pesadilla, uno de esos que se repetían en sueños como una vieja herida que nunca terminaba de cerrar.