El Puro que Aúlla

Capítulo 14

  • Amelia, amor, ¿podrías ayudarme?

Después de bañarnos juntos, cada uno fue a su walk-in closet, pero encontré un problema: ninguna pieza de mi guardarropa me quedaba. Olvidé que la bendición transformó mi cuerpo, el esmoquin y el calzado que llevaba, mas no el resto de mi ropa y accesorios. Necesitaba resolver los contratiempos que llegaron con la bendición, ya que, además de la ropa, tenía ciertos problemas para unirme con Amelia.

Como ella era tímida, la única postura que usábamos era yo sobre ella. Estaba bien, no me quejo, me gustaba esa postura, me daba control y dominio sobre ella, además que me permitía ver las expresiones de su rostro y besarla mientras estaba en ella, pero con treinta kilos más, ya le resultaba algo pesado a mi Luna tenerme encima. Lo que me preocupaba era terminar haciéndole daño, ya que tras una primera queja que manifestó, Amelia no quiso volver a quejarse porque le daba pena hacerme sentir mal.

  • ¡Ay, mi Luna! ¿Qué voy a hacer contigo? –protesté ante darme cuenta que ella no me comunicaba la incomodidad que sentía al caer todo mi nuevo peso sobre ella.
  • ¿Te refieres a la posición sobre la cama? –preguntó avergonzada ocultándose debajo de las sábanas.
  • No. Me refiero a que cómo no me vas a decir que te sientes incómoda solo por no hacerme sentir mal. Es necesario que me des esa información para no dañarte –dije destapándola, ya que no quería que la mire al estar avergonzada, pero yo necesitaba que ella me mire y entienda que para mí lo más importante era que ella esté bien y cómoda conmigo.
  • Es que no es tu culpa que estés tan grande y fuerte, y musculoso, y grande, y… y –lancé una sonora carcajada al darme cuenta que se quedó muda al no saber qué más decir cuando su mirada se estancó admirando mi miembro erecto.
  • Amelia –tomé su barbilla y la hice mirarme a los ojos-, si no me avisas que estoy apretando alguna parte de tu cuerpo y causándote dolor, puedo dañarte, y lo último que quiero es que cuando somos uno no encuentres placer. Sé que no es fácil lidiar con este nuevo cuerpo, ya viste que casi rompo la puerta del baño, pero solo comunicándonos podremos encontrar el equilibrio. ¿Me ayudas, mi Luna?

Asintió con un movimiento de cabeza y la cargué para llevarla hacia el sillón de pie de cama. «Como cuando hicimos nuestra travesura antes del almuerzo del último domingo», le dije al oído y la senté a horcajadas sobre mí. Ella me abrazó y agradeció que fuera tan considerado.

  • Amelia, yo te amo, eres mi vida completa. Si tú no gozas cuando somos uno, yo tampoco lo haré -dejó el abrazo y se alejó un poco para mirarme.
  • ¿En verdad no gozarás si yo no lo hago? –me miraba incrédula.
  • En efecto. ¿Cómo podría sentir placer si veo en tu rostro el dolor reflejado? –acomodé sus cabellos detrás de sus orejas y le di un beso en la frente-. Además, por la conexión que tenemos al ser compañeros predestinados, siempre sabré qué es lo que te está ocurriendo, así que no vas a poder ocultarme la verdad. Vamos a buscar otras posturas, ¿quieres? –se mordía el labio inferior y me lanzó una pícara mirada, mientras que yo comencé a marcar de a pocos una sonrisa traviesa.
  • Para comenzar, podemos probar esta posición –me besó apasionadamente y se pegó tanto a mí que tuve que apoyar una de mis manos sobre la cama detrás de mí.

Estaba feliz recibiendo ese primer beso apasionado que ella inició. Si bien en esa postura no podía ver todo su cuerpo y no dominaba la situación, igual me gustó porque podía acariciar su espalda, coger sus glúteos y empujar más. Además, esa postura le daba a ella el control, y sería lo que le ayudara a explorar su sensualidad, ya que en algún momento llegaría a ser quien iniciara con un beso, caricia o palabra nuestros encuentros.

  • ¿Qué necesitas, mi amado Alfa? –entraba a mi walk-in closet a mi rescate tras escuchar mi llamado.
  • Nada me queda –mi Luna hizo un puchero que me enterneció-, y quiero pedirte que vayas por Ravi para ver si hay algún hechizo que me pueda ayudar a que mi guardarropa se adecúe a mi nuevo cuerpo.

La esperé y esperé, pero no llegaba con mi cuñado brujo, así que rodeé mi cintura con una toalla y salí al comedor. Encontré a toda la familia riéndose de lo que me pasaba, incluida Amelia. Tras regañarlos, también a mi Luna, Ravi me acompañó a la habitación y empezó a cantar hechizos para modificar toda la ropa, calzado y accesorios para que se ajusten a mi nueva apariencia.

  • Vaya, Stefan, sí que has crecido –decía Ravi al estirar mi nueva camisa y notar que ya no compartíamos la misma talla de ropa.
  • Es parte de recibir la bendición de la Madre Luna –dije sonriendo y tratando de sonar lo más feliz posible.
  • ¿Y qué tanto has crecido? –preguntó mirando el tamaño de mis nuevos zapatos.
  • Pues, he aumentado 18 cm de estatura y 30 kg de peso. Antes no había medido el contorno de mi tórax o brazos, pero ahora tengo 130 cm de pecho y 59 cm de bíceps.
  • Y eres 51 de calzado –dijo asombrado por cómo había crecido-. Imagino que también eres más fuerte.
  • Sí. Ayer casi rompo la puerta del baño –reí al recordar la cara de asombro de Amelia cuando con un simple toque rajé la madera de la puerta.
  • Puedo poner sobre ti un hechizo que te permita medir tu fuerza. No te va a limitar cuando estés en batalla, pero sí te servirá en el día a día, para que no rompas las cosas a tu alrededor –dijo a gritos mientras revisaba la puerta del baño.
  • Ravi –no sabía cómo preguntarle, ya que él era tan inocente como Amelia-, y ese hechizo que me permite medir mi fuerza, ¿puede ayudarme a ser más ligero y no aplastar a Amelia cuando intimemos sexualmente.
  • No, Stefan, es para tu fuerza, no para tu peso –respondió mi cuñado brujo súper ruborizado.




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