El Puro que Aúlla

Capítulo 19

Como me mantuvo alejado todos esos días que estuvo hospitalizada, no pude ver la cicatriz en su vientre. A Amelia le preocupaba tener una marca en su cuerpo, pero a mí no, yo la amaba con o sin ella. Tras explicarle que, para los licántropos, las marcas que deja el tiempo sobre el cuerpo, como pueden ser las arrugas, las canas y otras más, no son determinantes para amar, empezó a llorar por lo conmovida que se sintió al oír mi discurso. Para tranquilizarla y hacer que por completo olvide sus temores, empecé a dejar besos sobre sus cabellos. La intensidad del contacto que teníamos subía y se hacía más íntimo porque empecé a jugar con su oreja. La besaba y daba ligeras mordidas que, más que provocarla, causaron en mí una erección. Al sentirla, me recordó que no podíamos por varias semanas unirnos, por lo que bromeé indicando que, si el médico conociera de mi anatomía, la restricción sería por el doble de tiempo. Mi Luna rodó los ojos por el comentario vanidoso, gesto que me hizo reír a carcajadas. Noté que me miraba con un brillo que nunca antes había percibido, uno que me hizo sentir tranquilidad; creo que al verme reír ella se llenó de paz porque estaba segura que lo ocurrido los últimos seis días había quedado atrás.

Al regresar a ser la pareja predestinada que éramos, me pidió que le narre lo que había sucedido después de que ella perdió el conocimiento. Ella creía que fui yo quien la salvó de Laura. Cuando le dije que fue una de nuestras guerreras, pidió conocerla, algo a lo que me negué. Aunque Catalin había demostrado control al estar cerca de Amelia cuando sangraba, desconfiaba que pudiera comportarse igual después de varios días sin alimentarse. Mi Luna insistía, estaba resuelta a conocerla y agradecerle por ayudarla en ese momento muy tenso. Tanto así era su convicción por hablar con Catalin que hasta quiso seducirme para conseguir su propósito, algo que me causó gracia, no porque Amelia no me prendiera, sino porque ya era capaz de insinuárseme. Estaba cerrado en mi decisión, pero la cambié cuando sus ojos brillaron y se tornaron azules como los míos. El peso de su mirada azul hizo que perdiera la sonrisa, que hasta hace poco tenía al escucharla condicionar el retomar nuestras prácticas amatorias si no le presentaba a Catalin, e hizo que bajara la mirada. «Mi Luna comienza a manifestar su poder divino. Quizás el ataque de Laura y la pérdida de nuestra cría era esa parte de la Profecía que hablaba sobre ser dañada. Su mirada es más fuerte que la de un Alfa, no me queda de otra que aceptar su voluntad».

Por la condición de Amelia decidí llevar a Catalin a nuestra habitación. Cuando fui por la vampira, mi bisabuelo vigilaba la puerta de la recámara donde manteníamos a Catalin. Aunque Ravi había sellado con un hechizo las salidas, impidiendo que las traspase sola, mi bisabuelo no bajó la guardia.

  • ¿Qué haces aquí, Stefan? -preguntó muy serio. Karl Höller era mi bisabuelo, pero por la rápida regeneración celular lucía apenas unos diez o quizás quince años mayor que yo, y cuando quería podía lucir muy intimidante.
  • Vengo por Catalin, mi Luna quiere conocerla y agradecerle el que la haya salvado -dije serio, no podía permitir que mi bisabuelo me gane la moral, en ese momento yo era el Alfa.
  • Entiendo que estás prendado de Amelia hasta los huesos, pero no siempre debes hacer lo que te pide -se cruzó de brazos, no me iba a dejar pasar.
  • ¿Sabes que Amelia es más que un Alfa? -le pregunté cruzando mis manos detrás de mi espalda-. Aunque quisiera, no puedo negarme a lo que ella pida.
  • Debes explicarle lo peligrosa que es Catalin, más para ella que es humana.
  • Catalin no le hará nada porque primero muere entre mis manos -mi bisabuelo me miró perplejo-. Si, bisabuelo, por Amelia no me tiembla la mano, y si tengo que acabar con Catalin, lo haré, aunque eso implique matar a Thomas también.

Mi firmeza y seriedad, así como la pasividad en mi voz, ayudaron a que mi discurso fuera tomado por mi bisabuelo como una advertencia para todos los que intenten atacar a mi Luna. Se hizo a un lado e ingresé a la habitación. Catalin estaba echada sobre la cama con las cadenas y la máscara de acero puesta. «Con tanta seguridad encima de ella, ¿y aún hace guardia en la puerta? Sí que el bisabuelo es un exagerado», pensé.

  • Catalin -la llamé al ver que tenía los ojos cerrados.
  • Sí, mi Alfa -se sentó al borde de la cama. Lucía triste, de seguro extrañaba a Thomas.
  • Mi Luna Amelia quiere conocerte y darte las gracias por salvarla del ataque –dije manteniendo mi voz de alfa.
  • No es necesario, mi Alfa. Eso y más soy capaz de hacer por la hija de la Madre Luna -dijo agachando la mirada. Sentí como me llenaba de vergüenza; ella fue mi maestra, y en algún momento también mi salvadora, sabía que estaba mal que nuestro trato fuera tan distante.
  • Entonces, le dirás eso cuando estés ante ella -me miró y con el movimiento de mi mano de abajo hacia arriba la invité a pararse.

Salimos de la habitación, y el bisabuelo ya no estaba en el corredor. Bajar las escaleras para llegar donde Amelia fue algo lento. Las cadenas limitaban sus pasos, además que la debilitaban por el hechizo de absorción de energía que Ravi puso en ellas. Cuando entramos a la habitación, los ojos de Amelia me dijeron que desaprobaba el trato que le habíamos dado a Catalin. Me pidió que le quite las cadenas y máscara, a lo que quería negarme, pero me convencieron sus palabras al mencionar que Catalin tuvo la oportunidad de matarla cuando estaba desmayada y yo ocupado lidiando con Los Barone, y no lo hizo. Quité el yugo que apresaba a la vampira, no sin antes amenazarla con mi voz de alfa, por si intentaba algo en contra de mi Luna.




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