Capítulo 7
Marianne llegaría a las 9 am al instituto. Katha notó que teníamos un problema con Solís, así que nos hizo pasar a la sala de reuniones mientras ella se encargaba de avisar a mi hermana sobre mi premura por contar con su presencia. Al entrar a la sala me senté en la cabecera de la mesa, y Solís lo hizo al otro extremo, en señal de confrontación. Miré a Amelia, quien se ubicó a mi lado izquierdo. Quizás sus intenciones eran mantenerme calmado, pero me alegró mucho que se sentara cerca de mí y no de Solís.
- Así que eres Stefan Höller. Dices que Amelia es tu prometida. ¿Desde cuándo lo es? –la pregunta la hizo con una marcada ironía en su voz.
- De toda la vida -dije y Solís se rio, y eso me fastidió muchísimo.
¿Quién se creía para reírse de mí? Le hice notar que no había gracia en mis palabras para que ella tuviera esa reacción. Con un tono amenazador me llamó niño y me dijo que, si recién conocía a Amelia, que diga que era mi prometida de toda la vida era una artimaña con la que quería embaucarlas. ¿Niño? Yo no era un niño, y ella buscaba ridiculizarme delante de mi prometida. En ese momento quería transformarme y hacer que llore de miedo, pero la mano de mi predestinada me detuvo y alejó de mí esa idea. Al preguntarme qué era lo que pretendía, respondí muy serio y seguro de lo que quería: casarme con ella para hacerla mi compañera.
- ¿Sabes que es menor de edad? -preguntó con el tomo más amenazador que tenía y con una mirada muy pesada sobre mí.
- Sí, por eso nos casaremos en un par de meses, cuando haya cumplido los dieciocho años -respondí manteniéndole la mirada.
- ¿Qué edad tienes?
- Veintitrés años.
- ¿Sabes que podría denunciarte por acosar a una menor de edad? -esbozó una sonrisa de lado, burlona, quería intimidarme y creía que podía hacerlo.
- No puede porque no la acoso. Ella responde a mi interés y sentimientos. Además, Amelia sigue siendo virgen. Eso cualquier médico lo puede comprobar -en serio, ¿creía que no conocía de leyes?
Amelia se sonrojó cuando mencioné lo de su virginidad. Ahí recordé que la situación hubiera sido peor si lograba llevarla a mi cama, y en vez de encontrarnos besándonos nos hallaba retozando desnudos. «Los humanos y su doble moral. A sus hembras les exigen castidad, mientras que a sus machos los alientan a ser promiscuos», pensaba muy molesto cuando la puerta se abrió y entró Marianne acompañada de Marión.
La hermana menor ingresó aparentando calma, saludando amablemente a Solís, pero la mayor la miraba muy seria, reprochándole quién era para cuestionar mi relación con Amelia. Marianne se sentó al lado izquierdo de Amelia, mientras que Marion se quedó parada a mi mano derecha.
- ¿Qué ha sucedido que te tiene de tan mal humor? -preguntó Marianne tratando de que la voz le salga lo más calmada, dulce, conciliadora que podía.
- Encontrar a tu hermano besando a Amelia en el apartamento –Marianne me lanzó una mirada de regaño, y yo solo alcé la ceja queriendo restar importancia a lo que Solís decía.
- Ellos se aman, y un beso no tiene nada de malo -nos defendió Marion de manera tosca.
- Laura, ella es Marion, mi hermana mayor. Disculpa si no ha saludado antes de hablar -dijo Marianne, tratando de corregir la falta de modales de Marion ante la complicada situación.
- Lo tiene cuando es una menor de edad -Solís miró a Marión con un fuego en los ojos que a cualquier humano podía intimidar, mas no a un licántropo.
- Laura, entiendo tu malestar. Ayer, durante la cena, Amelia y Stefan se conocieron y congeniaron inmediatamente. Ahora están en una relación. ¿No te parece que se ven bien juntos? -Marianne sonreía, esperaba que Solís viera que Amelia estaba contenta a mi lado.
- Me parece aberrante que utilicen su dinero para deslumbrar a una chica que piensan que es presa fácil por haber sido abandonada, pero se equivocan. Amelia no solo me tiene a mí, también tiene a Paul, a la licenciada Espinoza y a las Hermanas del orfanato. Y si la Hermana Gloria llama al arzobispo, ¡tendrá a todo el episcopado peruano a su favor! -las palabras de Solís ya comenzaban a sobrepasar el límite de mi paciencia.
- ¡Nadie está comprando a Amelia! -Marion olía a ira, quería saltarle encima a Solís.
- ¿No? ¿Cuánto dinero gastan en los beneficios para una chiquilla de diecisiete años que aún no tiene éxito en el mundo de la moda? Marianne, ¿acaso tienen algún negocio de trata de personas y quieren a Amelia para venderla en Europa o Medio Oriente?
Eso sería lo último que le permitiría pronunciar a Solís. Estaba acusando a mi familia de ser unos malnacidos explotadores sexuales de hembras humanas. ¿Qué hicimos mal para que esta hembra tenga tan bajo el concepto sobre nosotros? La sangre me hervía y noté que a Marianne no le gustó para nada lo que dijo. Ambos nos levantamos de nuestras sillas al mismo tiempo. Ya íbamos a adelantarnos hacia ella exigiéndole que se retracte, cuando ingres Katha abruptamente.
- Señora Solís, no es lo que usted piensa. Nuestra manada ha esperado la llegada de Amelia por décadas. Jamás le haríamos daño -la dulce voz de Katha se escuchó entrecortada. Tenía lágrimas en los ojos, se notaba que le dolía que se exprese así de nosotros.
- ¿De qué hablas? ¿Nuestra manada? ¿En qué cosa podrida está metida esta familia?