Me despierto sobresaltado y separo mis parpados, un olor asqueroso invade mis fosas nasales al punto de ocasionarme nauseas. Recuerdo a la perfección la última cosa que vi antes de dormirme, el rostro de ese hombre asqueroso. Escruto alrededor, estoy tendido en el suelo como un sucio tapete, mis manos siguen atadas por las estúpidas esposas que me colocó Reginal. No puedo romperlas, consumen casi todo de mí, negándome energía.
Me pongo en pie con bastante dificultad, observo hacia las paredes, apenas y entra luz por una ventana. Quisiera mirar hacia fuera sin embargo no alcanzo ya que el acceso está demasiado alto para que pueda si quiera pensar que con ponerme de puntitas funcionaría mi cometido.
Algo sube por mi pierna, sonrío al ver una rata de color negro. Esta llega directamente hasta mi hombro.
—Ey, amiguita —susurro un saludo—, ¿sabes dónde estamos? —Obtengo la sensación de respuesta tras unos segundos de realizar mi pregunta—, esos malnacidos —farfullo—, estoy a kilómetros de distancia de donde me secuestraron, eso es un cariño, me sacaron del jodido país —expiro cabreado, mi nueva amiga se espanta cuando el sonido de algo metálico arrastrándose retumba por la habitación, el pequeño animal corre hasta que desaparece entre la oscuridad.
No dudo en aproximarme, sin embargo antes de dar más pasos la cadena se sacude velozmente, grandes colmillos emergen de la oscuridad, muevo mi cabeza y le propino un cabezazo a la cosa, esta emite un grito y cae de trasero a la par que siento dolor en mi cráneo.
— ¡Estás idiota, eso me dolió! —se queja, apenas y distingo la silueta de una joven.
—No había más intención que esa —departo, oigo como resopla y se pone en pie con bastante esfuerzo, al estar más cerca de a luz puedo escanearla mejor. Su cabello es negro, ojos color miel y su piel es blanca pero está muy sucia, igualmente tiene sus manos apresadas con una cadena, un horrible collar de metal adorna su cuello y me parece que sus tobillos también se encuentran atados.
— ¿Quién eres? —me pregunta, sus ojos que mutan volviéndose rojos permiten que conozca su naturaleza.
—Declan.
—Eres el brujo del que hablaban —suscita—, lamento que te secuestraran.
—Parece que no soy el único —de pronto escucho otra cadena, me giro para ver a otras dos chicas, una es rubia y la otra es castaña, ambas me miran concisamente, sus ojos rojos van justo a mi garganta—, no lo crean, si se acercan las golpearé —la que está más cerca suelta una risa débil.
—Tenemos hambre, apenas y nos dan de comer —acepta.
— ¿Quiénes son los que nos secuestraron? —no sé porque pienso que ellas también están secuestras, bueno, tal vez por el estado tan deplorable en que se encuentran si bien no es un hecho comprobado totalmente.
—Un hombre jabalí, Esneydar—responde la rubia—, su olor es repugnante —gruñe—, nos ha obligado a ser sus sirvientas.
La otra deja escapar varias lágrimas de sus ojos.
—Estamos en un bar, parece normal en el primer nivel —me cuenta—, pero en la profundidad, donde nos encontramos, es un prostíbulo donde los cambiantes de todas partes vienen a saciar sus necesidades sexuales más asquerosas con las chicas más bellas, las que duermen en los cuartos dorados, todas están aquí, obligadas, apartadas de sus hogares sin importarles nada, si tienen familia o novios —arqueo mis cejas con total desagrado.
Tiene sentido lo que me dijo el hombre referente al dinero, claro que pensé pediría un rescate o algo parecido a mi familia, si bien no creo que lo consiga, si hay problemas en el aquelarre, tiene otras prioridades igualmente no considero haber sido una de las suyas.
—Tendremos que salir de aquí —la de rubio se ríe con un notable sarcasmo.
—Ya lo intentamos, fuimos puestas al sol por intervalos cuando fracasamos —arrugo mi nariz, mi estómago ruge fuerte. Tengo tanta hambre.
—Parece que no somos las únicas con hambre.
—No he comido nada desde el desayuno de ayer, las quincenas en mi trabajo siempre son pesadas.
—Mi nombre es Ester —se presenta la rubia—, ¿Qué eres, chico? No percibo ningún olor particular en ti.
—Soy un brujo —le doy una respuesta—, o algo así —murmuro lo último.
—Eres diferente —me escruta cuidosamente—, no gritas ni pataleas como todos los que son apresados —la miro sin expresión alguna.
—No les tengo miedo y no pienso agachar mi cabeza ante esas escorias —ella se ríe.
—Veremos cuando te golpeen hasta dejarte inconsciente —su negatividad es muy notoria—, te arrastrarás por el piso como una serpiente pidiendo piedad —voy a responder su afirmación si bien otra de ellas habla.
— ¿Crees que podamos salir de aquí? —indaga la castaña, mostrándose esperanzada.
—No te hagas ilusiones, Katty —repone la rubia—, no hay nada diferente a la última vez, solo conseguiríamos un castigo brutal —bufa inconforme.
—Te equivocas —le sonrío socarrón.