El Que No Quiso Luchar Fui Yo.

Capítulo 24

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO 

Capítulo 24

—¡¿Por mí?! —susurró— . ¿Qué tengo que ver yo? 

Se alejó un poco desviando la mirada. Cerré los ojos y dije lo que jamás pensé; 

—Porque me enamoré de ti. 

Me miró como si no asimilara mis palabras. Se llevó las manos cubriéndose la boca, el brillo de sus ojos hermosos se hizo presente, con la voz temblorosa susurró; 

—¿Estás hablando en serio? 

Asentí, me acerqué lentamente y acaricié su mejilla. 

—No sé cómo pasó, ni en que momento, pero tú hiciste que acabara con una relación de más de un año. Esto no está bien. 

Sonrió con dulzura, acarició mi mejilla; 

—¿Tú cómo estás? —indagó.

—Bien, era lo mejor. 

—Te confieso algo —giró  sobré sus pies y caminó hasta la puerta—, siento un fresquito, lo siento por ella. 

Sonrió, abrió la puerta. 

»Mañana seguimos platicando, es tarde y no quiero despertar a mis padres,  descansa. 

Dejó un beso en mi mejilla y se fue. Cerré la puerta solté todo el aire acumulado. Reconocí mis sentimientos delante de ella, sus ojos lo decían todo, irradiaban alegría. Me acosté con el pulso acelerado sabiendo que la tenía tan cerca de mí, ¿Ahora que se supone que pasaría después de lo que dije? Me quedé dormido y no quise pensar en nada más.  

...

Al día siguiente. Eran las ocho de la mañana cuando me levanté, lo primero que vi fue a Sandra en el jardín. Traía un suéter negro, unos shorts blancos, su cabello suelto un poco desorganizado que la hacía ver mucho más hermosa, al verme levantó  la mirada.  

—Buenos días. ¿Cómo amaneces? 

Me recargué en la pared con los brazos cruzados. 

—Muy bien. ¿Y tú? 

—¡Excelente! —sonrió.  

—¿Estamos solos? —la miré y sus mejillas se tornaron rojas. 

Asintió. 

—Mis padres madrugan mucho, la finca está un poco lejos de aquí. 

Pasó por mi lado y caminó a la cocina, yo la seguí. 

—Solos del todo no, yo cuido a mi hermanito, espero que no te aburras aquí todo el día. 

Me acerqué pude sentir lo nerviosa que se puso. 

—No lo creo, tengo la mejor compañía. 

Sonrió, sus bellos ojos buscaron los míos, luego me sirvió el desayuno. Una taza de chocolate con leche, arepa con queso, arroz con una pechuga de pollo a la plancha, todo muy saludable sin grasas. Le quedó delicioso, se sentó a desayunar conmigo. 

—Escuché que tienes nuevo contrato, me alegro por ti, te lo mereces —comentó. 

—Sí, gracias a Dios. 

—¿Regresas a la ciudad y te quedas allá, verdad? —indagó. 

Sentí un tono de tristeza en su voz. 

—Sí, ya me quedó allá,  me demoro para volver. 

Bajó la mirada y se quedó en silencio, acaricié su mano. 

—Por eso quise venir —respiré profundo—, para despedirme. 

Me miró fijamente. 

—Yo también me enamoré de ti —soltó de repente.

Me atraganté con un trago de chocolate, empecé a toser. Me tomó por sorpresa esa respuesta, parecía muy segura, sus ojos seguían fijos a los míos. 

—Te amo con todas las fuerza de mi corazón, estás clavado aquí —señaló su pecho—. No puedo sacarte, por más que traté, no pude olvidarte. 

Apretó mi mano, sentí escalofríos por todo el cuerpo.  

—Esto no está bien —murmuré.

—Nada está bien —susurró—, no es justo. 

—La vida no es justa. 

—¿Pero por qué si los dos nos queremos? —sus ojos se humedecieron.

—¡Hermosa! —acaricié su mejilla— Lo nuestro es imposible porque somos primos. 

—¿Eso qué? —inquirió. 

—Nos matan, nuestras familias no aceptarían lo nuestro —respondí con tristeza.

Elevó una ceja, acarició mi mejilla. 

—Eso lo sé, no quiero pensar en nada, estoy feliz de tenerte aquí. 

Cuando quise hablar me cerró los labios con un beso, fue muy suave como el roce de la lluvia. Los latidos de mi corazón se hicieron presente, la rodeé con los brazos y el beso se hizo mucho más intenso, hambriento. Extrañaba sus labios, sus besos, era como una necesidad, algo que te llenaba el alma.  Me alejé sólo lo suficiente para mirarla, nuestras miradas se encontraron. Sus ojos brillaron y nuestra respiración acelerada nos hacía subir y bajar el pecho. Sandra sonrió tímidamente. 

—Te amo, esa es mi única verdad —susurró—, tengo muy claro que somos primos, pero no puedo cambiar lo que mi corazón siente por ti. 

—También te amo aunque esto esté prohibido —Tomé  su mano, deslicé mi nariz sobre la suya—. ¿Qué fue lo que me hiciste? No puedo sacarte de aquí. 

Tomé su mano y la llevé hasta mi pecho. 

—Te metiste aquí sin permiso, ahora no sé cómo olvidarte. Lo que empezó como un juego mira como terminó. Lo más triste es que  esto no tiene ningún futuro. 

Sus hermosos ojos se cristalizaron. 

—¿Por qué no? —cuestionó.

Me levanté, salí de la cocina hasta el jardín, ella tras de mí, pasé saliva y sentí un maldito nudo en la garganta. 

—La pregunta sobra, por el pequeño inconveniente de que somos primos. ¿Lo recuerdas? 

—Sí, eso lo tengo presente, pero no somos los primeros primos en el mundo que se enamoran. 

—Tienes razón, pero eso no lo entenderán tus padres, menos los míos —inhalé—, menos mi padre que es tan cerrado de mente. 

—Imaginemos que no somos primos, ¿Estarías conmigo? 

Sonreí con tristeza, no podía evitarlo. La tomé de la mano pegándola a mí, dejé un beso en la corona de su cabeza, inhalé su aroma, ese que tanto me gustaba y solté con amargura; 

—Soñar no cuesta nada. 

Se alejó lo suficiente para mirarme, elevó una ceja y rodó sus ojos. 

—¿Por qué eres así? Solo por un momento podrías imaginarlo, yo sé cuál es la realidad, pero se vale soñar por una vez en la vida. Sólo era una simple pregunta que al parecer no puedes responder. ¿Por qué no te vas con tu novia?

Lo dijo molesta, se encogió de hombros, arrugó el ceño. Creo que era la primera vez que la veía así. Se alejó de mí y entró a la casa, al parecer su hermanito ya había despertado. Sonreí, porque aún así enojada se veía tan hermosa. Me alejé un poco y empecé a caminar por los alrededores de la casa. Ahí tenían caballos, gallinas, patos, conejos, no tantos como en casa de mi padre. Veía que era verdad eso de que a Sandra le encantaban los animales.




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