El jueves desperté muy temprano y quise salir de la mansión para conocer un poco Lima. Aún no sabía a dónde iría, quizás le pediría a Mario, el chofer de mis sobrinas Ania y Lena, que me lleve a donde mejor le parezca. Desayunaba con Kiram, ya que a diario era el primero en salir de casa por el horario de clases que tenía, cuando apareció Ania sin su uniforme de la escuela.
Me levanté de la silla y fui a darle un fuerte abrazo a mi pequeña sobrina. Ania podía tener catorce años, pero en ella aún no despertaba la consciencia a lo sexual ni a los placeres de la vida encarnada. Quizás era porque al ser más bruja que licántropa era un ángel que decidió encarnar, de ahí que mantenía la inocencia de una niña. Kiram se acercó, limpió las lágrimas de su hermana y me ayudó a sentarla. Ambos le servimos el desayuno, que, aunque no tenía ganas, por nosotros comió. Lena bajaba apurada las escaleras con Marianne detrás para terminar de hacerle la trenza que ordenaba sus cabellos. Mi hermana notó la tristeza en Ania, y al terminar con el cabello de Lena fue a abrazar a su hija. Ania no quería ir sola a la escuela, le pedía a Marianne que la acompañe, ya que era posible que familiares de los alumnos participen de los Funerales de la Hermana Cordelia, pero Marianne estaba muy atareada con el instituto, y no podía faltar ese jueves cuando el viernes no iría a trabajar por lo de la cena.
Salí corriendo del comedor para vestir un traje negro, camisa y corbata del mismo color. Mantuve la media cola que llevaba y fui por mis sobrinas. En el camino me topé con mis padres y pensaron que iría a las oficinas del holding, pero les expliqué que iba a los Funerales de la Hermana Cordelia con Ania. Mi madre tomó mi rostro entre sus manos y me dio un beso en la frente. «Ese es mi dulce niño», me dijo. Sonreí, algo que no había hecho enfrente de ellos en meses, y me fui.
La escuela de Ania era inmensa y la única de su tipo: católica, pero de alumnado mixto. La congregación que manejaba la escuela creía que, si en el mundo, machos y hembras comparten y viven en sociedad, en la escuela debían hacerlo también. Los alumnos de los cinco años de secundaria vestían de negro y debían reunirse en sus respectivas aulas para luego ir en orden a la iglesia de la escuela. Los familiares esperábamos a las afuera del edificio sagrado, ya que podíamos ingresar y sentarnos al lado del alumno que acompañábamos. Mientras esperaba sentí cómo los otros familiares me miraban. Empecé a prestar atención a sus murmullos y había todo tipo de comentarios, desde los de las hembras jóvenes, que se deshacían hablando de mi atractivo, pero con términos que no entendía, creo que estaban utilizando jerga peruana, algo que me pareció nada elegante, si lo comparo con las finas ropas que lucían, hasta la crítica destructiva de un grupo de machos humanos por la envidia que sentían al ver mi largo cabello y cómo lucía tan bien ese traje; la mayoría tenía problemas de calvicie y una muy notoria barriga que sus ropas no podían ocultar.
Las puertas de la iglesia comenzaron a abrirse mientras los primeros alumnos se acercaban junto a los profesores. Ania estaba en tercer año, así que iba por el medio del grupo. Cuando me vio, corrió hacia mí, me abrazó rodeando mi cintura y escondió el rostro en mi pecho. Aún era algo bajita, si consideramos que Ravi supera el 1.90 m y Marianne mide 1.80 m -después crecería y se haría una mujer hermosa-. La rodeé con mis brazos y le di un beso sobre sus cabellos. Acomodé mi cabeza de lado sobre la suya y cerré los ojos para concentrarme en entregarle toda la energía de amor que podía. Regresando la atención al presente, mientras consolaba a mi sobrina, alumnos y profesores detuvieron su andar, y junto a los familiares nos quedaron mirando raro. Entre los profesores se preguntaban quién era, ya que nadie me conocía, y las alumnas del último año cuchicheaban entre risitas lo guapo que estaba. En ese momento le dije muy bajito que sospechaban de mí porque desconocían mi relación con ella, así que se alejó, limpió su rostro con el pañuelo que le ofrecí -acto que arrancó suspiros en varias señoras- y dijo a viva voz, para que todos escuchen, que era su tío Stefan, hermano menor de su madre, que recién había llegado a Lima. Hice una venia mirando al grupo de profesores, en el cual había varias hermanas de la congregación, y con el consentimiento de la actual directora, pasé a la iglesia junto con Ania antes que todos.
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Editado: 01.01.2024