La noche llegó y una vez más se vio de pie ante la puerta de Luna. Tocó el timbre y Luna abrió dándole espacio a que entrara. Una vez dentro, le ofreció asiento y un vaso de Whisky. Supuso que le vendría bien un trago fuerte después del mal rato que pasó por la tarde gracias a Mateo.
- ¿Y bien? Querías que habláramos acerca de nosotros. Adelante. Te escucho. – Dijo Luna mientras llenaba otro vaso de Whisky, esta vez, para ella.
- Tienes razón, Luna. Estuve pensando en que tú y yo no quedamos en nada después de besarnos y asumo mi error por eso. Pero es que asumí que con ese simple beso nos dábamos por enterados los dos que una relación más profunda estaba comenzando. Pero claro …… es fácil malinterpretar las cosas cuando no hay nada concreto que nos una. Es por eso que hoy, formalmente te pido Luna que seas mi novia. Desde que te conozco no he dejado de pensar en ti. Eres tan ……diferente de todas las otras mujeres que he conocido que no he podido sacarte de mi cabeza ni un instante. Te apoderaste de mis pensamientos día y noche y arrebataste mis sueños haciendo que mis días se hagan eternos hasta que vuelvo a verte. Necesito saber que aceptas estar junto a mí, que aceptas que me perteneces y que aceptas ser mi mujer. Porque no hay nada que quiera más ahora mismo que estrecharte entre mis brazos y decirte lo mucho que te amo y que me entrego a ti en cuerpo y alma por el tiempo que tú así lo quieras. ¿Qué dices? ¿Aceptas? – Claudio estaba ansioso por escuchar pronto la respuesta que tanto necesitaba oír.
Luna lo miró fijamente sopesando todas y cada una de las palabras que habían salido de la boca de Claudio. Era tan diferente ahora. ¿Qué había cambiado? Tal vez nada y solo era un truco. Pero eso ya no importaba. Ya estaba decidida. Sería novia de Claudio al fin y disfrutaría la “dulzura” de esa relación más que nadie.
- Acepto. – Le dijo y al fin Claudio respiró tranquilo. Luna ya era suya.
Esa noche celebraron con Champagne el inicio de su romance. Se besaron sin control por horas. Hablaron de miles de cosas por otras tantas más y finalmente Claudio se hizo con el número de celular de Luna.
Los meses avanzaron sin prisa pero sin pausa y Claudio, lejos de ser feliz, sufría. La relación con Luna no estaba funcionando como él esperaba. Luna solía ausentarse por días y le era imposible comunicarse con ella, cosa que le irritaba una enormidad. No saber en dónde estaba ni con quien, era una auténtica tortura. Durante ese tiempo también tuvo que soportar las recurrentes salidas de Luna con amigos como Mateo que le hacían hervir la sangre y lo retorcían de celos.
Su noviazgo con Luna estaba muy lejos de ser una relación idílica. La amaba con locura pero ese carácter indómito le hacía perder el juicio. Necesitaba saberse dueño absoluto de ella y eso solo lo conseguiría atándola con el lazo del matrimonio. Fue por eso que decidió proponérselo. Compró una sortija de compromiso y esa misma noche la llevó a cenar y luego a contemplar las estrellas en una colina apartada de la ciudad. Una vez allí, Claudio le contó una historia con la intención de preparar el terreno a la propuesta que le haría.
- ¿Ves esas tres estrellas en el firmamento? - Le preguntó Claudio señalando la ubicación de estas en el cielo.
- Sí, forman un triángulo perfecto.
- Exacto. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo había una princesa llamada Vega, hermosa y a la vez considerada como la mejor tejedora del cielo. Tejía todo tipo de telas para las demás estrellas. Vivía en la orilla de la vía láctea junto a su padre, el Rey del cielo. Éste quiso casarla y buscó entre las estrellas un pretendiente. Escogió a Altair, quien era pastor de estrellas y vivía al otro lado de la vía láctea. El padre concertó una cita entre ambos para que se conocieran y fue así que se enamoraron a primera vista y al poco tiempo se casaron. Eran muy felices, pero ese amor los llevó a descuidar sus responsabilidades para con el resto de las estrellas. Cuando el padre de Vega se enteró, decidió castigarles por su irresponsabilidad y los separó, poniendo a cada uno de ellos en los extremos de la vía láctea para que nunca más se pudiesen juntar. Con el tiempo, ambos retomaron sus obligaciones y fueron a pedir perdón por su actuar. El rey, viendo el gran amor que se tenían, se conmovió. Aunque no podía deshacer su sentencia, les permitió juntarse solo una vez al año, el 7 de Julio. Ambos sufrían porque no sabían cómo hacer para materializar dicho encuentro, hasta Deneb, otra estrella, se apiadó de ellos y les construyó un puente para que pudieran cruzar la vía láctea y así reunirse en aquella única fecha. La leyenda dice que el encuentro les produce tanta felicidad que los amantes conceden deseos ese día.
- Qué hermosa leyenda – Le dijo Luna.
- ¿Sabes qué día es hoy? – Le preguntó retóricamente a Luna. - Sí …… es 7 de julio. ¿Y sabes qué deseo pedirles a las estrellas? – Luna encogió sus hombros. – Deseo pedirles que me concedan tu mano y que llegues a ser mi esposa. – Le dijo Claudio con el corazón cargado de emoción.
- Yo creo que en vez de pedírselo a las estrellas, debes pedírmelo directamente a mí ya que soy yo la que debe darte una respuesta, ¿no crees? – Le respondió Luna con un rastro de diversión poco común en ella.
- Y si ese es el caso, ¿aceptas casarte conmigo, Luna? – Le preguntó deseando escuchar de sus labios una respuesta afirmativa.
Luna sonrió tímidamente y luego se acercó a Claudio hasta casi tocar sus labios con los suyos y en un breve susurro le dijo que “SÍ”. Claudio no cabía en sí de felicidad. Luna finalmente sería su mujer. Sería completamente suya y ya nada los separaría. Ahora podría someter ese infernal carácter indomable y la mantendría a su lado las 24 horas del día. Ya no habría amigos de por medio, ni llamadas sin responder, ni ausencias repentinas, porque él estaría allí siempre con ella como un centinela eternamente vigilante.