EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.
Capítulo 3.
Luego de unos minutos llegamos. En ese lugar había varias tiendas hasta una pequeña capilla. Pasé a la casa de mi amigo a recoger mi encargo, Sandra no se despegaba de mi lado. Me dolía el estómago de tanto reírme. La invité a un helado y no quiso, le pregunté si quería algo de comer y tampoco. Seguía rechazándome.
—Ok —me crucé de brazos—, como no quieres recibir nada, ya no soy tu novio, ahora tu verás como pasas por el lado de todos esos hombres —me giré y empecé a caminar.
—Espera —me tomó de la mano—, no es justo—hizo un gesto en señal de puchero—, eres un tramposo.
—Es la única manera que me aceptes algo —sonreí—, tranquila no te voy a drogar.
—Que chistoso —me sacó la lengua y soltó una risita—, no es eso, es solo que no estoy acostumbrada a esas cosas, que los hombres me inviten.
—Tú lo acabas de decir, los hombres, pero yo soy tu primo.
La tomé de la mano, escuché una risita. Nos sentamos en una mesa, le dije que pidiera lo que quisiera y no quiso, me dijo que si yo la invité yo podía escoger, que no le gustaba estar pidiendo. Era como terca la muchachita, aunque era admirable, sin duda una mujer única, muy pocas como ella. Me levanté y pedí todo tipo de mecato, papitas, doritos, por último, dos helados de chocolate. Me moría de risa por su cara, me encogí de hombros y le dije; tú dejaste que yo eligiera.
No podía explicar la manera en la que me hacía sentir cuando estaba con ella, disfrutamos nuestro helado, luego de unos minutos era hora de regresar.
Me tomó de la mano con su hermosa sonrisa, el camino hasta casa fue demasiado corto. Ahora entendía porque mi hermanito disfrutaba tanto con ella. Me dijo que estaba llena de tanto mecato y que por mi culpa no le iba a caber la comida de mi madre.
Llegamos a mi casa, mi padre la saludó con mucha ilusión, a mí solo me ignoró. Me fui a mi habitación, desde lejos la observé y sin duda alguna esa niña con solo una sonrisa podría cambiar tu día, no podía olvidar mi objetivo. Decidí regresarme al pueblo al día siguiente, solo me despedí de mi madre porque Sandra aún dormía. Seguí con mi entrenamiento, en los días que Sandra se quedó en mi casa no volví, solo pasaba por el frente y desde lejos saludaba, esa fue la última vez que la vi.
…
Me dediqué a entrenar duro, ya tenía equipo patrocinador, empecé a correr profesionalmente. La felicidad más grande para mí fue cuando gané y quedé en primer lugar. Por primera vez mis padres se sentían orgullosos de mí, al fin logré sentir un poco de amor por su parte. Me presumían delante de todo el mundo y de toda la familia como el campeón. Me sentía feliz, por fin tanto esfuerzo había valido la pena. Pude ver que todo mi esfuerzo daba resultados y al final tuve mi recompensa.
Pensé que después de ese día la relación con mis padres cambiaría, sobretodo la que tenía con mi padre, pero no, todo empeoró. Mi padre se obsesionó tanto con mi carrera que decía que tenía que entrenar más duro todos los días, que siempre tenía que ganar y dejar el apellido de la familia en alto. Empezó a exigirme más y más cada día, hasta el punto de no poder salir con amigos, ni poder tener amigas, ni siquiera novia.
Cuando trataba de empezar una relación con alguien, él se encargaba de espantarla, estaba peor que un papá celoso con su hija. Según él, todo eso era una distracción que me impediría seguir con mi carrera.
Aunque cumplí mi sueño no era feliz, me sentía vacio por dentro. Siempre tenía que hacer lo que mi padre quería para tenerlo feliz, no salía con nadie, no tenía novia, era una persona muy solitaria. Tenía que esforzarme cada día más para que mi padre no terminara sacándome en cara todo lo que me había dado.
Seguí compitiendo en carreras más exigentes, siempre quedaba en segundo o tercer lugar, ganaba medallas y cosas así. Entre más ganaba, mi padre más me exigía. Pasaba el tiempo y yo crecía profesionalmente, la exigencia de mi padre aumentaba. A pesar de cumplir mis sueños no era para nada feliz, no tenía vida social con nadie porque mi padre no lo permitía. Recuerdo que ese día después de terminar una carrera el entrenador me felicitó.
—Esteban, ¡te felicito! — estrechó mi mano—, cada vez mejor, eres un excelente escalador, sigue así, llegarás muy lejos.
—Gracias —sonreí entre dientes—, el entrenamiento duro ha dado resultados.
—¿Qué pasa? No te veo feliz.
—Digamos que profesionalmente soy feliz, pero —respiré profundo—, en lo personal no.
—Hace tiempo lo he notado —me miró—, si no dije nada fue para no incomodar, te diré cuál es el problema, tú padre. Él quiere controlar tu vida a su antojo, está bien que esta carrera necesita disciplina, pero tu padre se pasa con las cosas que te prohíbe. Eres un hombre lo suficientemente grande para saber cuáles son tus responsabilidades.
—Tiene toda la razón, mi padre quiere controlar mi vida a su antojo y mientras viva bajo el mismo techo, así será.
—No es justo, tú eres joven y necesitas salir de vez en cuando y divertirte. Si no lo haces te amargaras más y más, parecerás un anciano. Yo tengo la solución al problema.
—¿No entiendo? —pregunté con curiosidad.
Me comentó que había un patrocinador escogiendo nuevas promesas del ciclismo para llevarlos a la ciudad y si les veía futuro, hasta podrían viajar a Italia. Me dijo que él podía ayudarme y conseguir que me entrevistara. Podía tener suerte, no lo dudé ni un momento, además con él sí empezaría a ganar más dinero. Eso era lo que yo necesitaba, una solvencia económica para poder salirme de mi casa e independizarme.
No aguantaba más que mi padre me estuviera reprochando todo lo que me daba. El entrenador prometió ayudarme. Les comenté a mis padres, pero no les gustó, obviamente a mi padre no le gustaba la idea de saber que no podría manejarme a su antojo. Les dije que era una decisión tomada, ellos decidían si me apoyaban o no. Mi padre respondió de mala manera que ojalá todo saliera bien y empezara a ganar más dinero para que un día le devolviera todo lo que él invirtió en mí.
Editado: 06.09.2023