El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 20

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO. 

Capítulo 20

Su sonrisa hermosa me llenaba el alma. Ella con solo mirarme hacía que todo mi mundo se detuviera, tenerla cerca de mí me hacía muy feliz. Bailamos casi media hora seguida, en su cuello traía la medalla que le regalé, así como yo tenía la pulsera que me regaló. Luego de tanto bailar, nos alejados de todos en silencio unos segundos disfrutando de la noche. El cielo estaba lleno de estrellas hermosas que brillaban tan bonito, pero más hermosa se veía ella bajo su reflejo. Nos sentamos contemplando el cielo.

 


Incluso me atrevería a decir que Sandra era una de esas estrellas, brillaba con luz propia. Cuando sonreía, su ojos miel eran capaces de transportarte a un mundo donde no existía el miedo, el dolor, ni la tristeza. Un mundo mágico, era tan bella e inalcanzable como las estrellas del cielo. 

—¿Ves esa estrella de allá? —la señaló, asentí— Es la que más cerca se ve, la más grande, así cómo tú. 

—¿Cómo? No entiendo.—inquirí con curiosidad. 

—Esa estrella se ve tan cerca aunque está tan lejos, y tú estás aquí conmigo, pero eres inalcanzable para mí. 

Sonrió y bajó la mirada, se hizo un silencio y como era 
mi maldita costumbre no supe qué responder.  Sacó  algo de su bolsillo, un celular. 

—Si quieres anota mi número, así puedes hablarme cuando quieras. 

—¿Ya tienes celular? —inquirí. 

—Mi papá me lo regaló hace 8 días. 

—¿Por qué no me hablaste? —pregunté. 

La miré, ella seguía con la mirada fija al cielo. 

—No me atreví —se encogió de hombros—, menos después de aquel día. 

—¿Lo dices por la manera en la que te hablé ese día? —susurré.  

—No debí llamarte —me miró—, pero me ganaron los impulsos, te extrañaba y te extraño mucho. 

—Yo me porté muy mal contigo, te pido una disculpa —tomé  su mano y dejé un beso en ella. 

—No tienes porqué disculparte, es normal, estabas con… tu novia. 

Sentí un nudo en la garganta, quería decirle tantas cosas, que la amaba con todo mi corazón, que sentía que no podía vivir sin ella, que me moría por tenerla cerca,  pero no podía. Como siempre no sabía qué responder. Ella rompió el silencio incómodo,  me pidió mi celular para anotar su número. Me dijo que cuando quisiera hablarle o enviarle un mensaje lo podía hacer, ella  haría lo mismo.  

—Bueno ya casi es hora de irme —miró el reloj, eran casi las diez de la noche. 

—¿Cómo? ¿No se quedarán amaneciendo? —inquirí con un gesto de confusión.

—No, con nosotros vino un vecino que tiene taxi, nos iremos con él —inhaló—, creo que esta será nuestra despedida definitiva—me miró con los ojos cristalizados—. Después no volveremos a vernos,  
¿verdad?

Eso sonó más a una afirmación que a una pregunta. Sentí  un nudo en la garganta, algo que se me atravesaba en la mitad del pecho y la espalda. Una tristeza tan grande que no me cabía en el cuerpo. Ella tenía razón, esa sí era una despedida definitiva, después de ese día no volveríamos a vernos y eso sí que dolía.

—Al parecer sí —tragué saliva—, después no volveremos a vernos y yo me iré a Medellín…

Interrumpió. 

—¡Al lado de ella! —eso sonó más a un reclamo.  

—Pensaba decir que a continuar con mi carrera —acaricié su mejilla. 

—¡Pero también estarás con ella!

—Digamos que sí. 

Se levantó  dispuesta a irse y la tomé de la mano impidiéndolo.  

—¿Estás celosa? —la miré. 

—No —me miró.  

—¿Segura? —volví a preguntar. 

—¿Cómo puedo celar algo que no es mío? 

Se soltó de mi agarre y regresó con los demás. Sonreí, sus mejillas cambiaron de color, esa vez no era pena, estaba celosa, se veía aún más hermosa. Regresé a la fiesta, cruzamos miradas, tenía un gesto serio, me ignoró y siguió platicando con Carola. Pasé por su lado con una sonrisa porque sabía que le molestaba, lo decían sus ojos. Aprendí a interpretar perfectamente cada uno de sus gestos, cada pequeño detalle. 

Entré a mi habitación por una chaqueta para el frío, caminé por la sala y me detuve frente a la puerta del baño. Cuando vi a Sandra, estaba muy seria, me empujó con fuerza, literal atravesamos la puerta del baño. Le puso seguro y me miró con tanta seguridad que sentí miedo. 

—Quiero que te lleves algo —se acercó lentamente—, algo que será tuyo  siempre. 

—¿Qué? —susurré desconcertado. 

—Un beso, quiero que lo lleves tatuado en tus labios. 

Enredó sus manos en mi cuello, sentí sus dulces labios sobre los míos, lo mejor que había probado en mi vida. La rodeé con mis brazos haciendo más intenso el beso, su lengua buscaba la mía en un jugueteo suave que me electrizaba. 

—Te quiero —siseó en mis labios. 

Mis dedos agarraron su cabello con fuerza tirando de él hasta que noté como un gruñido salió de su garganta. Nuestros labios se unieron una y otra vez, su lengua jugueteaba con la mía en un ritual de fuego. Ambos competían por ver quién era más rápido, más profundo, más placentero. Sandra soltó un gemido y se separó unos segundos para coger aire. Noté su cálida mano acariciar mi pelo, no tardé más que segundos en reclamar su boca. Esa vez, fue un beso lento y profundo que nos dejó a ambos sin respiración, congelando todo a nuestro alrededor. Sandra liberó la tensión de sus hombros y soltó un suspiro. 

—Ahora sí es una despedida como debe ser —susurró en un pequeño hilo de voz—, me llevo el recuerdo de nuestro último beso.

Recargó su cuerpo a la pared apretando sus ojos con fuerza. 

—La mejor despedida —respiré profundo—, y la más triste. Me llevo un beso que me dure para siempre. 

Asintió aún con los ojos cerrados contenido las lágrimas, lo sabía porque así estaba yo.  La abracé con todas mis fuerzas, ella correspondió a mi abrazo. En ese momento quería detener el tiempo para que dejara de correr y así sentirla siempre mía. 

—Cuídate mucho —acarició mis mejillas—. No me olvides, promete que me hablarás, aunque sea un mensaje.




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